Una experiencia nueva de perdón que
nos llena de salud y vida
Is. 35, 1-10; Sal. 84; Lc. 5, 17-26
La liturgia nos va ofreciendo cada día los textos de la
Palabra del Señor que más nos ayuden y nos iluminen este camino de preparación
para la celebración de la Navidad que es el tiempo del Adviento; por una parte
con los profetas, pero también con los diversos textos del Evangelio.
Esperamos la venida del Señor, porque esa ha de ser
siempre una actitud de esperanza que hemos de vivir en nuestra vida en la perspectiva,
por una parte de su venida al final de los tiempos, pero celebrando, haciendo
memorial de su venida en la carne, el nacimiento del Jesús sentimos como el
Señor se va haciendo presente en el día a día de nuestra vida con sus luchas y
con sus problemas, con sus momentos de dicha como también en los momentos
dolorosos que vamos viviendo.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que ‘enseñando rodeado de fariseos y maestros de
la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén, y el poder
del Espíritu le impulsaba a curar’. Es cuando se acercan unos hombres que
traen en camilla a un paralítico para que lo cure. Ya hemos escuchado las
circunstancias por las que al final terminando bajándolo desde el techo, donde han abierto un boquete, para hacerlo
llegar a los pies de Jesús.
Vienen con un hombre con su problema, su discapacidad,
su enfermedad. Lo que quieren es que Jesús lo cure. Vayamos viéndonos nosotros
reflejado en este hecho. Venimos a Jesús, con nuestros problemas y nuestras
necesidades; serán nuestros dolores y sufrimientos de tipo corporal, serán
otros problemas que nos agobian en la vida, como tantos que viven situaciones
difíciles y penosas como sucede en nuestro entorno. Nos acercamos a Jesús y
¿qué le pedimos? Lo más natural, que nos ayude en esa situación, en esos
problemas, en esas necesidades, en esos sufrimientos.
Cuando llega a los pies de Jesús aquel paralítico ‘viendo la fe que tenían, le dice: hombre,
tus pecados están perdonados’. Venían con fe, lo manifiesta el hecho de traerlo,
las peripecias y ardides que tuvieron que emplear para hacerlo llegar hasta
Jesús, dada la cantidad de gente que se agolpaba. Pero lo que deseaban era la
salud para aquel hombre, la recuperación del movimiento de sus miembros. Y
Jesús no le cura de esa enfermedad, más bien, lo único que le dice es que sus
pecados están perdonados.
Surge la sorpresa y el murmullo. Jesús está haciendo
algo distinto a lo que pedían. Pero ¿quién era Jesús para atreverse a decir que
sus pecados estaban perdonados? Murmuraban por allí los religiosos de siempre
que se las saben todas. Además ¿qué podía afectar eso al problema que para
ellos era más real que traía aquel hombre que era su invalidez?
Pero Jesús está señalando que el mal que El quiere
curar en el hombre y en el mundo es algo mucho más hondo, y que ese sí que
anquilosa nuestra vida, nos inutiliza para una vida digna y para un mundo
mejor. Jesús sí puede hacer que las cosas cambien más profundamente y el perdón
que El ofrece es precisamente signo de ello.
Quien recibe el perdón, quien se siente perdonado
sentirá que su vida es nueva, que tendrá otra forma nueva de actuar y de vivir,
que las relaciones entre unos y otros tienen otra perspectiva y otro sentido,
que podemos hacer en verdad que el mundo se transforme y sea nuevo haciendo
desaparecer muchos sufrimientos. El perdón no es una cosa mágica que hagan
sobre nosotros pero si tiene un sentido sobrenatural que va a transformar
nuestro corazón y darnos una nueva felicidad.
Quien se siente perdonado tiene un nuevo brillo en sus
ojos y la alegría llena su alma de manera que mirará las cosas y las personas
de una forma distinta y esa alegría querrá contagiarla a los demás. Creo que
tendríamos que reflexionar mucho sobre la hondura de un perdón verdadero para
que cuando vayamos al encuentro del Señor que viene a perdonarnos lo vivamos
con un nuevo sentido y con menos rutina.
Porque no calamos lo suficiente lo que significa
perdonar y ser perdonado es por lo que tantas veces salimos del sacramento del
perdón tan fríos como antes y sin sentir que nuestra vida se transforma. Es una
experiencia sobrenatural y gloriosa la que tendríamos que vivir cada vez que
somos perdonados, como cuando somos valientes y generosos para ofrecer también
el perdón a los demás. Dios nos perdona porque sigue creyendo en nosotros y
esperando que en verdad lo que le prometemos de una vida nueva y mejor será en
verdad una realidad en nuestra vida.
Aquel hombre se levantará de su camilla en la presencia
de Jesús porque se sentirá profundamente curado y todos saldrán al final dando
gracias y dando gloria a Dios. ¿No tendríamos que salir así dando saltos de
alegría de la presencia del Señor cuando nos acercamos a El en el Sacramento de
la Penitencia y recibimos su perdón?
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