Necesitamos
un mundo de humanidad, hecho de gestos sencillos, de cosas insignificantes pero
que nos hacen valorar la dignidad de las personas
1Reyes 8, 1-7. 9-13; Sal 131; Marcos 6,
53-56
Muchas veces
la cuestión no es solo que me hagan las cosas o me resuelvan los problemas,
sino la forma en que me lo hacen. Tenemos que reconocer que muchas veces nos
encontramos personas que lo que podríamos llamar técnicamente son buenos
profesionales, saben lo que tienen entre manos, pero sin embargo son personas
inaccesibles; personas que te miran a la distancia – como se suele decir
algunas veces, por encima de las gafas -, no entran en ningún gesto de
humanidad con los que están tratando y parece que todo fuera una máquina que mecánicamente hace su trabajo, pero que por
no tener no tienen ni siquiera una sonrisa con quien están hablando. Algunas
veces nos deshumanizamos.
Todo lo
contrario de lo que hoy vemos en el evangelio con Jesús. El sí será accesible a
las personas que le rodeaban, porque El se acercaba a la gente, estaba donde la
gente estaba, escuchaba, se dejaba incluso tocar la orla de su manto, si ese
era el deseo de los que se acercaban a El.
Hoy hemos
escuchado cómo cuando llegan después de su travesía, al desembarcar la gente
acude corriendo en torno a El; pero recorres caminos, pueblos, aldeas,
enseñando, curando; se detiene junto al ciego que pide limosna al borde del
camino, o acude allá donde está aquel solitario que nadie atiende y nadie le
presta ayuda, como un día veremos en el paralítico de la piscina; no teme tomar
con su mano al leproso o meter sus dedos en los oídos del sordomudo y tocar su
lengua, poner barro echo con su propia saliva en los ojos del ciego, o dejarse
tocar la orla de su manto por cualquiera que anónimamente quisiera acercarse a El;
acude a la casa de Jairo para tomar la niña de la mano y levantarla, como un
día había tendido la mano a la suegra de Simón que estaba en cama con fiebre,
igual que está dispuesto a ir también a la casa del centurión romano.
Es bueno
detenerse con detalle en estos gestos de Jesús. El evangelio que hoy se nos
propone hace como un breve resumen de sus andanzas y de las curaciones que va
haciendo. Pero, como decíamos, es bueno detenerse en los detalles porque así
podemos admirar más la humanidad de Jesús, su cercanía, su dejarse encontrar. Y
es que en el mundo en el que vivimos necesitamos mucho de esto.
Habremos
avanzado mucho en técnicas y ciencias, pero tenemos el peligro de convertirnos
en máquinas; podemos hacer maravillas con los avances de las ciencias, pero el
enfermo necesita que el médico se siente con él en su cama y converse de muchas
cosas porque su enfermedad no son solo sus dolores; necesitamos esos encuentros
personales, ese mirarnos a los ojos, ese estar con oído atento para escuchar no
dando por sabidas las cosas antes de que nos las digan, saber dejar que el
anciano quizá nos cuente una y otra vez sus batallitas de la historia de su
vida aunque nos las sepamos de memoria.
La gente
necesita ser escuchada, las personas necesitan que se detengan a su lado, no
les importa las preguntas que les podamos hacer, porque ellos están deseando
encontrar alguien con quien hablar. Vamos más atentos a nuestras redes sociales
para hablar con quien está al otro lado del mundo, pero no nos detenemos a
hablar con el abuelo, con el vecino, con el muchacho que está allá aburrido al
lado de la calle.
El mensaje
que hoy Jesús quiere trasmitirnos es ese mundo de humanidad que tenemos que
construir día a día y que está hecho de gestos sencillos, de cosas que nos pueden
parecer insignificantes pero que nos hacen valorar la dignidad de la persona.
¿Aprenderemos un día a detenernos un poco más con ese con quien nos entramos
por la calle y aunque no lo conozcamos dedicarle una sonrisa?
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