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martes, 10 de diciembre de 2013

El consuelo y la ternura del amor de Dios que viene con su salvación

Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
Es una palabra de consuelo y de ánimo la que escuchamos hoy en los textos proclamados de la Palabra del Señor. La Palabra de Dios siempre tiene la virtud, el poder y la fuerza, de llegar a nuestro corazón haciéndonos gustar el amor que el Señor nos tiene y siendo luz y alimento para nuestra vida en cualquiera que sea la circunstancia en que nos encontremos. 
Hoy comienza el profeta invitándonos a esa palabra de consolación y de esperanza porque nos anuncia cómo llega el Señor con todo su poder pero derramando sobre nosotros la misericordia y el perdón. ‘Consolad a  mi pueblo… habladle al corazón…’ nos decía el profeta. Es una palabra que nos hace gustar la ternura de Dios que nos dice que ya está cancelada nuestra deuda y nuestra culpa, y es el que amor del Señor es así siempre generoso con nosotros. Pero completando ese anuncio terminará proponiéndonos una imagen llena de ternura y de cariño cuando se compara con el pastor que apacienta su rebaño, lo cuida y lo reúne y finalmente le vemos traer en brazos a los corderos, cuidando al mismo tiempo a las madres.
Es de lo que nos vendrá a hablar Jesús en el Evangelio. Habla del pastor que tiene cien ovejas y se le pierde una, una sola, y guarda a las noventa y nueve en el aprisco para ir a buscar a la oveja que se le había perdido. Y nos habla de la alegría del pastor cuando la encuentra, que lo voceará y comunicará a los amigos porque ‘hay más alegría por esa oveja que se le había perdido y ha encontrado que por las noventa y nueve que no se habían extraviado’. Y termina Jesús hablándonos de nuestro Padre del cielo: ‘no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños’.
Es la imagen que contemplamos continuamente en Jesús a lo largo del Evangelio y, si miramos con ojos de fe nuestra vida, reconoceremos que eso lo hemos experimentado muchas veces en nuestra propia vida. Cómo el Señor nos busca y nos llama, se vale de muchas cosas, de muchas personas quizá, de muchas circunstancias para llamar a nuestro corazón cuando nos encerramos en nuestro pecado y nos alejamos de El. Estamos experimentando continuamente esa ternura y misericordia del Señor.
Claro que cuando sentimos ese amor de Dios en nuestra vida que nos busca y nos perdona, que mantiene continuamente su amor sobre nosotros, nos sentimos obligados a algo. La respuesta nuestra tiene que ser la del amor, corresponder al amor de Dios con nuestro amor, pequeño y humilde, pero amor que queremos poner en todo lo que hacemos y en todo lo que vivimos. Un amor, tras  experimentar ese perdón del Señor, que moverá nuestros corazones a cambiar nuestra vida, nuestras actitudes, nuestros comportamientos.
Es lo que hoy escuchamos también en la Palabra del Señor en este camino de Adviento que estamos recorriendo. El profeta nos está anunciando a aquel que va a venir como Precursor del Mesías a preparar los caminos del Señor. Continuamente nos irá apareciendo la figura del Bautista ahora en este tiempo e iremos escuchando su mensaje. Lo hubiéramos escuchado ya el pasado domingo de no haber celebrado la fiesta de la Inmaculada, pero seguirá haciéndose presente.
Hoy Isaías nos ha recordado lo que luego escucharemos y veremos de forma muy concreta en las palabras y en el actuar de Juan allá en el Jordán. ‘En el desierto preparadle un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios…’ Son los caminos de Dios que viene a nuestra vida trayéndonos su salvación. Caminos que hemos de enderezar, valles y colinas que hemos de abajar e igualar, porque llega la gloria del Señor. ‘Llega el Señor con poder’, como hemos repetido también en el salmo, pero ese poder del Señor se nos manifiesta en el amor y en la ternura que contemplábamos en el pastor que lleva en brazos sus corderos como expresaba el profeta, o que va a buscar la oveja perdida como nos dirá Jesús en el evangelio.

Que nuestra vida se sienta movida al amor y a la conversión al Señor desde esa ternura de Dios para con nosotros. Hagamos con sinceridad ese camino de conversión que nos lleve hasta Dios.

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