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miércoles, 26 de abril de 2017

No olvidemos que tenemos que iluminar con la misma luz de Cristo y con su sabor al mundo que tanto necesita de su luz y de la sabiduría del Evangelio

No olvidemos que tenemos que iluminar con la misma luz de Cristo y con su sabor al mundo que tanto necesita de su luz y de la sabiduría del Evangelio

1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ nos dice Jesús hoy en el evangelio. Ser sal, ser luz. Escuchamos hoy esta palabra de Jesús en la fiesta de un gran santo español, san Isidoro de Sevilla. Resplandeció en su santidad y en su sabiduría en la sede de Sevilla en su tiempo y fue luz en medio de toda España en unos momentos oscuros y duros de la historia.
Su testimonio nos anima, su santidad nos hace imitarle, su sabiduría nos impulsa a que busquemos esa verdadera sabiduría que el Espíritu del Señor infunde en nuestro corazón para que también, quizás desde nuestra pequeñez y nuestra humildad, podamos poner ese nuevo sabor que nuestro mundo necesita y que nosotros sabemos que encontramos en la cruz de Jesús y en su resurrección.
El mundo necesita de esa luz y de ese nuevo sabor que en el evangelio podemos encontrar. Vivimos en un mundo cambiante y en un mundo que muchas veces nos puede llenar de confusión. Son tantas las ideas, las maneras de pensar, las formas de entender las cosas, los caminos que se nos ofrecen de todos lados porque en el fondo todos queremos un mundo mejor. Pero muchas veces nos podemos sentir confusos. Hay muchas cosas que nos encontramos que chocan con nuestros valores y nuestros principios nacidos del evangelio. Y parece en ocasiones que nos sentimos inseguros, dudamos y vacilamos si estamos en el camino cierto porque se nos dan tantos razonamientos que no sabemos a que atenernos.
Muchas veces los cristianos no nos hemos formado debidamente sino simplemente nos hemos ido dejando llevar porque nos parecía que todos pensábamos igual, que todas las cosas han sido siempre así pero no nos preocupamos de ahondar debidamente en nuestra fe, en el conocimiento del evangelio, en aquello que la Iglesia, sabia maestra en el Espíritu, nos ha ido enseñando.
Cuando nos planteaban quizás que teníamos que asistir a reuniones y encuentros nos decíamos que nada nuevo nos iban a enseñar y nos preocupamos de ese crecimiento necesario en nuestra fe, en nuestra autentica formación cristiana, en el crecimiento de una verdadera espiritualidad. Cuantas veces hemos escuchado o acaso nosotros decir también, ‘a mi que me van a enseñar si yo soy cristiano de siempre’. Y claro cuando surge la confrontación con otras ideas, con otros valores, con otras formas de concebir la vida que en la sociedad se nos va ofreciendo, no sabemos como reaccionar, como responder.
Y nos vamos tras otras espiritualidades orientales porque están de moda y se nos presentan como panaceas de una verdadera sabiduría de la vida; y nos dejamos influir por lo que todo el mundo piensa porque pensamos que si todos piensan así, eso será la verdad, y otras cosas por el estilo que nos desorientan, que nos llenan de confusión.
¿Seremos quizás la sal que se vuelve sosa? ¿Seremos la luz que se tamiza con otros filtros y colores, que nos impiden ver el brillo de la verdadera luz? Jesús nos advierte hoy, que si la sal se vuelve sosa, no valdrá sino para que la tiren y la pise la gente. No perdamos el sabor de la sabiduría de Jesús. Empapémonos de evangelio para que podamos brillar con la verdadera luz y podamos iluminar a los demás, podamos trasmitir con valentía y lealtad los valores del evangelio que darán verdadero sabor a nuestro mundo.

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