Tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús como el Ungido de Dios y nuestro Salvador
Sant. 2, 1-9, Sal. 33; Mc. 8, 27-33
‘¿Quién dice la gente
que soy yo?... y vosotros, ¿Quién decís que soy?’ En esta ocasión están casi fuera de
las tierras de la Palestina judía; en los alrededores de Cesarea de Filipo,
cerca de las fuentes del Jordán.
Es una ocasión propicia ahora que no están tan rodeados
de gentes que acuden de todas partes hasta Jesús, para estando a solas con los discípulos
mas cercanos entrar en un momento de confidencias, por así decirlo, y de una
conversación de mayor intimidad. Y surgen las preguntas sobre lo que la gente
piensa de Jesús y los mismos discípulos. Ya hemos ido escuchando a lo largo del
evangelio las distintas reacciones de la gente ante la presencia de Jesús y lo
que van manifestando.
Lo que ahora responden los discípulos no difiere de lo
que ya san marcos nos había contando de los rumores y de la fama de Jesús que
le había llegado a Herodes cuando nos narró la muerte del Bautista. Es lo que
ahora responden los discípulos. ‘Unos,
Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas’. Piensan en
alguien del pasado, pues Juan Bautista ya ha muerto, Elías había sido
arrebatado al cielo aunque ellos esperaban su vuelta, y de los profetas en que
pensaban eran los antiguos.
Por eso insiste Jesús en aquellos que están mas cerca
de El, qué es lo que piensan. ‘Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Y es Pedro el que se adelanta. ‘Tú eres el Mesías’, el Ungido de Dios. Pero
‘El les prohibió terminantemente decírselo
a nadie’.
Pedro lo había reconocido. Como se nos relatará en el
pasaje paralelo de Mateo, Jesús le dice que ‘eso
no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre del Cielo’. Pero
las gentes tenían su idea de lo que había de ser el Mesías y ese no era el
sentido de Jesús. La salvación que Jesús
nos viene a ofrecer es algo mucho más hondo que la liberación de potencias
extranjeras, porque la liberación y la salvación tiene que ser más profunda,
más en el interior del corazón del hombre, aunque luego habrá de manifestarse
en la forma de vivir.
Y ahora Jesús, en este momento de mayor intimidad con
sus discípulos comenzará a explicarles cual es el sentido de su mesianismo y
todo lo que le va a suceder. Será el Mesías, porque es el Ungido del Espíritu,
como ya manifestara en la sinagoga de Nazaret, pero ha de pasar por la pasión,
ha de pasar por la Pascua, como el Cordero que se inmolaba como un signo cada
Pascua.
‘Y empezó a
instruirlos, nos dice el Evangelista: El Hijo del Hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados,
ser ejecutado y resucitar a los tres días’. Les habla de su pasión, pero ellos no terminarán de
entender. ‘Se los explicaba con toda claridad.
Y Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo’. Eso no le podía pasar
al Maestro; como diría más tarde allí estaba él para defenderlo si hiciera
falta y hasta morir por Él, aunque ya
sabemos cuánto le duró la promesa. Ahora Jesús le dirá que lo está tentando,
que se aparte de El. ‘¡Tú piensas como
los hombres, no como Dios!’
Y nosotros, ¿cómo pensamos? ¿Cuál es la idea que
tenemos en la cabeza o tenemos en el corazón? ¿Cómo miramos a Jesús? Si antes
decíamos que la gente de su tiempo pensaba en Jesús como de un personaje del
pasado, también en nuestro tiempo, como ha sucedido a lo largo de todos los
tiempos, hay diversas maneras de ver a Jesús. Para muchos se queda en eso, en
un personaje del pasado, un personaje histórico quizá pero no llegan a descubrir
la verdadera trascendencia de Jesús.
Pero no nos quedemos en lo que otros piensan, sino que
nosotros tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús. Sí, es el
Ungido de Dios, porque es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador. Es el rostro
misericordioso de Dios que en su entrega hasta la muerte nos está manifestando
cuánto es el amor que Dios nos tiene y ahí nos está descubriendo un sentido
para nuestra vida. Nuestra fe en Jesús no se queda en pensar en alguien del
pasado que incluso hiciera cosas grandes por nosotros.
Nuestra fe en Jesús tiene que llegar a descubrirle
presente en nuestra vida y cómo nos llena de su gracia para hacernos vivir una
vida nueva, la vida de los hijos de Dios. Que crezca más y más nuestra fe en
Jesús; que contemplemos su Pascua que es su entrega de amor. Que no temamos
seguir su camino, aunque para nosotros haya pascua también muchas veces en nuestra
vida, porque tengamos que pasar también por la pasión y la muerte, pero sabemos
que para nosotros es la resurrección, es la vida nueva, es la gracia que nos
hace hijos de Dios.
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