En
medio de las dudas y las sombras, en medio de las luchas y los desánimos, en
los momentos de debilidad, no temamos gritar al Señor ‘Auméntanos la fe’
Sabiduría 1,1-7; Sal 138; Lucas 17,1-6
Hay ocasiones
en que la vida se nos hace cuesta arriba, van surgiendo dificultades por todas
partes en aquello que queremos emprender o por lo que estamos esforzándonos, de
manera que fácilmente nos puede entrar el desaliento, sentirnos cansados y sin
ánimos, nos parece que nos tenemos fuerzas para mantenernos en la lucha por
conseguir nuestros objetivos, nos dan ganas de abandonar, de marcharnos para
otro sitio, de olvidarnos de aquello que eran nuestros sueños.
Qué bueno
cuando sentimos una mano amigo que se posa sobre nuestro hombro y nos da
ánimos, o sentimos la presencia del amigo que persevera a nuestro lado cuando a
nosotros nos parece que todo está oscuro; triste es el que no tiene esa mano
amiga sobre su hombre, o no tiene siente a nadie amigo que le acompañe en esos
momentos.
¿A quien
acudimos? ¿Con quién podemos contar? ¿Dónde encontraremos esa fuerza para
seguir en la búsqueda y consecución de nuestros sueños y de nuestras metas?
¿Dónde encontraremos esa fe en nosotros mismos y esa confianza para seguir
esperando que un día finalmente se vea la luz?
Algunas veces
no nos bastan los recursos humanos, no nos es suficiente tampoco esa persona
amiga que está a nuestro lado, y necesitamos elevarnos, mirar más a lo alto,
buscar lo sobrenatural que nos hace elevarnos, necesitamos la fe. Triste es el
que se encuentra en tal valle de oscuridad que también ha perdido la fe, porque
se ve quizá abocado a la desesperación viendo la vida como una tragedia. Muchos
podemos encontrar caminando como locos sin rumbo en la vida, sin dejar que les
ilumine la luz de la fe.
¿Cómo se encontraban
los discípulos cuando escuchaban los planteamientos que Jesús les hacía? Ellos
también dudaban de sus fuerzas, de poder comprender plenamente las palabras de
Jesús, de no sentirse desconcertados cuando descubrían que lo que Jesús les
estaba planteando era algo nuevo que les exigía cambiar muchos chips de su
vida.
En lo que hoy hemos escuchado Jesús les previene del daño que pueden hacer a los demás con sus posturas erróneas, equivocadas o en cierto modo inmorales en los que se pueden ver envueltos en sus propias debilidades; pero Jesús les plantea también unas actitudes nuevas ante los demás cuando les habla de perdón, y de un perdón que se ha de ofrecer generosamente siempre.
Ya en alguna ocasión saldrá Pedro
por allí preguntando que si son suficiente siete veces las que tenga que
otorgar el perdón al que le haya podido ofender, ahora Jesús insiste y nos
habla de esa necesaria generosidad del corazón para perdonar siempre.
Se sienten
desconcertados, porque hasta entonces lo que quizá habían escuchado en la
sinagoga o a los maestros de la ley parecía que les permitía poner un número
limitado de veces en las que tenían que conceder el perdón e incluso poder
poner algunas condiciones. Pero lo de Jesús es nuevo. Por eso surge casi
espontáneamente la petición: ‘Auméntanos la fe’.
¿Tendremos
que pedirlo nosotros también? ¿Nos sentiremos en ocasiones desconcertados ante
la novedad del evangelio de Jesús o también quizá por aquellas cosas que
podemos ver en los demás que nos pueden hacer daño? Claro que tenemos que pedir
que el Señor nos aumente la fe. No es cosa nuestra solamente, aunque tenemos
que poner nuestra parte.
Es un don
sobrenatural que Dios nos concede, pone en nuestro corazón. Es con la gracia
del Señor como podemos predisponernos para el perdón, descubrir y sentir lo que
es la grandeza del perdón para poder otorgarlo generosamente a quien nos haya
ofendido o nos haya hecho daño.
Es una
actitud que tenemos que saber cultivar en nuestro corazón, porque muchas cosas
nos debilitan, muchas cosas aparecen en nuestro entorno que no nos llevan
precisamente a la generosidad de ese perdón; muchas cosas se nos meten en el
corazón con nuestro amor propio y con nuestros orgullos que nos impiden esa
generosidad. Por eso tenemos que pedirle al Señor, sí, que nos aumente la fe.
Ya nos dice Jesús que si tuviéramos fe como un grano de mostaza seríamos capaces de mover montañas o hacer que una morera solamente por la fuerza de nuestra palabra se trasplantara de donde está a plantarse en el mar.
En medio de esas dudas y esas
sombras que nos aparecen en la vida, en medio de esas luchas en que nos
sentimos desanimados y a punto de arrojar la toalla, en esos momentos de
debilidad que se nos viene todo encima, no temamos gritar al Señor para que nos
dé esa luz y esa fuerza que necesitamos, para que nos conceda ese don de la fe.
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