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viernes, 13 de diciembre de 2013

Rectitud, sinceridad y apertura del corazón ante el Señor que viene con su salvación

Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
La palabra de Dios que cada día vamos escuchando, si lo hacemos con verdadera sinceridad y apertura del corazón, no solo nos va ayudando a nuestro crecimiento y maduración en la fe sino que además nos ayudará a madurar humanamente como personas.
No la podemos escuchar solamente como algo meramente ritual que dentro de un rito se nos proclama, sino como lo es en verdad  como Palabra que el Señor nos dirige para alimentar nuestra vida en todos los aspectos y sentidos de nuestra existencia. Por eso hablamos también de esa maduración humana como personas, porque nos hace reflexionar, nos hace repasar nuestra vida, mirarla con unos nuevos ojos, nos hace revisar actitudes, posturas, acciones que vamos realizando.
Es una tentación fácil que podemos tener el simplemente estar y sabemos que ahora toca hacer unas lecturas, y allí está el lector proclamándolas, mientras nosotros en nuestra mente andamos por otros caminos u otros pensamientos, con otras preocupaciones o anhelos quizá deseando que pase el tiempo para que todo esto termine de una vez. Esto es algo que tenemos que cuidar mucho, porque además nos estaría indicando una debilidad grande de nuestra fe. De ahí entonces no solo la atención sino la actitud profunda de fe que hemos de tener ante la Palabra del Señor, que es, como decimos, Palabra que el Señor nos dirige en el aquí y ahora de nuestra vida.
Ahora mientras vamos haciendo este camino de adviento, como preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, que es preparación de nuestro corazón para ese encuentro del Señor que viene a nosotros con su salvación, los textos que se nos van proclamando cada día nos dan ocasión de muchas reflexiones y revisiones de nuestra vida.
Con lo que hoy nos dice Jesús en el Evangelio - y está comentando la actitud que tienen  muchos ante su presencia, su actuar y su predicación - nos ayuda a analizar la rectitud, por ejemplo, con que nosotros vamos actuando en nuestra vida. Bien sabemos cómo hay personas que siempre andan en la desconfianza y en el recelo; desconfían de todo y de todos; siempre están viendo en los demás dobles intenciones o intereses escondidos; parece como si fueran siempre a la contra con los demás, si uno dice negro ellos dirán blanco y así en muchas actitudes y posturas.
Qué malo es andar en la vida con esas desconfianzas, porque además personas así terminarán porque tampoco merezcan nuestra confianza, porque siempre las estamos viendo con recelos y la convivencia y armonía se hará difícil. Jesús les dice hoy en el evangelio que son como niños por su inmadurez. Que si unos dicen ahora toca jugar y divertirnos, ellos estarán buscando ruido, como solemos decir, para amargar la vida de los demás; así podríamos traducir lo que Jesús dice: ‘Hemos cantado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado’. Siempre a la contra.
Y eso lo aplica Jesús a la reacción de la gente de su tiempo tanto en relación con Juan el Bautista, como con el  mismo Hijo del Hombre. Les costaba aceptar la austeridad de Juan y allá andaban también con sus desconfianzas. Ya conocemos por otros lugares del evangelio como le enviaban embajadas desde Jerusalén preguntándole el por qué bautizaba si no era ni el Mesías ni un profeta. Y de Jesús también tienen la misma desconfianza, porque come con publicanos y pecadores lo llaman poco menos que comilón y borracho, amigo publicanos y pecadores.
Nos ayuda pensar en la rectitud de corazón, en la sinceridad con que tenemos que acercarnos a El y prepararnos de verdad para su venida, y como no tenemos que tener esas reticencias que algunas veces nos aparecen ahí en el corazón hacia la Palabra del Señor o hacia la predicación de la Iglesia. Cuantas interpretaciones nos hacemos a nuestra manera del mensaje de Jesús y de la enseñanza de la Iglesia. Pero nos enseña Jesús como también tenemos que actuar con esa rectitud y sinceridad en el trato que tenemos con los demás. En fin de cuentas tenemos que mirarnos unos a otros como unos hermanos que tendríamos que amarnos sinceramente. Que estas cosas calen en nuestro corazón y nos ayuden a madurar por dentro de verdad, como decíamos al principio.


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