Las
palabras de Jesús impactan, interrogan por dentro, nos hacen hacer nuevos
planteamientos para la vida, nos proponen exigencias de renovación y
autenticidad
Santiago 2, 14-24. 26; Sal 111; Marcos 8, 34
– 9, 1
Nos gusta
contentarnos a nosotros mismos. ¿Quién no se permite un capricho en más de
alguna ocasión? Queremos lo mejor, ambicionamos todo, cuando vemos algo que nos
gusta y nos llama la atención nos sentimos atraídos y ya estamos pensando a ver
cómo lo consigo. ¿Aspiraciones de felicidad? Claro que todos queremos ser
felices y queremos en ocasiones llenarnos de cosas pensando que ahí está la
felicidad. Pero puede llegar un momento en que nos sentimos hastiados de todo;
aquellas cosas que antes anhelábamos tanto, ahora parece que no nos llaman la
atención y nada nos dicen. Tenemos de todo y pudiera ser que nos sintiéramos
vacíos, ¿qué nos falta?
Son preguntas
que algunas veces nos hacemos, porque incluso la posesión de todas aquellas
cosas que anhelamos y por las que luchamos para conseguirlas ahora nos pueden
producir vacío, hastío, insatisfacción, agobios y preocupaciones. ¿Para qué?
nos preguntamos. ¿Es que en verdad necesito tanto para ser feliz? Y
contemplamos a nuestro lado a quienes nada tienen pero reflejan en su rostro
una sonrisa que brota de la felicidad de su alma. Por eso nos preguntamos,
tenemos que hacernos muchas preguntas, no hemos de tener miedo a esas preguntas
que nos pueden horadar el alma, pero que nos harán mirar de una forma distinta
los bolsillos.
Y algunas
veces nos dan miedo esas preguntas. ¿Será que no nos gusta que nos hagan
pensar? Pero lo necesitamos. Lo hace Jesús con sus discípulos. Sus palabras
impactan, interrogan por dentro, nos hacen hacer nuevos planteamientos para la
vida. Claro que a los que siempre quieren estar en lo mismo, no les gustan las
palabras de Jesús. Ya sabemos lo que pasa con los fariseos y los maestros de la
ley. Plantea exigencias de renovación, quiere autenticidad en la vida, que
busquemos lo que es verdaderamente principal para que no nos quedemos en
superficialidades, nos hace tomar caminos nuevos.
Es lo que se
nos plantea en el evangelio de hoy. Si decíamos al principio que nos gusta
regalarnos a nosotros mismos, hoy nos dice Jesús que tenemos que negarnos a
nosotros mismos. No porque de una forma masoquista tengamos que buscar el
sufrimiento, sino porque tenemos que aceptar la realidad de la vida que muchas
veces está llena de sufrimientos, pero sobre todo porque cuando tenemos que
superarnos para buscar cosas mejores, tendremos que dejar a un lado algunos
gustos o algunas apetencias aunque eso nos haga sufrir por dentro.
Jesús plantea
que vivir con intensidad la vida es amar, y amar significa entregarse siendo
capaz de olvidarse uno de si mismo porque busca siempre el bien del otro. Es el
camino de la autentica felicidad frente a lo que muchas veces nosotros pensamos
que la felicidad está en las cosas; la verdadera felicidad tenemos que buscarla
dentro de nosotros mismos por nuestra capacidad de amar, por nuestra capacidad
de darnos. ¿De qué nos vale tener todo,
nos viene a decir, si no alcanzamos la verdadera felicidad desde la
intensidad de nuestra entrega y de nuestro amor?
‘Pues ¿de qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?’,
nos dice hoy Jesús. Por eso habla de
ser capaces de perder la vida para ganarla. Algo muy distinto a los criterios
del mundo a los que estamos tan acostumbrados. ‘Porque, quien quiera salvar
su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará’.
En otro momento nos dirá Jesús que
tenemos que ser luz y que vean nuestras buenas obras para que todos den gloria
al Padre del cielo. Hoy nos viene a decir que tenemos que ser testigos siempre,
dar testimonio de lo que es nuestra fe, mostrar sin temor al mundo el camino y
los valores por los que hemos optado. Es importante dar la cara, no ocultarnos.
De una forma que nos pudiera parecer dura nos dice: ‘Quien se avergüence de
mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo
del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre
sus santos ángeles’. Es la valentía del testimonio ante el que nunca nos
podemos acobardar.
Son cuestiones que nos hacen pensar.
Son planteamientos nuevos que hemos de hacernos buscando siempre lo que es
verdaderamente importante. Es un sentido de autenticidad, de verdad que hemos
de darle a la vida. Es un camino que hemos de recorrer que aunque en algún
momento pudiera parecer cruz, siempre tenemos los ojos puestos en la resurrección
y en la vida.
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