Con amor generoso, con disponibilidad, con fe nos disponemos a celebrar la Pascua
Mc. 11, 1-10; Is.
50, 4-7; Sal. 21; Flp. 2, 6-11; Mc. 14, 1-15, 17
Casi al principio del relato de la pasión hemos
escuchado a los discípulos preguntar a Jesús: ‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Pascua?’
Puede ser la pregunta que también nos hagamos en este
primer día de la semana de Pasión, en este domingo de Ramos en la Pasión del
Señor, cuando nos estamos en el pórtico de esta semana que culmina en la Pascua
del Señor. Más que dónde hemos de preparar la Pascua, quizá tendríamos que
preguntarnos cómo tenemos que preparar la Pascua; cuáles han de ser las
disposiciones que hemos de tener en nuestro corazón y nuestra vida para vivir
esta semana de pasión y de celebración del misterio pascual de Cristo.
Ya hemos comenzado hoy conmemorando la entrada de Jesús
en Jerusalén con nuestros hosannas y nuestros cánticos de aclamación, pero al
mismo tiempo la liturgia ya nos ha ofrecido la lectura de la pasión. Es domingo
de Ramos en la Pasión del Señor. Las dos cosas tenemos que saber aunarlas en
nuestra celebración y en nuestra vivencia. Cantamos el ‘hosanna al Hijo de David’; bendecimos al viene en el nombre del Señor, pero al mismo tiempo contemplamos
su pasión.
Eso es la fundamental que hemos de hacer: contemplar,
quedarnos como extasiados ante el misterio de la pasión y muerte del Señor. No
es momento de muchas palabras ni muchas reflexiones sino de impregnarnos de
todo el misterio de Dios que contemplamos en la pasión de Jesús.
Contemplar la pasión de Jesús es contemplar la pasión
de amor de Dios por el hombre, por nosotros. Contemplado la pasión nos damos
cuenta hasta donde llega ese amor de Dios que así nos ha entregado a su Hijo.
Así nos salva. Así nos redime. Así nos hace hombre nuevo en el amor.
Van apareciendo personajes en torno a la pasión de
Jesús que pueden ser un ejemplo y aliciente para nosotros en ese irnos
encendiendo, caldeando nuestro corazón en el amor. Pudieran parecernos
personajes secundarios en el relato de la pasión, pero sus actitudes, su
generosidad y disponibilidad, su fe valientemente proclamada son hermosa
lección para nuestra vida. Disposiciones que nos ayudarán también en este
momento para la vivencia de todo el triduo pascual.
Cuando le preguntan a Jesús donde quiere que preparen
la pascua, como hemos comenzado recordando y reflexionando, nos encontramos a
alguien con una entera disponibilidad para Jesús. No sabemos siquiera su nombre
aunque los comentaristas nos puedan hablar de parientes más o menos cercanos de
Jesús, pero aquel hombre generosamente ofrece a Jesús ‘la sala grande del piso de arriba, arreglada con divanes’. Será
allí donde se prepare y se celebre la cena pascual y será en adelante lugar de
encuentro de los discípulos en la pasión y después de la pasión, y más tarde
para la espera de Pentecostés y probablemente para todo el inicio de la
comunidad cristiana de Jerusalén. Destacamos, pues, la generosidad y la
disponibilidad.
Antes habíamos contemplado el derroche de amor de María
de Betania en casa de Simón, el leproso. ‘Llegó
una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y
lo derramó en la cabeza de Jesús’. Ya escuchamos los comentarios
interesados de Judas, pero también la réplica de Jesús. ‘Se ha adelantado a embalsamar el cuerpo para la sepultura’. Igual
que el perfume intenso del nardo inunda y envuelve totalmente el ambiente allí
donde es derramado, es el perfume del amor del que tenemos que dejarnos inundar
y envolver para poder celebrar con toda hondura el misterio de la pasión y
muerte de Jesús. Una hermosa predisposición, la del amor, para entrar en esta
semana de pasión que nos lleva a la vida y a la resurrección.
Podríamos destacar muchas cosas en esta contemplación
de la pasión y sus personajes. Dando como un salto – no podemos entrar en
demasiados detalles – caminamos al lado de Jesús por la calle de la Amargura
camino del calvario. El evangelio de Marcos es muy parco en esta referencia,
pero creo que puede ser suficiente. ‘Lo
sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de
Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz’. Hoy
nosotros pensamos ¡qué dicha la de Simón de Cirene el llevar la cruz de Jesús!
Sin embargo dice, ‘lo forzaron’. Pero
seguro que aquel cargar la cruz junto a Jesús no fue algo que le dejara
insensible. Si el evangelista nos dice con detalle que era el padre de
Alejandro y de Rufo, es porque probablemente serían cristianos conocidos en
aquella comunidad de Jerusalén. Algo tendría que ver el haber llevado Simón de
Cirene la cruz de Jesús camino del calvario.
¿Lo consideraríamos para nosotros una dicha el llevar
la cruz de Jesús? Recordemos que El nos había puesto como condición para
seguirle, el negarnos a nosotros mismos y llevar la cruz en pos de El. Que esa
sea ahora nuestra postura, nuestro deseo, nuestro compromiso. Que aprendamos a
llevar la cruz, a cargar con nuestra cruz de cada día.
Que haya en nuestro corazón también la disposición a
querer ayudar a los demás a llevar su cruz. Miramos mucho en ocasiones nuestra
propia cruz y hasta nos quejamos que es pesada, pero no somos capaces de mirar
la cruz de los que están a nuestro lado y que quizá necesitan una mano que les
ayude, les levante un poco el peso de esa cruz. ¿Seremos capaces de hacerlo
cuando ahora nos disponemos a entrar en esta semana de pasión que nos lleva a
la cruz, al calvario, pero para culminar en vida y resurrección?
Finalmente nos fijamos en el centurión y su
proclamación de fe. ‘El centurión, que estaba
enfrente, al ver como había expirado, dijo: Realmente este hombre era Hijo de
Dios’. había seguido paso a paso la condena y pasión de Jesús hasta su
ejecución en el calvario. Lo había contemplado en su silencio y en la serenidad
de su vida, como ‘cordero llevado al matadero’, que había anunciado el profeta.
No es fácil encontrar luz en el dolor y en el sufrimiento, pero el centurión
había descubierto la luz. En la muerte de Jesús había contemplado la
profundidad de su vida y esto le llevaba ahora a la confesión de fe más
hermosa. ‘Realmente este hombre es Hijo
de Dios’.
Es a lo que tiene que llevarnos también la
contemplación de la pasión y muerte de Jesús que estamos haciendo. En ese
sufrimiento, en esa muerte tenemos que descubrir la profundidad de la vida de
Jesús que tiene que llevarnos a la luz, porque nos llevará a descubrir el amor.
Sólo quien ama con un amor como el de Jesús, que es el amor de Dios, podrá
llegar a esa entrega, a esa donación tan generosa de si mismo. Por eso
descubrimos a Dios; por eso confesamos nuestra fe en Jesús proclamándolo desde
lo más hondo de nosotros mismos, es el Hijo de Dios que nos está regalando su
amor, nos está regalando su vida, nos está regalando la salvación.
¿Nos llevará eso también a descubrir el sentido de
nuestro dolor? ¿Seremos capaces nosotros de hacer también una ofrenda de
nuestra vida como lo hizo Jesús? aprendamos de las lecciones de la pasión para
que lleguemos a participar de la gloriosa resurrección.
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