Que
se nos abran los oídos para escuchar la Palabra de Dios pero también para ir al
encuentro con los demás y no hablemos distintos idiomas entre nosotros
1Reyes 11,29-32; 12,19; Sal 80; Marcos
7,31-37
No hay peor
sordo que el que no quiere oír, dice el refrán castellano, pero en torno a lo
de oír o no oír, escuchar o no escuchar son muchas las cosas que se reflejan en
los dichos populares… para lo que hay que oír, dicen algunos, mejor nos
quedáramos sordos. Pero por encima de esas consideraciones comenzaremos
diciendo que es triste el que no puede oír. Que ante él se esté realizando una
conversación y no pueda participar porque no puede escuchar lo que los otros
dicen, es algo duro y triste. Con los avances de la técnica y de la ciencia son
problemas que se van solventando dando alegría a muchos corazones cuando pueden
percibir, por ejemplo, la voz de las personas amadas.
Queremos oír,
es cierto; queremos escuchar, que no es solo saber de los demás sino que es en
cierto modo un integrarse en la vida y en la comunión con los otros.
Comunicarse es un paso importante en el camino de la comunión. Y la
comunicación además tiene que ser mutua. Expresamos nuestros pensamientos con
palabras y queremos percibirlas porque así estamos recibiendo de los demás,
como nosotros también aportamos enriqueciendo la vida de los que están a
nuestro lado con esa riqueza de pensamiento que sale no solo de la mente sino
desde lo más hondo del corazón.
Aquí sí
tendríamos que decir que hay muchas clases de sorderas, porque ya no es solo el
sonido que entra por nuestros oídos transmitiéndonos a través de las palabras
unos pensamientos, sino que significa o tiene significar la comunión que yo
quiero tener con los demás. Y nos damos cuenta que en la vida nos ponemos
barreras cuando con actitud egoísta y prepotente vamos por la vida queriendo
imponer solo nuestras ideas.
Quien quiere
imponerse no escucha, le molesta lo que los otros puedan expresar, se resiste
al pensamiento distinto que puede ser enriquecedor. Cuántas veces en nuestras
conversaciones no entramos en esa fluidez del diálogo porque en lugar de
escuchar solamente estoy pensando en lo que yo le voy a decir al otro, con lo
que yo quiero oponerme al otro. Triste conversación que no lleva a un verdadero
diálogo que significaría un enriquecimiento mutuo.
Jesús, que
como dice la Escritura Santo, pasó por el mundo haciendo el bien, hoy le
contemplamos en el evangelio curando a un sordomudo. ‘Le presentaron un
sordo que además apenas podía hablar’, comenta con cierto detalle el
evangelista. Y es bien significativo ese detalle. Sabemos que hay mudos que lo
son porque nunca escucharon sonidos en sus oídos y no pudieron aprender como
articular sus propios sonidos para expresarse. Problemas físicos y de
limitaciones sensoriales, es cierto, pero que nos están denotando todo ese
problema de comunicación de lo que no veníamos refiriendo. ‘Todo lo ha hecho
bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos’, termina reconociendo la
gente.
¿Será acaso lo que nosotros necesitamos? Muchas veces apenas sabemos hablar pero quizá el gran problema es que no sabemos o no queremos escuchar. ‘Effetá’ nos viene a decir Jesús para abrir nuestros oídos y pero para abrir también rectamente nuestros labios. Una referencia primera a la escucha de la Palabra de Dios, es cierto. Por eso queremos dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús para que podamos escuchar, para que podamos entender, para que podamos llegar a plantar en nuestro corazón esa Palabra de Dios que se nos dice, que se nos proclama. Bien lo necesitamos.
Pero ¿no
tendríamos que pedirle también que nos abra los oídos para ir al encuentro con
los demás? Es un aspecto muy importante. Cuánto necesitamos escucharnos,
comunicarnos, entendernos. Qué distintos son los idiomas que hablamos en
algunas ocasiones en nuestra relación con los demás.
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