La búsqueda de los tesoros que den trascendencia a nuestra vida y nos hagan entrar en caminos de plenitud
2Reyes, 11, 1-4.9-18.20; Sal. 131; Mt. 6, 19-23
¿Dónde tenemos nuestro tesoro? Sería la pregunta que
nos hiciéramos al escuchar este evangelio. Una pregunta interesante, ¿cuáles
son nuestros tesoros? ¿cuáles son las preocupaciones fundamentales que tenemos
en la vida? ¿esas preocupaciones que tenemos significará que esos son nuestros
tesoros, aquello que nosotros valoramos más?
Leyendo atentamente el evangelio y fijándonos bien en
el mensaje de Jesús quizá tendríamos que afirmar que no hay nada de lo que se
nos diga que está aislado del resto del evangelio o del resto del mensaje de Jesús.
En fin de cuentas uno es el mensaje de salvación que nos ofrece Jesús y lo que
nos va enseñando en el evangelio que nos ayudará a vivir ese mensaje salvador
siempre ha de estar profundamente relacionado.
En mi reflexión me gusta detenerme muchas veces cuando
estoy rumiando algún pasaje del evangelio en tratar de ver qué otros pasajes
son paralelos o nos están ofreciendo un mensaje semejante o complementario, porque
eso me ayuda a profundizar en el tema, fijarme en matices que se complementan
unos con otros y todo el mensaje en su conjunto nos ofrece una unidad completándose
plenamente así lo que Jesús quiere enseñarnos en el evangelio.
Comenzábamos nuestra reflexión preguntándonos por
nuestros tesoros, a raíz de lo que nos decía Jesús en referencia a la posesión
de riquezas o de bienes materiales. ‘Allí
donde está tu tesoro está tu corazón’, nos decía Jesús, pero antes nos había
dicho que amontonáramos tesoros, no donde la polilla se los carcome o los
ladrones pueden robarlos porque abren boquetes donde sea para conseguirlos,
sino que los amontonáramos en el cielo.
El afán de las cosas materiales, de la posesión de las
cosas y de las riquezas que tanto nos tienta. Nos parece que sin ello no podríamos
ser felices; y no es la posesión de unos bienes que nos hagan tener lo
necesario para conseguir una vida digna, sino que se convierte fácilmente en la
posesión avariciosa de bienes y de cosas que nos hace encerrarnos en nosotros
mismos o tener tanto afán en su posesión que se vuelven dioses de nuestra vida.
Cuántas cosas podríamos recordar de otros lugares del
evangelio. Y pensamos en el joven rico a quien un día Jesús a vender lo que tenía
para darlo a los pobres para seguir luego el camino del reino de Dios, pero no
fue capaz porque tenía muchas riquezas. O podemos pensar en la codicia de aquel
propietario que consiguió grandes cosechas y porque sus lagares y sus bodegas
estaban llenas a rebosar ya se sentía feliz y no tenía que hacer nada más, pero
aquella noche murió y de nada le sirvieron todas sus riquezas. Pensemos tambien la parábola del rico epulón y el pobre
Lázaro.
Ya nos dirá Jesús lo difícil que les será a los ricos
entrar en el reino de los cielos, de manera que más fácil le es entrar a un
camello por el ojo de una aguja. Será una insistencia de Jesús de que hemos de
desprendernos de apegos en el corazón que nos puedan impedir caminar el camino
del Reino de Dios. Seguir a Jesús con radicalidad nos exigirá dejar a un lado
todo lo que pudiera convertirse en un impedimento para nosotros, ya sean padres
o familia, ya sea casa o posesiones.
Y momento sublime de su mensaje es cuando nos propone
las bienaventuranzas. ‘Dichosos los
pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos’. Pero no nos ha de
extrañar este mensaje de Jesús que no son solo sus enseñanzas sino que fue su
vida, la vida de quien nació pobre en Belén sin tener una cuna donde ser
recostado, o lo que dirá de sí mismo que, mientras los animales silvestres
tienen sus guaridas o los pájaros sus nidos, el Hijo del Hombre no tiene donde
reclinar su cabeza. Desnudo le veremos desprendido de todo, hasta de su túnica,
en la cruz en la entrega suprema que hace de su vida.
Mientras nosotros los que seguimos a Jesús, que nos
llamamos sus discípulos, seguimos con nuestros afanes y apegos. Por eso el
mensaje que hoy nos da de que nuestros tesoros tengan en verdad trascendencia
eterna, porque será lo que de verdad va a llenar nuestro corazón de plenitud.
¿Dónde están, pues, nuestros tesoros? ¿Buscamos lo que de plenitud a nuestro
corazón? ¿Tenemos en verdad ansias de vida eterna?
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