La
Iglesia no puede olvidar su misión profética para proclamar la palabra de vida
y de salvación aunque no sea lo políticamente correcto para parte de la
sociedad
Jeremías 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1Corintios
12, 31 - 13, 13; Lucas 4, 21-30
Los cambios
de humor, vamos a llamarlo así, son frecuentes en las reacciones de las
personas y de los grupos. En un momento sentimos simpatía y antipatía; en un
momentos parece que estamos de acuerdo y que nos gusta lo que nos dicen, y al
momento siguiente cambiamos de opinión y aquella persona ya no nos parece tan
buena; basta que sintamos un desaire, que se diga una palabra que no cae bien o
que se malinterpreta, que no se haga lo que quiere todo el mundo sino que se
quiera actuar desde unos principios de rectitud y ética, que nos lleven la
contraria a lo que son nuestros intereses y que parecía que aquella persona iba
a responder a esos planteamientos nuestros pero vemos que hay otra cosa en su
planteamiento u otras exigencias, para que cambiemos, para que el amor y simpatía
que sentíamos al principio lo cambiemos por odio y hasta por afanes de
destrucción.
Cuántas veces
lo habremos podido sufrir, o cuántas veces hemos visto esas reacciones en
nuestro entorno; cuántos que antes parecían muy amigos, de la noche a la mañana
en uno todo se transformó en odio.
Es lo que
pasó aquella mañana en la sinagoga de Nazaret, pero sigue pasando en la Iglesia
cuando se quiere ser fiel de verdad a los valores del evangelio, es lo que
sigue pasando en nuestra sociedad por ejemplo contra la Iglesia porque sigue
predicando y enseñando según sus principios y según el evangelio.
Pero
recordemos primero lo que hoy nos ha narrado el evangelio que es continuación
exacta del proclamado el pasado domingo. Jesús estaba en su pueblo Nazaret,
había ido el sábado a la sinagoga y había hecho la lectura del profeta. Su
comentario había sido – con él hemos comenzado hoy la proclamación del
evangelio de este domingo – ‘Hoy se ha
cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Y nos dice el evangelista que
manifestaban su aprobación y admiración ante las palabras de Jesús. Estaba allí
su orgullo de pueblo, porque era uno de los suyos, allí había vivido, era el
hijo del carpintero, y por allí quedaban algunos parientes.
Pero quizá por ahí, por esos orgullos y
en el fondo los deseos que podían tener de sacar provecho, es por donde anda
todo. Pronto verán que Jesús no está por su labor. Porque sea su pueblo allí no
va a haber preferencias. Ya había manifestado con la lectura del profeta que
las preferencias estaban en los pobres que serían evangelizados y los oprimidos
que serían liberados. Pero no era una liberación como ellos pensaban. Jesús
había hablado del ‘año de gracia del Señor’, para significar como
comenzaba algo nuevo y distinto.
En los anuncios de Jesús no había nada
de aquellas revanchas y venganzas que podían estar anidándose en su corazón
para verse liberados de la opresión de los romanos. Es más Jesús está
anunciando una preferencia porque esa gracia del Señor llegue a todos y por eso
recuerda los episodios de Elías y Eliseo donde dos extranjeros serán los que se
ven agraciados, la viuda de Sarepta y Naamán el sirio.
Y es entonces la reacción de las gentes
de la sinagoga de Nazaret. Jesús les recuerda que un profeta nunca es bien
mirado en su tierra. La admiración del principio se transforma como tantas
veces sucede. Querrán despeñarlo desde la colina por un barranco, aunque Jesús
pasa en medio de ellos sin que pudieran hacer nada.
Recordamos lo que escuchábamos al
profeta Jeremías sobre su propia vocación. ‘Te consagré: te constituí
profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo
que yo te mande. No les tengas miedo…. Desde ahora te convierto en plaza
fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país…’
Es la misión y es la tarea de todo
profeta. Es la misión y es la tarea profética que la Iglesia tiene que realizar
en medio del mundo. No siempre es fácil. Hay el peligro de comenzar a medir las
palabras para decir lo políticamente correcto, como se dice ahora. Estamos
cuidando demasiado lo que la Iglesia tiene que hacer o tiene que decir para no
disgustar a ciertos sectores de la sociedad que luego dirán y manipularán, que
luego querrán arrimar el ascua a su sardina, pero si la Iglesia no se deja manejar,
van a caer sobre ella. Y esto está pasando.
No son los criterios del mundo, aunque
ahora se hable tanto de mayorías, los que tienen que guiar la actuación de la
Iglesia. Porque la mayoría de la gente dice, porque la mayoría de la gente
opina, escuchamos decir, pero no es ese el criterio de fidelidad a la Palabra
de Dios y al mensaje del evangelio por lo que la Iglesia tiene que conducirse.
Y en medio de todo eso estamos con el testimonio valiente que hay que dar,
aunque no les guste a algunos. Es duro y es difícil, pero la misión profética
que tenemos como cristianos y como Iglesia no la podemos ignorar ni dejar a un
lado.
‘Tú cíñete los lomos… no les tengas
miedo… Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para
librarte’ que nos dice el profeta.
‘Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino’.
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