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martes, 1 de febrero de 2022

Dejémonos llevar por Jesús, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo entrar, ahí está esperándonos y tendiéndonos la mano

 


Dejémonos llevar por Jesús, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo entrar, ahí está esperándonos y tendiéndonos la mano

2Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 31 – 19, 3; Sal 85; Marcos 5, 21-43

El refrán dice que nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Y bien que es cierto porque sólo cuando nos vemos con el agua hasta el cuello es cuando pedimos socorro. Normalmente nos queremos valer por nosotros mismos; es cierto que si yo puedo hacer una cosa, es junto que me afane por tenerla o conseguirla. Pero eso nos vuelve muchas veces autosuficientes en muchos sentidos y aspectos en nuestra relación con los demás, donde como decimos no queremos deber nada a nadie, pero nos afecta también al sentido religioso que podamos tener en la vida. En Dios buscamos nuestros refugios, y parece muchas veces que solo contamos con El cuando nos vemos en la más extrema necesidad, o en el mayor peligro. Es el supermercado donde vamos cuando necesitamos algo, o la farmacia a la que sólo acudimos cuando necesitamos una medicina.

Mal se estaban viendo los dos personajes de los que nos habla el evangelio. Parece como muy sencilla a simple vista que aquel jefe de la sinagoga acudiera a Jesús porque tenía enferma a su hija. El tenía su prestigio, en cierto modo era de la clase dominante y de los que de alguna manera ejercían algún poder. Pero ahora se ve en la necesidad de acudir a Jesús. Su hija está en las últimas. Ya no hay solución por otros caminos, y ha oído hablar de los milagros que hace Jesús, pues ahora viene a pedirle que vaya a poner su mano sobre ella para que se cure. En el fondo, no juzguemos del todo, porque era también un hombre de fe, aunque ahora no sabía ni a quien acudir.

Mal se estaba viendo también aquella mujer que había gastado toda su fortuna buscando la salud y sus hemorragias no cesaban. Fue un atrevimiento grande meterse en medio de la gente sabiendo que tenía que sentirse una mujer impura, a causa de sus hemorragias y no tendría que meterse en medio de la gente. Pero entre toda la gente que se apretujaba junto a Jesús está aquella mujer que no se atreve ni a hablar ni a pedir ayuda pero que tiene la fe de que solo tocando el manto de Jesús puede curar. Y es lo que hace. Y es lo que siente, que ‘las fuentes de sus hemorragias cesaron de inmediato y su cuerpo estaba curado’.

Esto hace que aquella comitiva, vamos a llamarla así, de los que se dirigían a la casa de Jairo encabezados por Jesús, se detenga. ‘¿Quién me ha tocado?’ por allá está el espabilado de Pedro diciendo ‘¿cómo se te ocurre preguntar eso, si ves toda la gente que se apretuja junto a ti?’ Pero Jesús no hace caso de las indicaciones de Pedro y está esperando la salida valiente de quien se ha atrevido a tocar su manto. La mujer temerosa se acerca y lo explica todo. ‘No te preocupes, viene a decirle Jesús, tu fe te ha curado… vete en paz porque tu fe ha curado’.

Mientras, llegan los sirvientes de Jairo para decirle que ya no hay nada que hacer, porque la niña ha muerto. Pronto estarán allí las plañideras para iniciar el duelo. No merece la pena molestar más al maestro. Parece que todo se pone en contra. Y ahora ha sido a causa de aquella mujer por lo que se ha detenido Jesús y no ha podido llegar a tiempo. Parece que todo se derrumba. Pero allí está la Palabra de Jesús. ‘No temas; basta que tengas fe’.

Cómo necesitaríamos tantas veces nosotros escuchar esa palabra de Jesús. Dudamos, nos derrumbamos, nos parece que nadie nos escucha, todo parece muchas veces que se nos pone en contra, los problemas se agravan y no encontramos soluciones, el camino para encontrar la luz se nos hace largo, se tambalea nuestra fe. En nuestros agobios y desesperanzas todo nos parece una montaña que se nos viene encima, las oscuridades parecen mayores. Pero mantengámonos anclados en esa fe que tenemos, aunque nos parezca débil y muchas veces imperfecta. ‘No temas, basta que tengas fe’, nos está diciendo Jesús.

Y El nos toma de la mano, y nos dice que las cosas no son tan grandes como nosotros las imaginamos, ‘la niña no está muerta, sino que está dormida’, y nos invita a confiar, y nos invita a entrar con El al santuario interior donde nos vamos a encontrar con El de verdad, donde vamos a recobrar la luz y la vida.

Dejémonos llevar por El, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo meternos, nos vamos a encontrar con nosotros mismos, vamos a ver quizá nuestra debilidad y nuestras oscuridades, pero ahí vamos a encontrar la luz, porque ahí está El esperándonos y tendiéndonos la mano. Toquemos la orla de su manto, agarrémonos fuerte a esa mano que se nos tiende, sintamos fuertemente su presencia. Esa fe también nos va a curar.

¿Nos invitará también a que le comamos para que tengamos vida y vida para siempre?

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