Seguir a Jesús no es cuestión de un rato ni de un momento de fervor sino toda una vida para Jesús y su evangelio
Sant. 2, 14-24.26; Sal. 111; Mc. 8, 34-39
El seguimiento de Jesús es algo más que hacer algunas
cosas buenas en un momento determinado, fruto quizá de un momento de fervor;
seguir a Jesús es mucho más que unos momentos en que nos sentimos entusiasmados
y nos disponemos a hacer de forma esporádica algunas cosas buenas. No es cuestión de un rato en que nos sentimos
buenos y ahora le dedicamos un tiempo.
El seguimiento de Jesús implica una radicalidad mucho
más grande, porque será algo que abarque toda nuestra vida, en lo que hacemos y
hasta en lo que pensamos, en nuestras palabras o en nuestros sentimientos y
pensamientos más hondos y secretos, en las actitudes que tengamos hacia los
demás o en la manera de entender y vivir la vida en todos sus múltiples
aspectos.
Algunas veces podemos pensar, bueno, yo cumplo mis
promesas, dedico un ratito cada semana - y que el cura no se alargue porque
tengo muchas cosas que hacer - para ir a misa y rezar, a lo más me acuerdo cada
día de pedirle a Dios que me ayude o me perdone, y vamos a intentar no hacer
daño grave a los demás, pero bueno que la gente sea buena también conmigo. Eso
son cosas que están bien, pero seguir a Jesús implica mucho más. No es
suficiente, no podemos andar con esas medidas.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de esa radicalidad
cuando al hablarnos de seguirle, nos habla de cruz y nos habla de negarnos a
nosotros mismos, cuando nos habla de ser capaces de perder la vida porque de
nada nos vale ganar el mundo entero si arruinamos la verdadera vida y perdemos
la salvación definitiva.
‘El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga’, nos dice. ¿Qué significa ese
negarse a si mismo o ese cargar la cruz? Recordemos que en el primer anuncio
que Jesús hacía del Reino de Dios que ya estaba cerca, lo que pedía es que
había que convertirse y creer en esa Buena Noticia. Convertirse es cambiar,
pero no cambiar como quien pone un remiendo, sino cambiar que es dar la vuelta.
Es una nueva visión, una nueva manera de ver las cosas. Ya no las podemos ver
desde nuestro yo queriendo convertirnos nosotros en el centro de todo; es
verlas desde la nueva visión que Jesús nos ofrece, desde los ojos de Jesús. Me
niego a mi mismo, a mi visión para solo ver con la visión de Jesús.
No es fácil, porque pesa mucho nuestro yo, del que
surgen nuestros egoísmos o nuestros orgullos, nuestro amor propio o el engreimiento de quererme convertir en dios de
mi mismo, pero también en dios de los demás. Por eso nos habla de cruz, que no
solo se está refiriendo a los sufrimientos y dolores que en la vida me pueden
aparecer desde enfermedades o desde otras limitaciones que surjan en nuestro
cuerpo, sino desde ese otro dolor,
podríamos decir, que significa arrancarme de mi mismo, mis caprichos, de
mis visiones, de mi manera de entender las cosas. Bajarme de ese pedestal donde
me gusta estar subido cuesta, es doloroso. Es la conversión que Jesús pedía
desde el principio para aceptar la Buena Nueva del Reino de Dios que nos
anunciaba.
Entendemos entonces todo lo demás que nos dice Jesús
hoy. No queremos ganar el mundo entero, sino buscar la vida que nos lleve a la
plenitud. Queremos entonces aprender a vivir por los demás y para los
demás, olvidándonos de nosotros mismos,
porque eso es amor verdadero. Dios, Jesús, su Evangelio es el verdadero centro
de nuestra vida y por él he de saber dar la cara, manifestar que en verdad Dios
es nuestro único Señor.
La fe que vivimos, la fe que es nuestra vida y el
sentido de nuestro vivir, la llevamos con gallardía, con valentía dando
testimonio allá por donde vamos de esa fe que tenemos. No olvidemos lo que ya
nos ha dicho en otro momento que tenemos que ser luz, para que vean nuestra fe
y nuestras buenas obras, y todos puedan dar gloria al Padre del cielo.
Seguir a Jesús no es cuestión de un rato ni de un
momento de fervor. Es una vida que consagro totalmente a El porque El es mi
único Señor y Salvador.
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