Caminamos caminos de amor y de humildad porque la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás
Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12
Cómo nos gusta estar apareciendo siempre como maestros. Alguno me dirá
que eso no es cierto así; vale, de acuerdo, pero entendamos lo que quiero
decir. Siempre tenemos una palabra que decir, una opinión que dar, querer estar
diciendo como se hacen las cosas porque nosotros tenemos la razón o el secreto
para hacerlas siempre bien, ya sea en aspectos que afectan a la vida de la
sociedad, ya sea en cuestiones personales de los demás en donde queremos
exponer lo que nos parece que deben hacer; y corregimos, y llamamos la
atención, y decimos a la gente lo que tiene que hacer y nos estamos poniendo
siempre por encima. ¿No es en cierto modo estar queriendo convertirnos en
maestros de todo el mundo? Es una tentación fácil en la que podemos caer. Hay
gente que parece que en eso son especialistas.
Es cierto que nos tenemos que sentir responsables de la marcha de
nuestra sociedad y queremos siempre lo mejor en beneficio de todos; no podemos rehuir esa responsabilidad social
que todos tenemos; pero es ahí donde debería entrar un diálogo social con
serenidad para exponer nuestros puntos de vista y llegar a una confluencia para
hacer lo mejor aceptando que los demás pueden tener mejores razones que
nosotros.
Es cierto también que mutuamente tenemos que ayudarnos en el camino de
la vida y hay algo que se llama la corrección fraterna; pero será algo que
tenemos que hacer con toda delicadeza y respeto hacia la persona, hacia toda
persona, pero que nada nos da derecho a que impongamos nuestros puntos de
vista. La corrección fraterna exige un trato delicado y exquisito para no
violentar, para no herir, para no producir más daño que el mal que vemos que
quizá haya que corregir. Nos cuesta hacerlo bien, no siempre sabemos hacerlo,
porque pueden aparecer nuestros propios orgullos y vanidades con lo que lo
echaríamos todo a perder.
Son aspectos humanos en nuestras relaciones con los demás y en las
responsabilidades sociales que tenemos que son muy importantes. De una forma o
de otra pueden ir apareciendo en nuestro trato y convivencia con los demás
momentos en que pueden producirse roces, malos entendidos, tensiones entre unos
y otros que tenemos que cuidar para no perder esa buena armonía que tendría que
haber entre unos y otros.
Jesús nos previene, para que no dejemos meter falsos orgullos y
vanidades en nuestra vida que tanto daño nos hacen a nosotros mismos como también
a nuestra relación con aquellos con los que convivimos. No tienen que aparecer
esas vanidades en nuestra vida, nadie tiene que subirse en un pedestal para
tratar de estar por encima del otro, somos unos hermanos que caminamos juntos y
que somos capaces de darnos la mano, como también aceptar la mano que se nos
ofrece, para ayudarnos mutuamente en nuestro camino. Por eso lejos de nosotros
lo que nos pueda distanciarnos, hacernos o sentirnos extraños los unos a los
otros, o romper la armonía de nuestra convivencia.
A Jesús le vemos hoy previniendo a sus discípulos de aquellos falsos
doctores que podían surgir en medio de la comunidad, partiendo de la situación
creada por los doctores de la ley y los fariseos en su entorno. Cuando hacemos
el bien, cuando ayudamos a alguien, no lo hacemos buscando reconocimientos y
reverencias, como sucedía frecuentemente con los fariseos, buscadores de
primeros puestos, de asientos de honor o de reverencias de la gente.
Nuestro estilo, el estilo de los que seguimos a Jesús tiene que ser
otro. Caminamos caminos de amor y de humildad; la sencillez con que nos
manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás. Es el camino
que recorrió Jesús y es el camino que nosotros hemos de recorrer.
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