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domingo, 1 de febrero de 2015

Jesús llega a nuestra vida con las señales del Reino queriéndonos liberar de todo mal

Jesús llega a nuestra vida con las señales del Reino queriéndonos liberar de todo mal

Deut. 18, 15–20; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9;1Cor. 7, 32-35; Mc. 1, 21-28
Cuando Jesús comenzó su actividad en Galilea, como escuchábamos el pasado domingo, proclamaba la Buena Noticia de que ya se había cumplido el plazo y estaba cerca el Reino de Dios. Para ello era necesario creer y aceptar esa Buena Noticia, ese Evangelio, y darle la vuelta a la vida para comenzar a mirar con la mirada de Dios.
Se ha cumplido el plazo y comienza a hacerse presente el Reino de Dios. Reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida significaba ir desterrando el mal de los corazones y en consecuencia todo lo que hiciera sufrir al hombre. Es lo que escuchamos en el pasaje del evangelio de hoy, continuación exacta de lo que se nos proclamaba el pasado domingo.
El evangelista Marcos, a quien estamos escuchando en este ciclo, nos presenta a Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún. Podríamos decir casi que hay un cierto paralelismo con lo que nos dice Lucas del inicio de la predicación de Jesús. Lucas lo sitúa en Nazaret, su pueblo, proclamando también el libro de la Ley y los Profetas. La reacción de la gente en principio es semejante. Marcos nos dice que ‘cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados sino con autoridad’.
Lucas en el episodio mencionado le hace leer un texto Isaías y escuchamos el comentario de Jesús; Marcos, sin embargo, no nos dice qué texto se proclamó ni nos trae las palabras de Jesús. Pero la gente se admiraba de su enseñanza, de su autoridad. ¿Un recuerdo quizá de lo que escuchábamos en el Deuteronomio en que Dios prometía que haría surgir un gran profeta en cuyos labios pondría sus palabras? Allí estaba, decimos nosotros, la Palabra viva de Dios; esa era la autoridad de la enseñanza de Jesús que iba además acompañada por las obras.
El mal había de ser vencido porque el único Señor es Dios a quien en verdad hemos de reconocer y adorar. ‘Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo’, nos dice el evangelista. Es quien reconoce a Jesús ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’. Pero ya escuchamos, Jesús lo hizo callar y lo expulsó de aquel hombre ‘que lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió’.
Es el signo de la autoridad de Jesús. ‘¿Qué es esto?, se preguntan las gentes, este enseñar con autoridad es nuevo’. Son las señales del Reino de Dios que se van cumpliendo. Por eso Jesús comenzaba su predicación anunciando que se había cumplido el plazo. El Reino de Dios comenzaba a realizarse entre ellos.
Es el anuncio que también hoy nosotros escuchamos. Sigue resonando en nuestros oídos y en nuestros corazones la Buena Noticia de Jesús que nos anuncia el Reino. Tenemos que dejarnos sorprender también nosotros por la Palabra de Jesús. Aunque en el texto de hoy no escuchamos palabras concretas en labios de Jesús en los signos que va realizando tenemos que saber estar atentos para leer el mensaje de Jesús.
Jesús llega a nuestra vida queriéndonos liberar de todo mal; es más, con la llegada de Jesús tenemos la certeza de que El nos está regalando su vida, su salvación. Ahí ante Jesús nos ponemos con el mal que llevamos en el corazón y sí vamos a reconocerle como nuestro Señor y nuestro Salvador. Vamos a intentar no resistirnos a su gracia, sino dejarnos conducir por su Palabra, por la fuerza del Espíritu Santo que nos libera de ataduras y esclavitudes, restaura nuestra vida de todo ese mal que hemos ido dejando meter en nosotros y que nos ha destrozado por dentro, vamos a sentirnos llenos de la nueva vida de su gracia y de su salvación.
Que el Señor nos desate de todas nuestras ataduras, nuestras rutinas, nuestros miedos y desconfianzas; que no nos retorzamos rehuyendo esa salvación que nos ofrece; que tengamos la seguridad de que estando El a nuestro lado nada hemos de temer; que nos gocemos de su presencia y de su gracia. Y que nosotros seamos signos de gracia y de salvación para cuantos están a nuestro lado.

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