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jueves, 12 de diciembre de 2013

El más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que Juan Bautista

 Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15
Hermosa tarjeta de presentación que nos hace Jesús de Juan el Bautista. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista’. Su misión era grande, ser el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor. ‘Profeta y más que profeta’, como diría Jesús de él en otra ocasión, el último de los profetas del Antiguo Testamento y que venía a ser como el enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; imagen de Elías que había de venir para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto - ‘él es Elías que había de venir, con tal que queráis admitirlo’ -; hombre y profeta de una fidelidad total para llegar hasta el martirio.
La liturgia del Adviento nos va introduciendo poco a poco la figura de Juan para que también nosotros preparemos los caminos del Señor, escuchando su voz - era la voz que grita en el desierto para preparar el camino del Señor - y contemplando su austeridad y penitencia que nos ayude a nosotros en ese purificar nuestro corazón para el encuentro vivo con el Señor que viene a nosotros con su salvación. Ya lo iremos contemplando y escuchando en diversos momentos.
Pero hay algo más en las palabras de Jesús en esta presentación que hace del Bautista que nos pudiera desconcertar. Nos dice que no ha nacido de mujer uno más grande que él, pero a continuación añade que ‘el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él’. Y es que Jesús no deja continuamente de presentarnos lo que son los parámetros del Reino de los cielos; a continuación incluso nos dirá algo más.
¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos? Bien sabemos lo que nos enseñará Jesús y que nos viene bien recordar ahora cuando queremos prepararnos para su venida. El más grande es el que se hace más pequeño, el que se hace el último y el servidor de todos. Recordemos como lo explicaba una y otra vez a los discípulos cuando estaban luchando por grandezas y primeros puestos. No niega Jesús que Juan Bautista sea grande, porque ya nos dice que es grande, pero nos está señalando cuáles son las grandezas que nosotros hemos de buscar; la grandeza de la humildad, de la pequeñez y la del servicio, la grandeza del amor.
Esto nos puede servir bien de pauta para lo que hemos de preparar de verdad para la navidad que se acerca. No busquemos esplendores ni oropeles; no busquemos luces que brillen externamente, sino busquemos el verdadero y auténtico resplandor que hemos de poner en el corazón desde nuestra sencillez, desde nuestra humildad, desde nuestra austeridad, desde la solidaridad con que vivamos nuestra relación con los demás.
No estamos en momentos para despilfarros, pero es que nunca el cristiano seguidor de Jesús ha de caminar por caminos que busquen esos brillos y oropeles externos. Nuestra luz, la luz con que nosotros hemos de brillar siempre, es la luz del servicio y del amor. Si no somos capaces de poner esas actitudes en lo profundo de nuestro corazón podremos hacer muchas cosas en la navidad, pero ¿estaremos celebrando la verdadera navidad de quien nació pobre en un establo y a quienes primero se manifestó fue a unos humildes y pobres pastores que estaban cuidando sus rebaños en los alrededores de Belén?
A continuación nos dice algo más en referencia al Reino de los cielos al que queremos pertenecer. Padece violencia y solo los esforzados podrán alcanzarlo. No se nos da el Reino de los cielos así por las buenas de cualquier manera. Querer vivir el Reino de Dios supone que por nuestra parte queremos dejarnos transformar por el Señor y serán muchas las cosas que en nuestra vida habrá que cambiar y renovar.
Muchas veces nos hacemos unas ideas de las cosas en nuestra cabeza pero luego la Palabra del Señor nos ilumina y nos ayuda a descubrir que hay que darle otra profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos. Y eso nos exigirá deseos de cambio en nuestro corazón, muchas cosas quizá que tenemos que cambiar en nuestra mente y en nuestra vida, muchas cosas de las que tenemos que arrancarnos. Y eso nos costará, nos dolerá en el alma.

Es necesario algo más que un buen deseo, porque es poner de nuestra parte esa apertura de nuestro corazón, pero también ese esfuerzo que hemos de realizar para cambiar y mejorar muchas cosas de nuestra vida. Los esforzados, como nos dice el Señor, son los que lo alcanzarán. En ese camino de renovación, de cambio, de conversión, de superación que hemos de emprender pensemos que no andamos solos, porque con nosotros estará siempre la gracia del Señor, la fuerza de su Espíritu.

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