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sábado, 5 de febrero de 2022

Necesitamos saber estar con el Señor para tener una nueva mirada, darle una mayor profundidad a la vida, descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión

 


Necesitamos saber estar con el Señor para tener una nueva mirada, darle una mayor profundidad a la vida, descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión

1Reyes 3, 4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

He aprendido más en estos pocos días que he estado con esta persona que todo lo que me habían enseñado en todas las escuelas o facultades en las que he estado en mi vida. No es muy habitual escuchar algo así, pero puede suceder que o lo hayamos oído a alguien en algún momento determinado o nos habrá podido pasar a nosotros mismos.

Quizás todo partió de una invitación de esa persona que amigablemente nos había invitado a pasar unos días juntos; se había planificado irse a algún sitio donde estar más cercanos el uno con el otro, o simplemente había sido una sencilla convivencia en su propia casa, en su propio hogar; pero el estar con aquella persona había sido de gran provecho; no fueron solo las conversaciones que con cierta profundidad se habían tenido, sino simplemente ese estar, ese convivir, ese contemplar el hacer y el actuar de esa persona, ese percibir los detalles de su vida, ese escuchar oportunamente una palabra que encerraba gran sabiduría, fue el compartir un vivir. Cuántas cosas se descubren, cuánto aprendemos a encontrar un sentido de vida.

Era lo que Jesús quería con sus discípulos más cercanos. La ocasión había venido después de la vuelta de aquella misión que les había confiado, donde ellos contaban y contaban cuántas cosas les habían sucedido o habían podido realizar. Ahora dice el evangelista que Jesús quiere llevárselos a un lugar apartado. Y hay una disculpa, es que si están en casa no tienen tiempo ni para comer, y era necesario un descanso.

Pero era lo que había querido Jesús desde el principio. A aquellos primeros discípulos que le preguntan dónde vivía – y esa pregunta encerraba muchas cosas – y les había dicho que se fueran con él para que vieran. Ya sabemos cuál fue la buena reacción posterior. Cuando llama a algunos en particular, ya nos explica el evangelista en el relato que eran para que estuvieran con El. Y es lo que vemos a lo largo del evangelio, cómo se va formando ese grupo de los que están siempre con Jesús, no solo en sus correrías sino también cuando están en casa, cuando están en Cafarnaún donde Jesús se había establecido, probablemente en casa de Pedro.


Ahora se los quiere llevar a un lugar apartado, y aunque pareciera que no se consiguió lo que se pretendía porque al llegar se encuentran con una multitud grande que los estaba esperando, lo que Jesús quería de aquella convivencia se realizó perfectamente. Allí en la cercanía de Jesús, con aquella compasión que siente por la multitud, con ese ponerse a enseñarles pacientemente, con el ir curando a los enfermos, o las mismas indicaciones que va dando a los discípulos de lo que tendrían que hacer, hay toda una hermosa lección. La aprendieron bien los discípulos en aquella cercanía con Jesús, en ese estar con Jesús.

Les hace tener una visión distinta de las personas y de los mismos acontecimientos, incluso de los imprevistos; aprenderán de la comprensión y de la paciencia de su Maestro, aprenderán de su preocupación por todos haciéndoles caer en la cuenta de cuáles son las verdaderas necesidades que tienen aquellas personas, aprenderán a llenar el corazón de ternura y de misericordia, aprenderán a descubrir el verdadero corazón, herido y lleno de angustias de aquellas personas. Estaban con Jesús y su visión comenzaba a cambiar, aunque sabemos cuánto les cuesta ir dando los necesarios pasos.

¿No necesitaremos nosotros estar con Jesús? ¿No necesitaremos ese tiempo a solas con Jesús, sin prisas y sin agobios, sin estar pensando en otras cosas o cuánto tenemos que hacer? porque también nosotros en nuestros agobios y carreras parece que no tenemos tiempo ni para comer, que no sabemos tener tiempo para nosotros mismos, que no sabemos tener tiempo para hacer silencio y aprender a escuchar el latir de los que están a nuestro lado, que no tenemos tiempo tampoco para esta a solas y en paz con el Señor; miremos cómo son las carreras de nuestras oraciones.

Necesitamos saber estar con el Señor, para tener una nueva mirada, para darle una mayor profundidad a la vida, para descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión para poder ir luego a los demás.

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