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viernes, 12 de noviembre de 2021

Que se nos abran los ojos de la fe y vuelva a brotar fuerte la esperanza en el corazón para que aun en medio de la angustia escuchemos su voz que nos dice ‘no temáis, soy yo’

 


Que se nos abran los ojos de la fe y vuelva a brotar fuerte la esperanza en el corazón para que aun en medio de la angustia escuchemos su voz que nos dice ‘no temáis, soy yo’

Sabiduría 13,1-9; Sal 18; Lucas 17,26-37

Hay textos en el evangelio que en algunas ocasiones nos desconciertan y pudieran  hacer aflorar en nosotros miedos, angustias, desconfianzas. Lo que nos habla Jesús hoy en el evangelio en una primera lectura nos pudiera parecer catastrófico, apocalíptico en el sentido más vulgar por así decirlo de la palabra – como podemos ver por otros lugares lo de apocalíptico tiene otro sentido de esperanza – porque parece que no hace otra cosa que anunciarnos catástrofes, destrucción y muerte.

Os confieso que al ir leyendo el texto para hacer esta reflexión me vino a la mente lo que en estos días están sufriendo muchas personas con el volcán surgido en la isla de la Palma, aquí cercana a nosotros. Prácticamente de forma inesperada – aunque los científicos hacían sus cálculos y sus estudios como siguen haciéndolo – surgió esa llamarada de destrucción que es un volcán con esa lava destructora que todo lo inunda y ante la cual nada podemos hacer.

Lo que nos dice hoy el evangelio de salir con lo puesto, de no volver a sus casas a recoger nada, lo de quedar todo roto y destruido parece una descripción demasiado literal de lo que allí está sucediendo. ‘Como sucedió en los tiempos de Lot’ nos recuerda Jesús, ‘asi serán también los días del Hijo del Hombre’. Pero no quiero sacar conclusiones terroríficas que nos llenen de temor. El evangelio nunca es para eso, siempre nos dirá Jesús, ‘No temáis, soy yo’.

Momentos de angustia y desolación, como la que están viviendo estas gentes; momentos de angustia ante lo impredecible y de desesperanza ante el futuro. Momentos en que es necesaria una fortaleza muy grande y una serenidad de espíritu para no aturdirnos ni acobardarnos; momentos que pueden ser una llamada a renacer y hacer surgir en nuestros corazones lo mejor de nosotros mismos, desde la solidaridad de los unos con los otros en el mismo sufrimiento, y desde una esperanza que quiere renacer de algo nuevo que en el futuro se puede realizar.

¿Y qué nos quiere decir Jesús con estas palabras tan apocalípticas y tan catastróficas que hoy nos ha pronunciado y llega como palabra de Dios en el ahora de lo que estamos viviendo o nos puede tocar vivir en un momento determinado? Siempre las palabras de Jesús son una invitación a la vigilancia para estar preparados ante lo que nos ha de devenir en cualquier momento, y son palabras que nos invitan a la esperanza.

Estas palabras de Jesús, que no podemos escuchar nunca aisladas del resto del evangelio, conectan con lo que nos habla del juicio final donde un día hemos de comparecer y precisamente se nos va a examinar del amor. ¿No querrán despertar en nosotros ese amor que con tanta intensidad hemos de vivir siempre en nuestra relación con los demás, porque todo lo que le hagamos al otro es como si a El se lo hubiéramos hecho?

Viene el Señor a nuestras vidas, y como tantas veces nos dice, ‘no sabemos el día ni la hora’. Y como tantas veces hemos reflexionado el Señor se nos manifiesta en las cosas quizás que menos esperamos, en los acontecimientos de la vida, unas veces agradables y otras veces no tanto. Soñaríamos quizás con apariciones milagrosas, cuando estamos angustiados estaríamos deseando un milagro extraordinario, pero la vida sigue, los acontecimientos se suceden unos tras otros, pero detrás de todo eso hemos de descubrir los caminos del Señor. No siempre es fácil. Muchas veces nos sentimos aturdidos. En ocasiones perdemos la esperanza, pero es ahí donde tiene que manifestarse la madurez de nuestra fe, la fortaleza de nuestra esperanza, la intensidad de nuestro amor.

Es una lectura que tenemos que saber hacer en los tiempos dolorosos de la vida que podamos estar viviendo. Que se nos abran los ojos de la fe, que vuelva a brotar fuerte la esperanza en el corazón.

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