Dejémonos
llevar por Jesús, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que
muchas veces nos da miedo entrar, ahí está esperándonos y tendiéndonos la mano
2Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 31 – 19, 3;
Sal 85; Marcos 5, 21-43
El refrán
dice que nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Y bien que es cierto porque
sólo cuando nos vemos con el agua hasta el cuello es cuando pedimos socorro.
Normalmente nos queremos valer por nosotros mismos; es cierto que si yo puedo
hacer una cosa, es junto que me afane por tenerla o conseguirla. Pero eso nos
vuelve muchas veces autosuficientes en muchos sentidos y aspectos en nuestra
relación con los demás, donde como decimos no queremos deber nada a nadie, pero
nos afecta también al sentido religioso que podamos tener en la vida. En Dios
buscamos nuestros refugios, y parece muchas veces que solo contamos con El
cuando nos vemos en la más extrema necesidad, o en el mayor peligro. Es el
supermercado donde vamos cuando necesitamos algo, o la farmacia a la que sólo
acudimos cuando necesitamos una medicina.
Mal se
estaban viendo los dos personajes de los que nos habla el evangelio. Parece
como muy sencilla a simple vista que aquel jefe de la sinagoga acudiera a Jesús
porque tenía enferma a su hija. El tenía su prestigio, en cierto modo era de la
clase dominante y de los que de alguna manera ejercían algún poder. Pero ahora
se ve en la necesidad de acudir a Jesús. Su hija está en las últimas. Ya no hay
solución por otros caminos, y ha oído hablar de los milagros que hace Jesús,
pues ahora viene a pedirle que vaya a poner su mano sobre ella para que se
cure. En el fondo, no juzguemos del todo, porque era también un hombre de fe,
aunque ahora no sabía ni a quien acudir.
Mal se estaba
viendo también aquella mujer que había gastado toda su fortuna buscando la
salud y sus hemorragias no cesaban. Fue un atrevimiento grande meterse en medio
de la gente sabiendo que tenía que sentirse una mujer impura, a causa de sus
hemorragias y no tendría que meterse en medio de la gente. Pero entre toda la
gente que se apretujaba junto a Jesús está aquella mujer que no se atreve ni a
hablar ni a pedir ayuda pero que tiene la fe de que solo tocando el manto de
Jesús puede curar. Y es lo que hace. Y es lo que siente, que ‘las fuentes de
sus hemorragias cesaron de inmediato y su cuerpo estaba curado’.
Esto hace que
aquella comitiva, vamos a llamarla así, de los que se dirigían a la casa de
Jairo encabezados por Jesús, se detenga. ‘¿Quién me ha tocado?’ por allá
está el espabilado de Pedro diciendo ‘¿cómo se te ocurre preguntar eso, si
ves toda la gente que se apretuja junto a ti?’ Pero Jesús no hace caso de
las indicaciones de Pedro y está esperando la salida valiente de quien se ha
atrevido a tocar su manto. La mujer temerosa se acerca y lo explica todo. ‘No
te preocupes, viene a decirle Jesús, tu fe te ha curado… vete en paz porque tu
fe ha curado’.
Mientras,
llegan los sirvientes de Jairo para decirle que ya no hay nada que hacer,
porque la niña ha muerto. Pronto estarán allí las plañideras para iniciar el
duelo. No merece la pena molestar más al maestro. Parece que todo se pone en
contra. Y ahora ha sido a causa de aquella mujer por lo que se ha detenido
Jesús y no ha podido llegar a tiempo. Parece que todo se derrumba. Pero allí
está la Palabra de Jesús. ‘No temas;
basta que tengas fe’.
Cómo necesitaríamos tantas veces
nosotros escuchar esa palabra de Jesús. Dudamos, nos derrumbamos, nos parece
que nadie nos escucha, todo parece muchas veces que se nos pone en contra, los
problemas se agravan y no encontramos soluciones, el camino para encontrar la
luz se nos hace largo, se tambalea nuestra fe. En nuestros agobios y
desesperanzas todo nos parece una montaña que se nos viene encima, las
oscuridades parecen mayores. Pero mantengámonos anclados en esa fe que tenemos,
aunque nos parezca débil y muchas veces imperfecta. ‘No temas, basta que
tengas fe’, nos está diciendo Jesús.
Y El nos toma de la mano, y nos dice
que las cosas no son tan grandes como nosotros las imaginamos, ‘la niña no
está muerta, sino que está dormida’, y nos invita a confiar, y nos invita a
entrar con El al santuario interior donde nos vamos a encontrar con El de
verdad, donde vamos a recobrar la luz y la vida.
Dejémonos llevar por El, no temamos
entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo
meternos, nos vamos a encontrar con nosotros mismos, vamos a ver quizá nuestra
debilidad y nuestras oscuridades, pero ahí vamos a encontrar la luz, porque ahí
está El esperándonos y tendiéndonos la mano. Toquemos la orla de su manto,
agarrémonos fuerte a esa mano que se nos tiende, sintamos fuertemente su
presencia. Esa fe también nos va a curar.
¿Nos invitará también a que le comamos
para que tengamos vida y vida para siempre?
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