Esa viña de nuestra vida que Dios tanto ha cuidado tiene que comenzar a dar frutos, los frutos de nuestra conversión, siempre los frutos del amor
Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
Asumir la propia historia algunas veces nos puede resultar difícil o
doloroso según desde la perspectiva que la miremos. Toda vida tiene sus luces y
sus sombras, sus aciertos y sus errores; quizá con el paso del tiempo y mirándola
desde el ahora no hubiéramos querido que fuera así, pero cuando fuimos viviendo
cada uno de sus momentos había sus circunstancias, teníamos nuestras luces o
nuestras confusiones, habían cosas que nos impulsaban a hacer algo que luego
nos dimos cuenta que fueron un error, o también conscientemente hicimos lo que
hicimos por los motivos que entonces tuviéramos.
Podemos sentirnos apesadumbrados y quizás arrepentidos cuando nos
damos cuenta del mal que hicimos o los errores que cometimos y nos pueda entrar
una cierta tristeza o amargura por no haber sabido hacerlo mejor; pero hay otra perspectiva desde la que tendríamos
que mirarla, sobre todo si nos sentimos
creyentes y somos capaces de aceptar que Dios va interviniendo y haciéndose
presente en nuestra vida aunque algunas veces tengamos tan cerrados los ojos
del alma que no lo percibimos.
Tras la historia de toda vida yo creo que hay una historia de amor, la
historia del amor que Dios siempre nos ha tenido y que mantenido en nosotros a
pesar de nuestros errores y hasta de nuestras pecados e infidelidades. Eso nos
tiene que hacer sentir de alguna manera la paz en el alma y llenarnos de
esperanza, porque si ahora sabemos descubrir esa acción amorosa de Dios en
nosotros sabemos que podemos cambiar, que podemos en verdad mejorar nuestra
vida. Es la fe que tenemos que poner para llenarnos del amor de Dios y tratar
de responder nosotros con amor.
Ahí está esa continua llamada de amor de Dios, aunque no siempre
sabemos reaccionar. De muchas maneras llega esa voz de Dios a nosotros. Ojos
atentos y oídos abiertos hemos de tener para ver y escuchar las señales que
Dios va poniendo a nuestro paso en el camino de la vida.
La parábola que hoy escuchamos en el evangelio fue esa llamada de
atención que Jesús hacia a los judíos de su tiempo recordándoles su historia,
pero queriendo hacerles comprender que siempre había estado presente esa
solicitud de Dios por su pueblo al que enviaba continuamente profetas que les
llamaban a convertir su corazón a Dios. Ahora los judíos, los sumos sacerdotes
y los principales del pueblo que le están escuchando una vez más se hacen los
oídos sordos para no escuchar, para no comprender aunque sabían bien que Jesús
hablaba por ellos.
Cuando nosotros hoy en este camino de cuaresma, que es un camino
continuo de llamamiento a la conversión de nuestro corazón hemos de saber estar
atentos a esa llamada del Señor. No nos podemos hacer odios sordos. Descubramos
las señales que Dios pone a nuestro lado. Cada uno tiene que abrir los ojos y
estar bien atento. Porque las señales que Dios nos pone están muy
personalizadas para nuestra vida concreta. Es nuestra historia, que como
decíamos nos cuesta asumir, pero miremos con la perspectiva del amor de Dios y
descubramos su amor, su llamada, su presencia. Esa viña de nuestra vida que
Dios tanto ha cuidado tiene que comenzar a dar frutos, primero que nada los
frutos de nuestra conversión, y siempre los frutos del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario