La negrura de la noche de Judas y la negación de Pedro tienen que movernos al amor y la conversión
Is. 49, 1-6; Sal. 70; Jn. 13, 21-33.36-38
Qué sensación más dura y hasta indescriptible sentimos
dentro de nosotros mismos cuando
queremos amar y seguir a Jesús pero al mismo tiempo nos damos cuenta de nuestra
debilidad, de nuestras negaciones y traiciones, a causa de nuestro pecado. Ante
el evangelio que escuchamos en este martes santo sensaciones o sentimientos así
tenemos en nuestro interior porque al ver la debilidad de los apóstoles que
tanto querían a Jesús al mismo tiempo nos vemos nosotros reflejados.
Cuando Judas salió del Cenáculo, aparentemente a los
ojos de los demás discípulos como si fuera a hacer algún encargo de Jesús, nos dice el evangelista que era de noche. ‘Lo que has de hacer hazlo pronto’, le
dijo Jesús y al verlo salir pensaron que iba a preparar algo para la fiesta o
acaso a compartir algo con los pobres. Pero qué negruras había en su corazón,
aunque hasta entonces el resto de los discípulos no había caído en la cuenta.
Jesús había comenzado diciendo ‘profundamente conmovido: os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar’. Estas palabras de Jesús produjeron su conmoción, pero luego no
supieron interpretar ni las palabras ni los gestos de Jesús. Se preguntaban
quien podía ser y hasta Pedro le hace señas a Juan, que es el que está más
cerca de Jesús, para que le preguntara. ‘Aquel
a quien yo le dé este trozo de pan untado’, le responde. ‘Y untando el pan se lo dio a Judas’,
con la frase que antes mencionábamos. Pero nadie entendió.
‘Era de noche’, dice simplemente el evangelista.
La negrura se había apoderado del corazón de Judas. Cuántas negruras en el
alma. Porque era también la conmoción que había en el corazón de Cristo que más
tarde se manifestaría fuertemente en la oración del Huerto. Y Jesús sigue haciendo
anuncios, y ante la insistencia de Pedro – ‘daré
mi vida por ti’, le dice – le responde: ‘¿Con
que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas
negado tres veces’.
Es la conmoción que sentimos nosotros en el alma
también a las puertas de la pasión de Jesús. Nosotros sí entendemos – tenemos
que aprender a reconocerlo bien con mucha humildad pero también con mucho amor
– cuántas son nuestras negaciones y traiciones. Prometemos mucho en tantas
ocasiones, pero nos aparecer la debilidad. Como nos dirá Jesús en Getsemani ‘el espíritu está pronto, pero la carne es
débil’, pero eso tenemos que orar y orar con insistencia para no caer en la
tentación. Ya hemos dicho que mucho tenemos que orar en estos días contemplando
la pasión y muerte del Señor para que se mueva de verdad nuestro corazón a la
conversión, al amor, al encuentro vivo y profundo con el Señor.
Escuchamos decir a Jesús: ‘Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El.
Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo; pronto
lo glorificará’. Volvemos a escuchar estas palabras que hace días
escuchamos a Jesús. ‘Ahora es
glorificado…’ ¿qué significa? Es la hora de la pasión, de la entrega, del
amor más extremo. Ahí está la gloria del Señor, aunque nos pudiera parecer un
contrasentido. Ahí se manifiesta la gloria del Señor porque ahí se manifiesta
bien palpable todo lo que es el amor de Dios.
Si Cristo sube a la cruz, hace el camino del calvario
bajo el peso de la cruz, se entrega hasta morir, es porque nos ama; y porque
nos ama nos redime, nos perdona, transforma nuestra vida; y cuando nos sintamos
así transformados por el amor del Señor nuestra respuesta no puede ser otra que
la gloria del Señor. Respondemos con amor y comenzamos a vivir una vida nueva,
en la que todo lo que hagamos o digamos será siempre, ha de ser siempre para la
gloria de Dios.
Por eso necesitamos orar tanto, escuchar su Palabra,
recibir la gracia de los sacramentos. Así llegará a nosotros esa salvación que
Cristo nos ofrece cuando ha derramado su sangre por nosotros, cuando ha llegado
a dar la vida por nosotros. Tenemos que acercarnos a Dios; tenemos que
acercarnos a los sacramentos; tenemos que buscar la gracia salvadora del Señor;
tenemos que dejarnos transformar por Cristo para vivir su vida nueva de la
gracia. Será así cómo en verdad vivamos el misterio pascual de su pasión,
muerte y resurrección.
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