Levantamos nuestra mirada hacia la cruz y contemplamos una luz del amor
Is. 52, 13-53,12;
Sal. 30;
Hb. 4, 14-16; 5, 7-9;
Jn. 18,
1-19,42
‘Se lo entregó para
que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y El, cargando con la cruz, salió al
sitio llamado de la Calavera donde lo crucificaron…’ Ahí lo contemplamos en lo alto del
Gólgota, en lo alto de la cruz. Hacia lo alto levantamos hoy los ojos porque
fue levantado en lo alto para que todo el que crea en El alcance la salvación. ‘Cuando el Hijo del Hombre sea levantado en
lo alto atraeré a todos hacia mí’, había dicho.
El mismo lo había anunciado aunque a los discípulos les
costaba comprender. Es difícil aceptar la cruz, comprender el sentido del dolor
y del sufrimiento. Pedro trataba de quitarle la idea de la cabeza. Fue una
tentación más de Jesús que le dirá ‘apártate
de mi que me estás tentando como Satanás’. El había subido decidido a
Jerusalén sabiendo que el Hijo del Hombre iba a ser entregado y sería clavado
en una cruz.
Ahí lo contemplamos, como nos decía el profeta, ‘desfigurado, no parecía hombre… sin aspecto
atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ No podría
ser otra la figura de quien había sido abofeteado, maltratado, azotado, coronado
de espinas, agotado y destrozado en su caminar bajo el peso de la cruz y ahora
traspasado de pies y manos cosido al madero.
Quizá convendría preguntarnos en este momento ¿No nos
damos la vuelta también cuando en la vida nos vamos encontrando a personas
crucificadas en el dolor y el sufrimiento, en sus carencias y en sus penas? Cerramos
los ojos o miramos a otro lado cuando nos encontramos a quien nos tiende la mano
para pedirnos desde su necesidad; nos duele el sufrimiento de quien se retuerce
en el dolor de una enfermedad incurable y preferimos no enterarnos; nos hacemos
insensibles tantas veces ante las lágrimas del que se siente solo y apenado; cuántos
rodeos vamos dando en la vida. ¿No nos estará pidiendo el crucificado del Calvario
que aprendamos a mirar nuestro alrededor sin cerrar los ojos a cuanto sufrimiento
nos rodea?
Todo en la vida se nos llena de oscuridad cuando nos
vemos envueltos por el dolor y la muerte. Rehuimos esas sombras que parece que
nos hacen daño y nos ciegan el corazón. Pero tenemos que mirar a lo alto de
frente a frente para que sepamos encontrar la luz. Hoy levantamos nuestra
mirada hacia la cruz y contemplamos a quien en ella está clavado para encontrar
un sentido y un valor, una luz que nos ilumine. Tras todo ese dolor y
sufrimiento de Jesús hay una fuerte luz que tenemos que saber descubrir sin
dejar oscurecer el corazón en las tinieblas. Es la luz del amor.
Miramos al que ‘soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… fue traspasado por nuestras
rebeliones y triturado por nuestros crímenes, decía el profeta; nuestro castigo
saludable vino sobre él y sus cicatrices nos curaron… voluntariamente se
humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero… el Señor quiso
triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación…’
No hay amor más grande
que el de quien entrega su vida por los que ama. Y es ese amor el que descubrimos
en la cruz. Voluntariamente se había entregado, había subido a Jerusalén y
subido a la Cruz. Es el amor el que lo guiaba porque sólo buscaba nuestra salvación.
Así de inmenso e infinito es su amor porque es amor divino, porque es el amor
de Dios que siempre nos busca y nos llama para ofrecernos la vida y la salvación.
Es el Cordero que se inmola, verdadero cordero pascual que se sacrifica y nos
trae el perdón. Así lo anunciaba el Bautista, ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
Esa es la luz fuerte que brilla desde la cruz y que nos
da sentido y valor. Es el amor de un Dios que nos redime, que nos levanta, que
nos llena de vida, que nos inunda de su luz, que quiere contagiarnos de su
amor. Por eso levantamos los ojos a lo alto de la cruz, para ver el amor que
nos salva. Y porque creemos en quien de esa manera nos ama encontraremos el
amor, encontraremos la vida, encontraremos la salvación.
La noche del jueves, en la cena pascual, había
comenzado llena de solemnidad porque se comenzaban a suceder muchas cosas
asombrosas. Todo eran pasos que nos iban conduciendo cada vez a algo más hondo y
más especial. Era la comida del cordero pascual que celebraba y recordaba una
pascua importante para el pueblo, pero pronto poco a poco se iba abriendo el
camino a una Pascua más profunda. Dios se hacía presente cada vez con mayor
intensidad en todos los signos de amor que se iban realizando, el lavatorio de
los pies, la eucaristía, el sacerdocio que dejaba instituido. Todo conducía a
este momento grande que hoy estamos viviendo, a este paso de Dios salvador desde
la cruz en el amor más grande.
Allí nos dejaba su Cuerpo entregado y su Sangre derramada
en el sacrificio de amor de su vida en la Eucaristía. Ahora contemplamos esa
entrega hasta el final, esa sangre derramada que será la señal de la Alianza de
amor definitiva y eterna de Dios con nosotros. Por ya desde ahora cada vez que
comemos aquel Pan y bebemos de aquella copa estaremos proclamando para siempre
la muerte de Jesús, la victoria de amor de Cristo definitiva y eterna que nos
garantiza para siempre el amor de Dios.
Nos sentimos abrumados y en cierto modo confundidos ante
todo lo que sucede y contemplamos. Nos sentimos inmensamente impresionados y
hasta sorprendidos a los pies de la cruz de Jesús ante tanto amor. Pero, aún en
la pena y dolor por nuestro pecado, nos sentimos gratamente emocionados y con
gozo en el alma por tanto amor que nos perdona y nos llena de vida.
Proclamemos nuestra fe, llenémonos de esperanza, cantemos
nuestro amor viviendo la vida nueva que brota de la cruz. Al que contemplamos
en esta tarde colgado del madero lo sabemos victorioso. Ya es victoria sobre el
pecado y la muerte, su muerte en la cruz. Pero al tercer día resucitará y
completaremos el ciclo de la Pascua, de ese paso de Dios hoy y ahora por
nuestra vida. ‘Acerquémonos con seguridad
al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos
auxilie oportunamente’.
Contemplemos y oremos; contemplemos y escuchemos allá
en lo hondo del corazón; contemplemos y salgamos por el mundo repartiendo amor,
mitigando dolor, compartiendo la vida y la esperanza a cuantos crucificados
contemplamos a la vera del camino. Anunciémosle a todos con nuestra vida y con
nuestro amor que en Jesús encontraremos la paz, la vida, la salvación. Que
desde la Cruz de Jesús nuestro mundo se llene de esperanza.
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