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martes, 27 de febrero de 2018

Caminamos caminos de amor y de humildad porque la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás

Caminamos caminos de amor y de humildad porque la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás

Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12

Cómo nos gusta estar apareciendo siempre como maestros. Alguno me dirá que eso no es cierto así; vale, de acuerdo, pero entendamos lo que quiero decir. Siempre tenemos una palabra que decir, una opinión que dar, querer estar diciendo como se hacen las cosas porque nosotros tenemos la razón o el secreto para hacerlas siempre bien, ya sea en aspectos que afectan a la vida de la sociedad, ya sea en cuestiones personales de los demás en donde queremos exponer lo que nos parece que deben hacer; y corregimos, y llamamos la atención, y decimos a la gente lo que tiene que hacer y nos estamos poniendo siempre por encima. ¿No es en cierto modo estar queriendo convertirnos en maestros de todo el mundo? Es una tentación fácil en la que podemos caer. Hay gente que parece que en eso son especialistas.
Es cierto que nos tenemos que sentir responsables de la marcha de nuestra sociedad y queremos siempre lo mejor en beneficio de todos;  no podemos rehuir esa responsabilidad social que todos tenemos; pero es ahí donde debería entrar un diálogo social con serenidad para exponer nuestros puntos de vista y llegar a una confluencia para hacer lo mejor aceptando que los demás pueden tener mejores razones que nosotros.
Es cierto también que mutuamente tenemos que ayudarnos en el camino de la vida y hay algo que se llama la corrección fraterna; pero será algo que tenemos que hacer con toda delicadeza y respeto hacia la persona, hacia toda persona, pero que nada nos da derecho a que impongamos nuestros puntos de vista. La corrección fraterna exige un trato delicado y exquisito para no violentar, para no herir, para no producir más daño que el mal que vemos que quizá haya que corregir. Nos cuesta hacerlo bien, no siempre sabemos hacerlo, porque pueden aparecer nuestros propios orgullos y vanidades con lo que lo echaríamos todo a perder.
Son aspectos humanos en nuestras relaciones con los demás y en las responsabilidades sociales que tenemos que son muy importantes. De una forma o de otra pueden ir apareciendo en nuestro trato y convivencia con los demás momentos en que pueden producirse roces, malos entendidos, tensiones entre unos y otros que tenemos que cuidar para no perder esa buena armonía que tendría que haber entre unos y otros.
Jesús nos previene, para que no dejemos meter falsos orgullos y vanidades en nuestra vida que tanto daño nos hacen a nosotros mismos como también a nuestra relación con aquellos con los que convivimos. No tienen que aparecer esas vanidades en nuestra vida, nadie tiene que subirse en un pedestal para tratar de estar por encima del otro, somos unos hermanos que caminamos juntos y que somos capaces de darnos la mano, como también aceptar la mano que se nos ofrece, para ayudarnos mutuamente en nuestro camino. Por eso lejos de nosotros lo que nos pueda distanciarnos, hacernos o sentirnos extraños los unos a los otros, o romper la armonía de nuestra convivencia.
A Jesús le vemos hoy previniendo a sus discípulos de aquellos falsos doctores que podían surgir en medio de la comunidad, partiendo de la situación creada por los doctores de la ley y los fariseos en su entorno. Cuando hacemos el bien, cuando ayudamos a alguien, no lo hacemos buscando reconocimientos y reverencias, como sucedía frecuentemente con los fariseos, buscadores de primeros puestos, de asientos de honor o de reverencias de la gente.
Nuestro estilo, el estilo de los que seguimos a Jesús tiene que ser otro. Caminamos caminos de amor y de humildad; la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás. Es el camino que recorrió Jesús y es el camino que nosotros hemos de recorrer.

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