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martes, 3 de abril de 2012


La negrura de la noche de Judas y la negación de Pedro tienen que movernos al amor y la conversión

Is. 49, 1-6; Sal. 70; Jn. 13, 21-33.36-38
Qué sensación más dura y hasta indescriptible sentimos dentro de  nosotros mismos cuando queremos amar y seguir a Jesús pero al mismo tiempo nos damos cuenta de nuestra debilidad, de nuestras negaciones y traiciones, a causa de nuestro pecado. Ante el evangelio que escuchamos en este martes santo sensaciones o sentimientos así tenemos en nuestro interior porque al ver la debilidad de los apóstoles que tanto querían a Jesús al mismo tiempo nos vemos nosotros reflejados.
Cuando Judas salió del Cenáculo, aparentemente a los ojos de los demás discípulos como si fuera a hacer algún encargo de Jesús,  nos dice el evangelista que era de noche. ‘Lo que has de hacer hazlo pronto’, le dijo Jesús y al verlo salir pensaron que iba a preparar algo para la fiesta o acaso a compartir algo con los pobres. Pero qué negruras había en su corazón, aunque hasta entonces el resto de los discípulos no había caído en la cuenta.
Jesús había comenzado diciendo ‘profundamente conmovido: os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. Estas palabras de Jesús produjeron su conmoción, pero luego no supieron interpretar ni las palabras ni los gestos de Jesús. Se preguntaban quien podía ser y hasta Pedro le hace señas a Juan, que es el que está más cerca de Jesús, para que le preguntara. ‘Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado’, le responde. ‘Y untando el pan se lo dio a Judas’, con la frase que antes mencionábamos. Pero nadie entendió.
‘Era de noche’, dice simplemente el evangelista. La negrura se había apoderado del corazón de Judas. Cuántas negruras en el alma. Porque era también la conmoción que había en el corazón de Cristo que más tarde se manifestaría fuertemente en la oración del Huerto. Y Jesús sigue haciendo anuncios, y ante la insistencia de Pedro – ‘daré mi vida por ti’, le dice – le responde: ‘¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces’.
Es la conmoción que sentimos nosotros en el alma también a las puertas de la pasión de Jesús. Nosotros sí entendemos – tenemos que aprender a reconocerlo bien con mucha humildad pero también con mucho amor – cuántas son nuestras negaciones y traiciones. Prometemos mucho en tantas ocasiones, pero nos aparecer la debilidad. Como nos dirá Jesús en Getsemani ‘el espíritu está pronto, pero la carne es débil’, pero eso tenemos que orar y orar con insistencia para no caer en la tentación. Ya hemos dicho que mucho tenemos que orar en estos días contemplando la pasión y muerte del Señor para que se mueva de verdad nuestro corazón a la conversión, al amor, al encuentro vivo y profundo con el Señor.
Escuchamos decir a Jesús: ‘Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El. Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo; pronto lo glorificará’. Volvemos a escuchar estas palabras que hace días escuchamos a Jesús. ‘Ahora es glorificado…’ ¿qué significa? Es la hora de la pasión, de la entrega, del amor más extremo. Ahí está la gloria del Señor, aunque nos pudiera parecer un contrasentido. Ahí se manifiesta la gloria del Señor porque ahí se manifiesta bien palpable todo lo que es el amor de Dios.
Si Cristo sube a la cruz, hace el camino del calvario bajo el peso de la cruz, se entrega hasta morir, es porque nos ama; y porque nos ama nos redime, nos perdona, transforma nuestra vida; y cuando nos sintamos así transformados por el amor del Señor nuestra respuesta no puede ser otra que la gloria del Señor. Respondemos con amor y comenzamos a vivir una vida nueva, en la que todo lo que hagamos o digamos será siempre, ha de ser siempre para la gloria de Dios.
Por eso necesitamos orar tanto, escuchar su Palabra, recibir la gracia de los sacramentos. Así llegará a nosotros esa salvación que Cristo nos ofrece cuando ha derramado su sangre por nosotros, cuando ha llegado a dar la vida por nosotros. Tenemos que acercarnos a Dios; tenemos que acercarnos a los sacramentos; tenemos que buscar la gracia salvadora del Señor; tenemos que dejarnos transformar por Cristo para vivir su vida nueva de la gracia. Será así cómo en verdad vivamos el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección.

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