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martes, 17 de junio de 2014

Un ideal de amor que no apto para mediocres amando incluso a nuestros enemigos y rezando por ellos

Un ideal de amor que no apto para mediocres amando incluso a nuestros enemigos y rezando por ellos

1Reyes, 21, 17-29; Sal. 50; Mt. 5, 43-48
El ideal o meta que nos va proponiendo Jesús en el evangelio va siendo cada vez más alto y es que tenemos que reconocer que el ideal que nos propone el evangelio no es para los mediocres ni para los que se van contentando con lo que buenamente salga o podamos hacer. Nunca nos pedirá el Señor nada que sea tan superior que no lo podamos alcanzar, porque además siempre podemos contar la fuerza de su gracia, la fuerza del Espíritu divino que nos ilumina y acompaña. Es el camino que nos propone hoy Jesús en el Evangelio.
Como se suele decir, cada vez se nos pone el listón más alto. Como los deportistas, verdaderos atletas que siempre quieren llegar más alto o más allá, lo que les exige un esfuerzo de superoración y un camino de entrenamiento para poder alcanzar sus metas; lo vemos en cualquiera de los deportes, pero clara tenemos la imagen delante de nuestros ojos del saltador de altura, al que se le va subiendo poco a poco la barra sobre la que tiene que saltar superándose cada vez más. Así, podemos decir, en nuestra vida cristiana.
Nos viene hablando Jesús del amor que hemos de tener a los demás en esa aceptación y respeto mutuo que todos nos debemos de tener; pero poco a poco nos va diciendo Jesús cuales son las cosas que tenemos que superar y el estilo del amor del que hemos de impregnar nuestra vida. Ya escuchábamos ayer que no podemos responder a la violencia o las ofensas que nos hagan con la misma medida, sino que tenemos que responder con un amor generoso. Hay nos pide algo más,  que es el amor a los enemigos o a los que nos hayan vituperado u ofendido.
No solo tenemos que amar al amigo o al que nos haga bien. Eso, nos dice Jesús, lo hace cualquiera, lo hacen también los paganos. En el que quiere vivir el Reino de Dios, quiere llamarse seguidor de Jesús,  el amor nos pide más. ‘Habéis oído que se os dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y haced el bien a quienes os odian y rezad por los que os persiguen y calumnian’. 
La meta nos la pone Jesús bien alta. Hacer el bien al que te haya hecho mal, amar al que se considera tu enemigo o al que tú tienes la tentación de verlo así por el daño que te haya podido hacer. No es fácil, tenemos que reconocer. Pero en algo tenemos que diferenciarnos los que hemos optado por el camino del Reino de Dios que es un camino de amor y de paz.
¿Quieres sentir paz en tu corazón cuando te han ofendido, te han tratado mal, te han hecho daño? Reza por esas personas.  ‘Rezad por los que os persiguen y calumnian’, nos dice Jesús. Si eres capaz de rezar por esas personas, vas a sentir paz en tu corazón. Haz la prueba, aunque te cueste, y verás como el Señor te bendice con su paz. Intenta rezar por ellos y comenzarás a ver las cosas de otra manera, comenzarás a ver a esas personas de otra manera, porque estarás comenzando a amarlas.
Ya sé que eso no es fácil, pero es la meta que Jesús propone a los valientes de corazón. Pero escuchemos lo que nos dice Jesús. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos’. ¿Vamos nosotros a enmendarle la plana a Dios? ‘Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿no hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?’
Y es que, como decíamos antes, el listón nos lo ha puesto bien alto. ‘Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. Nos habla de perfección. Por eso decíamos antes que esto no es para los mediocres. Nos habla de imitar a Dios, porque es con un amor como el de Dios con el que nosotros tenemos que amar.  Cuando meditábamos en el misterio de la Trinidad de Dios hablábamos de esa comunión de amor que hay entre las tres divinas personas, pero decíamos que nuestra fe en la Trinidad nos hacía entrar a nosotros en esa orbita del amor y de la comunión a imagen de la Santísima Trinidad. Es el amor que tiene que haber en nuestro corazón. Un amor que es posible porque Dios ha querido venir a habitar en nuestro corazón, y llenos de Dios estamos llenos de su amor. Esa es nuestra meta.

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