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jueves, 1 de marzo de 2018

Levantemos nuestro corazón a lo alto, busquemos de verdad una trascendencia para nuestra vida y escuchemos en nuestro interior la voz de Dios


Levantemos nuestro corazón a lo alto, busquemos de verdad una trascendencia para nuestra vida y escuchemos en nuestro interior la voz de Dios

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31

Con qué frecuencia nos sucede que nos damos cuenta de las cosas tarde. Vivimos afanados en nuestras cosas, en nuestras preocupaciones y no estamos atentos muchas veces a lo que pasa a nuestro alrededor. Casi no nos damos cuenta de los problemas que tienen los demás y reaccionamos tarde.
Vivimos tan en el presente de nuestros intereses que no le damos un futuro trascendente a lo que hacemos. Se nos pasa la vida enfrascados en las cosas materiales y lo espiritual lo vamos dejando a un lado restándole importancia y cuando vamos a reaccionar ya quizá pueda ser tarde. Lo material, los placeres momentáneos, las vanidades de la vida – y aquí cabrían muchas cosas que muchas veces nos esclavizan - nos envuelven y al final terminamos sin darle la profundidad a la vida que se merece, vivimos en demasiada superficialidad.
Creo que en todo esto nos quiere hacer pensar Jesús con la parábola que hoy se nos propone en el evangelio. Aquel hombre rico vivía tan enfrascado en sus riquezas, en su ostentación, en sus deseos de placer y de pasarlo bien que no era capaz de quien estaba tirado a la puerta viviendo en la más absoluta miseria. Muchas veces quizá lo sentía con un estorbo – porque quizá podría alterarle en su conciencia – cuando tenía que pasar por él y volvería su mirada hacia otro lado para no enterarse, como tantas veces nos pasa quizá a nosotros en la vida.
La parábola con la riqueza imaginativa de las imágenes nos habla del después, del después de la muerte y de la situación en que ambos luego se encontraban. Ahora se lamentaba aquel pobre hombre, porque al rico es al que tendríamos que llamarle así un pobre hombre, desde el abismo en que se encontraba de lo que no había hecho en su vida. Quería consuelo y no podía encontrarlo, quería alivio para su tormento pero para él no había alivio. Era el abismo de la muerte y del quedarse en la nada.
Ahora pensaba lo que podía haber sido su vida si antes lo hubiera hecho de otra manera, como nos pasa a nosotros tantas veces después de nuestros errores. Recuerda a los suyos y no quiere que a los suyos les pase igual. Quiere que Lázaro vaya a recordarles como deben comportarse. Como cuando tantas veces queremos apariciones sobrenaturales que nos digan lo que tenemos que hacer.
Y olvidamos que con nosotros tenemos siempre a nuestra mano la Palabra de Dios, y que el Espíritu del Señor va guiando nuestra vida e inspirándonos allá en nuestro corazón lo que tenemos que hacer. Pero hemos de saber estar atentos a esas mociones del Espíritu, levantar nuestro corazón a lo alto, buscar de verdad una trascendencia para nuestra vida, escuchar en nuestro interior la voz de Dios.
Cuidado, no nos hagamos sordos. Aprendamos a darle verdadero valor a lo que hacemos. Démosle trascendencia a nuestra vida, elevemos nuestro espíritu mirando a lo alto para sentir la inspiración del Espíritu, busquemos el alimento de la Palabra de Dios cada día, y de los sacramentos que nos llenan de la gracia del Señor.



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