Que cuando
salgamos de nuestra oración, cuando salgamos de nuestras celebraciones llevemos
muy claro qué es lo que el Señor ha querido transmitirnos en nuestro encuentro
con El
Sabiduría 18,14-16; 19,6-9; Sal 104;
Lucas 18,1-8
Normal es que
cuando necesitamos urgentemente una cosa y sabemos que podemos obtenerla de
alguien que la posee, le roguemos insistentemente a esa persona para conseguir
lo que deseamos o lo que necesitamos; una insistencia a la que no pondría límites,
aunque es cierto que cuando tenemos la negativa por respuesta poco a poco
desistamos y lo demos por perdido.
Pero una cosa
es pedir en nuestra necesidad y otra cosa es escuchar lo que se nos pide. O
simplemente escuchar a alguien que viene contándonos sus problemas o cosas de
su vida; al final aunque aparentemente quizá por educación o delicadeza parezca
que estamos atentos, en el fondo estamos haciendo oídos sordos a aquello que
nos cuentan o que nos piden. Pronto nos cansamos de escuchar.
Y todos
tenemos necesidad de que ser escuchados, pero sabemos bien que muchas veces nos
vamos encontrando un mundo de sordos, pero sordos interesados; escuchamos lo
que nos apetece o lo que nos conviene. En un mundo en que se dan las
comunicaciones hoy de forma instantánea de un lado a otro del mundo, quizá
vivimos incomunicados con los que tenemos más cerca.
Cuánta
necesidad tenemos de ser escuchados, cuanto se necesita saber escuchar para
poder entrar en una buena relacion en la vida; ese no escucharnos puede crear
tensiones como puede crear indiferencia e insolidaridad en nuestro corazón, o
ser fruto de ello.
Hoy en el evangelio se nos dice que para enseñarnos Jesús cómo debemos orar con perseverancia sin desfallecer les propuso una parábola. Y habla de la viuda que pide insistentemente justicia a un juez que sus maneras no son precisamente las de un juez que obra con justicia, porque no quiere escuchar ni atender las peticiones de aquella mujer, pero que al final ante la insistencia de la viuda escuchó y atendió su petición. Normalmente la interpretación que hacemos de esta parábola es constatar la insistencia de aquella mujer, como modelo de nuestra insistencia en nuestras peticiones en la oración que al final siempre seremos escuchados. Pero ¿no nos querrá decir algo más la parábola?
Partimos muchas
veces del concepto de oración como de petición; oramos porque vamos a pedir
algo. Pero la oración es algo más. La oración tiene que ser encuentro; la
oración es diálogo del hombre con Dios. No es que nosotros pidamos y Dios nos
escuche, sino que en toda verdadera oración ha de estar por nuestra parte esa
actitud de humilde escucha ante Dios. ¿Será algo que hacemos? ¿No tendríamos
que abundar en este aspecto de una verdadera oración donde de verdad nosotros
nos pongamos en actitud de escuchar a Dios?
Si antes
hablábamos de esa necesidad de escucha que tenemos nosotros, de escuchar y de
ser escuchados para que haya una verdadera y humana comunicación entre nosotros
¿no tendríamos que aplicar eso también a nuestra oración como escucha de Dios
en nuestro corazón?
Eso tendría
que ser así siempre en nuestra oración personal, pero esto es lo que tendría
que ser siempre nuestra oración comunitaria. Realmente se nos ofrece, porque
siempre se nos ofrece la Palabra de Dios que hemos de escuchar, pero pensemos
si acaso cuando venimos a nuestras celebraciones no vendremos más preocupados
por lo que hoy tenemos que pedirle a Dios, por aquellas personas o cosas por
las que hemos de pedir, pero no estamos tan preocupados y atentos para abrir
nuestro corazón y escuchar aquello que el Señor quiere comunicarnos.
Que cuando
salgamos de nuestra oración, cuando salgamos de nuestras celebraciones llevemos
muy claro qué es lo que el Señor hoy ha querido transmitirnos, decirnos allá en
lo más hondo de nuestro corazón.
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