Siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y señales y no sabemos descubrir el amor
Sant. 1, 1-11; Sal. 118; Mc. 8, 11-13
‘Se presentaron los
fariseos… y para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo’. A estas alturas del evangelio
vienen pidiendo señales y signos del cielo para creer. Nos puede resultar
extraño y asombroso porque muchas eran las señales de su autoridad que Jesús
había manifestado, muchos los signos y milagros que había realizado, curando
leprosos, haciendo caminar a los paralíticos, limpiando a los leprosos, dando
vista a las ciegos, expulsando espíritus inmundos y hasta resucitando muertos,
como a la hija de Jairo que no hace mucho hemos contemplado en el evangelio.
Pero siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y
señales. Ahora en el evangelio hemos escuchado que son los fariseos, pero ¿no
nos sucederá en la vida que también nosotros muchas veces estamos queriendo
pedir señales asombrosas y maravillosas para querer afirmar nuestra fe tan
llena de desconfianza en muchas ocasiones?
Sucede con mucha frecuencia y vemos cómo la gente corre
de aquí para allá, de un lado para otro buscando aquel Cristo milagroso,
aquella imagen de la Virgen que nos hace milagros, o a tal o cual santo bajo
cuya protección nos queremos poner ante esta enfermedad o ante cualquier
limitación o tipo de problemas. Apariciones, hechos extraordinarios o
asombrosos, personas que se presentan con unos poderes espirituales con
capacidad para tener visiones de tu vida o de los muertos, mueven a la gente
buscando el milagro o queriendo encontrar en eso toda la respuesta al
interrogante de la fe en nuestro interior.
¿Cómo tenemos que buscar a Dios o en qué hemos de
fundamentar nuestra fe? Podemos tener el peligro de que, aun con esa aparente
utilización de signos religiosos, nos queden ciertos resabios de paganismo en
nuestro interior y aún no lleguemos a descubrir de verdad cómo Jesús es nuestro
único y auténtico salvador.
Es necesario una apertura grande de nuestro corazón,
una apertura a la fe para dejarnos sorprender por la maravilla de Dios que
llega a nosotros y hasta lo podemos sentir allá en lo más hondo de nosotros
mismos; es necesario y muy importante una gran humildad, porque vamos a buscar
a Dios, no vamos a buscarnos a nosotros mismos ni vamos a buscar en Dios
respuestas que satisfagan nuestros caprichos; hemos de tener capacidad de
maravilla para dejarnos sorprender por Dios y unos oídos del alma bien afinados
para saber descubrir y escuchar esa sintonía de Dios.
Las pruebas con las que Dios se nos manifiesta no es
simplemente que nos haga milagros para resolvernos cosas que quizá nosotros con
nuestro esfuerzo podríamos resolver; esa sintonía de Dios que nosotros hemos de
encontrar es queriendo escuchar su Palabra con humildad para escuchar lo que Dios
quiere decirnos y no simplemente buscar o pedir aquello que nosotros
quisiéramos escuchar. Es con ese espíritu humilde es como tenemos que
acercarnos a la Escritura Santa para descubrir a través de toda la historia de
la salvación cómo Dios se nos va revelando como un Dios Amor, que nos llena y
nos inunda siempre con su amor aunque nosotros no lo merezcamos.
Y en lo que tenemos que dejarnos sorprender y poner
luego toda nuestra admiración es por su amor que de tantas formas se nos
manifiesta y nos habla a nuestra vida. Su amor nos está hablando continuamente,
abramos los oídos del alma que sintonizan el amor de Dios. Son tantas las
señales de amor que va poniendo en el camino de nuestra vida, que son los
verdaderos milagros que tenemos que descubrir. Señales de su amor que no
tenemos necesariamente que buscar en cosas prodigiosas, sino que en esas
pequeñas cosas que nos suceden cada día hemos de saber ver cómo Dios se nos
manifiesta y nos regala su amor. Como decíamos antes, siempre hay quien está
pidiendo nuevos signos y señales y no somos capaces de descubrir el amor que es
la más grande señal para nuestra fe.
Dejémonos conducir por su Espíritu. Pidamos el don de
la fe. Abramos las puertas de nuestra alma a la gracia del Señor. Le
conoceremos y le viviremos.
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