Tenemos que ser por nuestras obras signos ante el mundo de lo que es el amor y la misericordia de Dios
Hebreos
12,18-19. 21-24; Sal
47; Marcos
6,7-13
‘Y tan terrible era el
espectáculo, que Moisés exclamó: Estoy temblando de miedo’. Son las palabras que el autor de
la carta a los Hebreos pone en labios de Moisés. Es expresión de lo que
vivieron los Israelitas al pie del monte Sinaí. Aunque tenían la experiencia
gozosa de la liberación de la esclavitud de Egipto y del paso del mar Rojo que
les llevaba rumbo a la tierra prometida de libertad y prosperidad, fruto del
amor que Dios le tenía a su pueblo, sin embargo vivían en el temor ante la
grandiosidad de las manifestaciones de Dios.
Pero desde Jesús esa ya no puede ser nuestra
experiencia. No es en el temor sino en el amor donde se manifiesta Dios. ‘Vosotros os habéis acercado… al Mediador de
la nueva Alianza, a Jesús’ nos dice el autor sagrado. Y ¿qué vemos en
Jesús? La manifestación de lo que es el amor de Dios.
Ya lo hemos meditado tantas veces: ‘Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo único…’ ¿Qué es
lo que hizo Cristo Jesús? ‘Pasó haciendo
el bien…’, que nos dice san Pedro. ¿Qué es lo que contemplamos en Jesús?
Las obras del amor y la cercanía de Dios, es el Emmanuel, el Dios con nosotros,
que por nosotros se entregó.
Como decíamos en el salmo ‘oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo’. El Señor
compasivo y misericordioso se nos manifiesta en Jesús. Ahí contemplamos la
cercanía del amor de la misericordia de
Dios cuando le vemos junto a los que sufren, sintiendo lástimas por aquellos
que están hambrientos de pan y de Dios, curando a los enfermos, perdonando a
los pecadores, llenando de paz los corazones con su presencia y con su vida.
Derramaría su sangre para poner en paz todas las cosas, para traernos la
reconciliación y la paz.
Fue la obra de Jesús, su actuar y su vida. Así en
nuestra fe en El nos llenamos de paz porque sabemos que El está siempre junto a
nosotros para sanarnos, para levantarnos, para darnos vida, para llenarnos de
paz, para ponernos en el camino del amor.
Tiene que ser nuestra actuar y nuestra manera de vivir
también. Hoy le contemplamos en el evangelio enviando a los doce ‘dándoles autoridad sobre los espíritus
inmundos’, nos dice el evangelista. ¿Qué significa eso? Como Jesús han de
ir haciendo el bien; como Jesús han de ir curando los corazones enfermos; como
Jesús han de llevar la paz allá por donde vayan; como Jesús han de ser signos
del amor de Dios para todos.
Al final el evangelista nos dirá: ‘Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios,
ungían con aceite a los enfermos y los curaban’. ¿Qué significa eso también
para nosotros hoy? Tenemos que ser signos ante el mundo que nos rodea de lo que
es el amor y la misericordia de Dios; nuestra vida tiene que estar impregnada
del amor y del amor tenemos que ir contagiando a nuestro mundo. ¡Cuánto tenemos
que hacer en este sentido! Cuántos dolores que mitigar, cuantos corazones
atormentados que tenemos que curar, cuántas señales tenemos que dar de
reconciliación y de paz hemos de dar entre tanta división y violencia como
destroza a nuestro mundo.
Es la misión que Dios nos confía; es la misión que
confía a la Iglesia, signo que ha de ser de la misericordia de Dios para todos.
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