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sábado, 13 de noviembre de 2021

Que cuando salgamos de nuestra oración, cuando salgamos de nuestras celebraciones llevemos muy claro qué es lo que el Señor ha querido transmitirnos en nuestro encuentro con El

 


Que cuando salgamos de nuestra oración, cuando salgamos de nuestras celebraciones llevemos muy claro qué es lo que el Señor ha querido transmitirnos en nuestro encuentro con El

Sabiduría 18,14-16; 19,6-9; Sal 104;  Lucas 18,1-8

Normal es que cuando necesitamos urgentemente una cosa y sabemos que podemos obtenerla de alguien que la posee, le roguemos insistentemente a esa persona para conseguir lo que deseamos o lo que necesitamos; una insistencia a la que no pondría límites, aunque es cierto que cuando tenemos la negativa por respuesta poco a poco desistamos y lo demos por perdido.

Pero una cosa es pedir en nuestra necesidad y otra cosa es escuchar lo que se nos pide. O simplemente escuchar a alguien que viene contándonos sus problemas o cosas de su vida; al final aunque aparentemente quizá por educación o delicadeza parezca que estamos atentos, en el fondo estamos haciendo oídos sordos a aquello que nos cuentan o que nos piden. Pronto nos cansamos de escuchar.

Y todos tenemos necesidad de que ser escuchados, pero sabemos bien que muchas veces nos vamos encontrando un mundo de sordos, pero sordos interesados; escuchamos lo que nos apetece o lo que nos conviene. En un mundo en que se dan las comunicaciones hoy de forma instantánea de un lado a otro del mundo, quizá vivimos incomunicados con los que tenemos más cerca.

Cuánta necesidad tenemos de ser escuchados, cuanto se necesita saber escuchar para poder entrar en una buena relacion en la vida; ese no escucharnos puede crear tensiones como puede crear indiferencia e insolidaridad en nuestro corazón, o ser fruto de ello.


Hoy en el evangelio se nos dice que para enseñarnos Jesús cómo debemos orar con perseverancia sin desfallecer les propuso una parábola. Y habla de la viuda que pide insistentemente justicia a un juez que sus maneras no son precisamente las de un juez que obra con justicia, porque no quiere escuchar ni atender las peticiones de aquella mujer, pero que al final ante la insistencia de la viuda escuchó y atendió su petición. Normalmente la interpretación que hacemos de esta parábola es constatar la insistencia de aquella mujer, como modelo de nuestra insistencia en nuestras peticiones en la oración que al final siempre seremos escuchados. Pero ¿no nos querrá decir algo más la parábola?

Partimos muchas veces del concepto de oración como de petición; oramos porque vamos a pedir algo. Pero la oración es algo más. La oración tiene que ser encuentro; la oración es diálogo del hombre con Dios. No es que nosotros pidamos y Dios nos escuche, sino que en toda verdadera oración ha de estar por nuestra parte esa actitud de humilde escucha ante Dios. ¿Será algo que hacemos? ¿No tendríamos que abundar en este aspecto de una verdadera oración donde de verdad nosotros nos pongamos en actitud de escuchar a Dios?

Si antes hablábamos de esa necesidad de escucha que tenemos nosotros, de escuchar y de ser escuchados para que haya una verdadera y humana comunicación entre nosotros ¿no tendríamos que aplicar eso también a nuestra oración como escucha de Dios en nuestro corazón?

Eso tendría que ser así siempre en nuestra oración personal, pero esto es lo que tendría que ser siempre nuestra oración comunitaria. Realmente se nos ofrece, porque siempre se nos ofrece la Palabra de Dios que hemos de escuchar, pero pensemos si acaso cuando venimos a nuestras celebraciones no vendremos más preocupados por lo que hoy tenemos que pedirle a Dios, por aquellas personas o cosas por las que hemos de pedir, pero no estamos tan preocupados y atentos para abrir nuestro corazón y escuchar aquello que el Señor quiere comunicarnos.

Que cuando salgamos de nuestra oración, cuando salgamos de nuestras celebraciones llevemos muy claro qué es lo que el Señor hoy ha querido transmitirnos, decirnos allá en lo más hondo de nuestro corazón.

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