Jesús llega a nuestra vida con las señales del Reino queriéndonos liberar de todo mal
Deut. 18, 15–20; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9;1Cor. 7, 32-35; Mc. 1,
21-28
Cuando Jesús comenzó su actividad en Galilea, como
escuchábamos el pasado domingo, proclamaba la Buena Noticia de que ya se había
cumplido el plazo y estaba cerca el Reino de Dios. Para ello era necesario
creer y aceptar esa Buena Noticia, ese Evangelio, y darle la vuelta a la vida
para comenzar a mirar con la mirada de Dios.
Se ha cumplido el plazo y comienza a hacerse presente
el Reino de Dios. Reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida
significaba ir desterrando el mal de los corazones y en consecuencia todo lo
que hiciera sufrir al hombre. Es lo que escuchamos en el pasaje del evangelio
de hoy, continuación exacta de lo que se nos proclamaba el pasado domingo.
El evangelista Marcos, a quien estamos escuchando en
este ciclo, nos presenta a Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún. Podríamos decir
casi que hay un cierto paralelismo con lo que nos dice Lucas del inicio de la
predicación de Jesús. Lucas lo sitúa en Nazaret, su pueblo, proclamando también
el libro de la Ley y los Profetas. La reacción de la gente en principio es
semejante. Marcos nos dice que ‘cuando el
sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su
enseñanza, porque no enseñaba como los letrados sino con autoridad’.
Lucas en el episodio mencionado le hace leer un texto
Isaías y escuchamos el comentario de Jesús; Marcos, sin embargo, no nos dice
qué texto se proclamó ni nos trae las palabras de Jesús. Pero la gente se
admiraba de su enseñanza, de su autoridad. ¿Un recuerdo quizá de lo que
escuchábamos en el Deuteronomio en que Dios prometía que haría surgir un gran
profeta en cuyos labios pondría sus palabras? Allí estaba, decimos nosotros, la
Palabra viva de Dios; esa era la autoridad de la enseñanza de Jesús que iba
además acompañada por las obras.
El mal había de ser vencido porque el único Señor es
Dios a quien en verdad hemos de reconocer y adorar. ‘Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu
inmundo’, nos dice el evangelista. Es quien reconoce a Jesús ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’. Pero
ya escuchamos, Jesús lo hizo callar y lo expulsó de aquel hombre ‘que lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió’.
Es el signo de la autoridad de Jesús. ‘¿Qué es esto?, se preguntan las gentes, este enseñar con autoridad es nuevo’.
Son las señales del Reino de Dios que se van cumpliendo. Por eso Jesús
comenzaba su predicación anunciando que se había cumplido el plazo. El Reino de
Dios comenzaba a realizarse entre ellos.
Es el anuncio que también hoy nosotros escuchamos.
Sigue resonando en nuestros oídos y en nuestros corazones la Buena Noticia de
Jesús que nos anuncia el Reino. Tenemos que dejarnos sorprender también
nosotros por la Palabra de Jesús. Aunque en el texto de hoy no escuchamos
palabras concretas en labios de Jesús en los signos que va realizando tenemos
que saber estar atentos para leer el mensaje de Jesús.
Jesús llega a nuestra vida queriéndonos liberar de todo
mal; es más, con la llegada de Jesús tenemos la certeza de que El nos está
regalando su vida, su salvación. Ahí ante Jesús nos ponemos con el mal que llevamos
en el corazón y sí vamos a reconocerle como nuestro Señor y nuestro Salvador.
Vamos a intentar no resistirnos a su gracia, sino dejarnos conducir por su
Palabra, por la fuerza del Espíritu Santo que nos libera de ataduras y
esclavitudes, restaura nuestra vida de todo ese mal que hemos ido dejando meter
en nosotros y que nos ha destrozado por dentro, vamos a sentirnos llenos de la
nueva vida de su gracia y de su salvación.
Que el Señor nos desate de todas nuestras ataduras,
nuestras rutinas, nuestros miedos y desconfianzas; que no nos retorzamos
rehuyendo esa salvación que nos ofrece; que tengamos la seguridad de que
estando El a nuestro lado nada hemos de temer; que nos gocemos de su presencia
y de su gracia. Y que nosotros seamos signos de gracia y de salvación para
cuantos están a nuestro lado.
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