Hay
momentos en que Dios nos sorprende y comenzamos a ver las cosas de manera
distinta, en el nombre de Jesús seamos capaces de echar las redes
Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1Corintios 15,
1-11; Lucas 5, 1-11
Tenemos
nuestros proyectos en la vida, creemos tener unas habilidades o una
preparación, una experiencia de la vida y conforme a eso vamos actuando, vamos
desarrollando nuestra vida, nos trazamos nuestro futuro; muchas veces vivimos
absorbidos por esa forma de vivir, por esos planteamientos que nos hemos hecho
y que creemos que no nos va tan mal, que no pensamos en la posibilidad de un
cambio, de que pudieran haber otros planes, otros planteamientos que nos
hicieran cambiar. No es tanto que nuestra vida se convierta en una rutina, pero
seguimos metidos en lo mismo, porque además creemos que ese es nuestro camino.
¿Cambiar?
¿Hacer las cosas de otra manera? ¿Emprender algo nuevo que nos pudiera resultar
desconocido? No todos están dispuestos, aunque sabemos que hay valientes en la
vida que están dispuestos a arriesgar. Pero nos lo tenemos que pensar.
Aquella
mañana en la orilla del lago había ido transcurriendo con la normalidad de
todos los días. Es cierto que habían regresado las barcas sin pesca, pero eso
es algo a lo que en cierto modo están acostumbrados los pescadores. Pero las
tareas que había que hacer con las barcas y las redes seguían su curso. Pero
algo va a cambiar todo esto.
Aparece el
nuevo profeta de Nazaret o de Galilea por la orilla del lago y pronto las
gentes que estaban en sus tareas normales, o que habían venido a buscar pescado
a las barcas se arremolinan en torno a Jesús. Ya lo iban conociendo, le habían
escuchado en otras ocasiones, en la sinagoga o allí donde tenían la oportunidad
de hablar con El o de escucharle; la noticia de sus signos milagrosos había
corrido de boca en boca y ya la gente le traía a sus enfermos para que los
curase. Hoy quieren escucharle, El quiere hablarles.
Una de las
barcas – la de Pedro – sirve de tarima improvisada para ponerse en un lugar en
cierto modo más alto para que todos le puedan ver y le puedan escuchar. Y allí
Jesús estuvo enseñándoles mucho tiempo. Una Palabra de vida, una Palabra de
esperanza, una Palabra que enardecía sus corazones, una Palabra que les hacia
soñar en algo nuevo, un Reino nuevo de Dios que Jesús les estaba anunciando.
Los
pescadores también se habían puesto al lado de Jesús para escucharle, y justo
por eso Pedro estaba allí en su barca al lado de Jesús. Y cuando terminó Jesús
de hablar le pidió que remara de nuevo mar adentro, que se adentrara de nuevo
en el lago y que echarla red para pescar.
¿Qué les está
pidiendo Jesús? Todos sabían que se habían pasado la noche bregando y no habían
cogido nada. Pedro lo sabía, él era un pescador avezado y cuando no hay pesca,
no hay nada que hacer. Pero la Palabra que habían escuchado a Jesús les había
hecho cambiar algo por dentro. Se habían suscitado nuevas esperanzas para sus
vidas, y ¿por qué no creerle ahora que les pide algo que parece inusitado?
Seguramente muchas dudas pasarían por el corazón de Pedro antes de responder o
de hacer lo que Jesús le está pidiendo.
‘Nos hemos
pasado la noche bregando y no hemos cogido nada’, fueron sus primeras
palabras; ‘pero, porque tú lo dices, en tu nombre echaré la red’. Aquello
parecía fuera de toda lógica. Pedro era el que sabían bien cómo estaba el lago,
Pedro era el conocedor de las artes de pesca, sin embargo cuando todo parece
imposible, Pedro cambia su postura, y se va lago adentro para echar las redes
como le está pidiendo Jesús. Era un riesgo, pero vamos a confiar.
Ya hemos
escuchado el resto del episodio, las redes que parecen reventar, que los que
están en la barca no son suficientes y llaman a los de las otras barcas, por
allá andan también Santiago y Juan, los Zebedeos, echando una mano para recoger
aquella redada de peces tan grande, todos están que no salen de su asombro.
Pedro es el más sorprendido y se siente pequeño, se siente pecador porque allí
está viendo la obra de Dios, se siente el último y es lo que le pide a Jesús. ‘Apártate
de mí, que soy un hombre pecador’. Pero allí está la respuesta y la invitación
de Jesús. ‘Desde ahora serás pescador de hombres’. Las cosas comienzan a
cambiar en la vida.
Hoy momentos
en que Dios nos sorprende. Hay momentos en que comenzamos a ver las cosas de
manera distinta. Hay momentos en que nos salimos de nosotros mismos para
descubrir que hay algo nuevo, que algo nuevo se puede emprender, que hay una
nueva tarea delante y en la que tenemos que comprometernos. Hay momentos de luz
donde vemos ese actuar de Dios, esa llamada de Dios, porque las cosas se nos
cambian, porque nos sentimos transformados por su Palabra, porque nos toca el
corazón.
Podemos
descubrir otros planteamientos y otros caminos. Pero tenemos que saber dejarnos
sorprender y humildes también dejarnos guiar aunque lo que se nos ofrezca nos
parezca totalmente distinto. Aquella palabra que hablaba de pescador de hombres
tenía que ser en cierto modo enigmática para aquellos pescadores acostumbrados
a tener en sus manos unas redes para coger peces. Pero ahora se fiaron del todo
y se fueron con Jesús.
Este
evangelio nos puede estar pidiendo y planteando muchas cosas. Porque no solo
nos quedamos en reflexionar lo que pasó aquella mañana en el lago de
Tiberíades, sino que en el lago o mar de nuestra vida pueden estar ahora
sucediendo muchas cosas si somos capaces de poner el corazón en sintonía. En
este mar de la vida que vivimos quizás estamos necesitando otras visiones,
otros planteamientos, otros valores para poder hacer la buena pesca que
necesitamos hacer para que se haga mejor nuestro mundo. Una tarea quizás está
queriendo poner el Señor en nuestras manos, pero tenemos que, como decíamos,
dejarnos sorprender, escuchar esa Palabra que nos transforma y que nos da vida,
esa palabra que nos está llamando a emprender caminos nuevos y tareas nuevas.
Metámonos en
esa barca con Jesús y dejemos que El nos conduzca. Son muchas las cosas que
podemos hacer ‘en el nombre de Jesús’.
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