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domingo, 1 de abril de 2012


Con amor generoso, con disponibilidad, con fe nos disponemos a celebrar la Pascua

Mc. 11, 1-10; Is. 50, 4-7; Sal. 21; Flp. 2, 6-11; Mc. 14, 1-15, 17
Casi al principio del relato de la pasión hemos escuchado a los discípulos preguntar a Jesús: ‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Pascua?’
Puede ser la pregunta que también nos hagamos en este primer día de la semana de Pasión, en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nos estamos en el pórtico de esta semana que culmina en la Pascua del Señor. Más que dónde hemos de preparar la Pascua, quizá tendríamos que preguntarnos cómo tenemos que preparar la Pascua; cuáles han de ser las disposiciones que hemos de tener en nuestro corazón y nuestra vida para vivir esta semana de pasión y de celebración del misterio pascual de Cristo.
Ya hemos comenzado hoy conmemorando la entrada de Jesús en Jerusalén con nuestros hosannas y nuestros cánticos de aclamación, pero al mismo tiempo la liturgia ya nos ha ofrecido la lectura de la pasión. Es domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Las dos cosas tenemos que saber aunarlas en nuestra celebración y en nuestra vivencia. Cantamos el ‘hosanna al Hijo de David’; bendecimos al viene en el nombre del Señor, pero al mismo tiempo contemplamos su pasión.
Eso es la fundamental que hemos de hacer: contemplar, quedarnos como extasiados ante el misterio de la pasión y muerte del Señor. No es momento de muchas palabras ni muchas reflexiones sino de impregnarnos de todo el misterio de Dios que contemplamos en la pasión de Jesús.
Contemplar la pasión de Jesús es contemplar la pasión de amor de Dios por el hombre, por nosotros. Contemplado la pasión nos damos cuenta hasta donde llega ese amor de Dios que así nos ha entregado a su Hijo. Así nos salva. Así nos redime. Así nos hace hombre nuevo en el amor.
Van apareciendo personajes en torno a la pasión de Jesús que pueden ser un ejemplo y aliciente para nosotros en ese irnos encendiendo, caldeando nuestro corazón en el amor. Pudieran parecernos personajes secundarios en el relato de la pasión, pero sus actitudes, su generosidad y disponibilidad, su fe valientemente proclamada son hermosa lección para nuestra vida. Disposiciones que nos ayudarán también en este momento para la vivencia de todo el triduo pascual.
Cuando le preguntan a Jesús donde quiere que preparen la pascua, como hemos comenzado recordando y reflexionando, nos encontramos a alguien con una entera disponibilidad para Jesús. No sabemos siquiera su nombre aunque los comentaristas nos puedan hablar de parientes más o menos cercanos de Jesús, pero aquel hombre generosamente ofrece a Jesús ‘la sala grande del piso de arriba, arreglada con divanes’. Será allí donde se prepare y se celebre la cena pascual y será en adelante lugar de encuentro de los discípulos en la pasión y después de la pasión, y más tarde para la espera de Pentecostés y probablemente para todo el inicio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Destacamos, pues, la generosidad y la disponibilidad. 
Antes habíamos contemplado el derroche de amor de María de Betania en casa de Simón, el leproso. ‘Llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús’. Ya escuchamos los comentarios interesados de Judas, pero también la réplica de Jesús. ‘Se ha adelantado a embalsamar el cuerpo para la sepultura’. Igual que el perfume intenso del nardo inunda y envuelve totalmente el ambiente allí donde es derramado, es el perfume del amor del que tenemos que dejarnos inundar y envolver para poder celebrar con toda hondura el misterio de la pasión y muerte de Jesús. Una hermosa predisposición, la del amor, para entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la vida y a la resurrección.
Podríamos destacar muchas cosas en esta contemplación de la pasión y sus personajes. Dando como un salto – no podemos entrar en demasiados detalles – caminamos al lado de Jesús por la calle de la Amargura camino del calvario. El evangelio de Marcos es muy parco en esta referencia, pero creo que puede ser suficiente. ‘Lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz’. Hoy nosotros pensamos ¡qué dicha la de Simón de Cirene el llevar la cruz de Jesús! Sin embargo dice, ‘lo forzaron’. Pero seguro que aquel cargar la cruz junto a Jesús no fue algo que le dejara insensible. Si el evangelista nos dice con detalle que era el padre de Alejandro y de Rufo, es porque probablemente serían cristianos conocidos en aquella comunidad de Jerusalén. Algo tendría que ver el haber llevado Simón de Cirene la cruz de Jesús camino del calvario.
¿Lo consideraríamos para nosotros una dicha el llevar la cruz de Jesús? Recordemos que El nos había puesto como condición para seguirle, el negarnos a nosotros mismos y llevar la cruz en pos de El. Que esa sea ahora nuestra postura, nuestro deseo, nuestro compromiso. Que aprendamos a llevar la cruz, a cargar con nuestra cruz de cada día.
Que haya en nuestro corazón también la disposición a querer ayudar a los demás a llevar su cruz. Miramos mucho en ocasiones nuestra propia cruz y hasta nos quejamos que es pesada, pero no somos capaces de mirar la cruz de los que están a nuestro lado y que quizá necesitan una mano que les ayude, les levante un poco el peso de esa cruz. ¿Seremos capaces de hacerlo cuando ahora nos disponemos a entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la cruz, al calvario, pero para culminar en vida y resurrección?
Finalmente nos fijamos en el centurión y su proclamación de fe. ‘El centurión, que estaba enfrente, al ver como había expirado, dijo: Realmente este hombre era Hijo de Dios’. había seguido paso a paso la condena y pasión de Jesús hasta su ejecución en el calvario. Lo había contemplado en su silencio y en la serenidad de su vida, como ‘cordero llevado al matadero’, que había anunciado el profeta. No es fácil encontrar luz en el dolor y en el sufrimiento, pero el centurión había descubierto la luz. En la muerte de Jesús había contemplado la profundidad de su vida y esto le llevaba ahora a la confesión de fe más hermosa. ‘Realmente este hombre es Hijo de Dios’.
Es a lo que tiene que llevarnos también la contemplación de la pasión y muerte de Jesús que estamos haciendo. En ese sufrimiento, en esa muerte tenemos que descubrir la profundidad de la vida de Jesús que tiene que llevarnos a la luz, porque nos llevará a descubrir el amor. Sólo quien ama con un amor como el de Jesús, que es el amor de Dios, podrá llegar a esa entrega, a esa donación tan generosa de si mismo. Por eso descubrimos a Dios; por eso confesamos nuestra fe en Jesús proclamándolo desde lo más hondo de nosotros mismos, es el Hijo de Dios que nos está regalando su amor, nos está regalando su vida, nos está regalando la salvación.
¿Nos llevará eso también a descubrir el sentido de nuestro dolor? ¿Seremos capaces nosotros de hacer también una ofrenda de nuestra vida como lo hizo Jesús? aprendamos de las lecciones de la pasión para que lleguemos a participar de la gloriosa resurrección.

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