Comencemos
a respetar, comprender, disculpar, descubrir lo
bueno que hay en las personas, colaborar en su crecimiento, pasos importantes
para vivir el amor cristiano
Levítico 19, 1-2. 17-18; Sal 102; 1Corintios
3, 16-23; Mateo 5, 38-48
Yo soy amigo de mis amigos, alardeamos
en los perfiles de las redes sociales. Somos buenos con nuestros amigos, si hay
que hacer un favor, se hace; nos gusta estar juntos y compartir nuestras cosas,
y si es muy amigo hasta llegamos a confidencias de lo que llevamos en nuestro
interior. Pero y si no es amigo, ¿qué pasa? Y si tampoco es amigo de tus amigos
¿cómo lo miras? ¿Qué estarías dispuesto a hacer?
Es bueno ser amigo de nuestros amigos y
de los amigos de nuestros amigos; es bueno ser humano los unos con los otros y
prestarnos esa ayuda y si es necesario defendernos; está bien eso de llevarse
con todos, pero claro nuestros amigos son nuestros amigos, y con ellos habrá
algo más especial. Podríamos decir que entrar en la normalidad de las
relaciones humanas entre unos y otros. Yo soy bueno decimos, y si no que
pregunten a mis amigos y conocidos. Y hasta alardeamos de que nos amamos como
nos dice Jesús.
Somos amigos y nos queremos. Pero ¿solo
en eso consiste el amor cristiano del que nos habla Jesús? Es aquí donde
tenemos que pararnos un poco para ver la sublimidad de lo que nos enseña y nos
pide Jesús. No es cualquier cosa. Mirando lo que son nuestras relaciones
normales entre unos y otros donde, como decimos, nos llevamos bien y nos
tratamos bien hasta… que no me ofendan, no me molesten, no me hagan daño en lo mío
o en mis cosas.
Somos buenos y nos queremos, pero
tenemos nuestros límites porque fácilmente nos sentimos heridos, fácilmente nos
aparece el rencor y nos volvemos vengativos, o al menos ya queremos tener
cuidado porque el que me la hizo una vez, no me la hace dos… Ya sabemos cómo
son nuestras reacciones, como aparecer nuestro ego y nuestro amor propio, y ya
no son todos amigos.
Valiente fue Jesús para que
precisamente en medio de aquel pueblo que tenían tan desarrollado su amor
propio y su orgullo nacional viniera a proponer lo que les estaba diciendo de
ese nuevo estilo del amor. Valientes tenemos que ser nosotros para que,
sabiendo como somos y sabiendo cual es el ambiente y el sentido de tantos a
nuestro alrededor, nos arriesguemos por Jesús, nos lancemos a querer vivir el
amor en los parámetros que El nos propone.
Y es que Jesús nos vendrá a decir que
los que le siguen no pueden contentarse con hacer como todos hacen. Saludar al
que te saluda, ser bueno y ayudar al que te ha ayudado lo hace cualquiera
aunque no se llame cristiano. Como dirá Jesús en el evangelio eso lo hacen también
los gentiles. Y es que Jesús nos está ofreciendo lo que podríamos llamar una
utopía, pero que no es un sueño simplemente sino que ha de ser la realidad de
lo que nosotros hemos de vivir.
Aquí está la sublimidad del evangelio,
de la Buena Nueva del Reino de Dios. Una buena nueva que tenemos que creer; una
buena nueva que para aceptarle tenemos que convertirnos de corazón. Por algo
insistiría Jesús tanto al principio de su predicación en la conversión del corazón,
en la vuelta que había que darle al corazón. Porque pensando lo que siempre
hemos pensado no es estar aceptando esa buena nueva, ese evangelio; viviendo
como siempre hemos vivido no es precisamente vivir el Reino de Dios.
Ese Reino del Dios compasivo y
misericordioso, de ese Dios que siempre nos ama y que nos enseña a amar de la
misma manera. Porque aceptar su Reino, reconocerle como Rey y Señor de nuestra
vida implica comenzar a vivir de una forma nueva, desde unos valores nuevos,
desde un estilo de amor nuevo cuyo modelo y ejemplo tenemos en Dios.
Por eso nos hablará Jesús del amor también
al que no es amigo o no se ha comportado como amigo contigo, amar también al
que nos agravia, amar también al que nos haya podido hacer daño, amar también al
que nos ha ofendido, amar a todo hombre porque es mi hermano porque también es
amado de Dios y Dios también lo quiere hacer y tener como hijo.
Por eso nos hablara Jesús también del
amor a los enemigos hasta el punto de a ellos también hacerles el bien, o como
nos dice concretamente, rezar por el enemigo, por el que te haya hecho daño. No
tienen cabida las venganzas ni los resentimientos; ya está superado aquello del
ojo por ojo y diente por diente que se había impuesto pero que al menos el que
se vengaba no se pasara sino solo exigiera una medida semejante; ahora ya no
cabe el que hagamos frente a aquel que nos ha agraviado y ya nos ponemos a la
distancia manteniendo nuestras reservas en el hablar o llevarnos con él. Ahora tendremos
que aprender a tratarlo como a un hermano y ser capaz hasta de perder la capa
por mantener intacta nuestra relacion con él.
Y es que Jesús nos pone el listón muy
alto y para ello tenemos que entrenarnos, porque todo no se consigue de una
vez. Algunas veces no se nos quita el peso de nuestra conciencia porque no
terminamos de ver con buenos ojos a aquel que nos ofendió y parece que nos
duele el corazón. Comencemos a dar pasos, comencemos a tener una mirada nueva,
comencemos a contemplar el amor que Dios nos tiene a pesar también de nuestras
propias debilidades y caídas, comencemos por rezar por aquel a quien nos cuesta
tragar, comencemos a respetar,
comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, para
colaborar en su crecimiento. Ya es comenzar a vivir un amor como nos
propone Jesús. Es mucho más que ser amigo de mis amigos.
Es un entrenamiento, pero con la mirada
puesta en la meta que nos presenta hoy Jesús. ‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen,
para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre
malos y buenos… Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial
es perfecto’.
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