Necesitamos sinceridad en la vida para mirarnos y aceptarnos, reconocer nuestros valores y también cuánto tenemos que superar para alcanzar metas altas en la vida
1Tesalonicenses 2,9-13; Sal 138; Mateo 23,27-32
‘Señor, tú me sondeas y me conoces… ¿Adónde iré lejos de tu
aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me
acuesto en el abismo, allí te encuentro’. A los ojos del Señor no nos
podemos ocultar. Quizá podemos intentarlo en nuestra relación con los demás y
vivir sujetos a la apariencia y al disimulo, pero allá en lo secreto de nuestro
corazón no nos podemos engañar, ni podemos engañar a Dios. El nos conoce hasta
lo más profundo.
Necesitamos sinceridad en la vida. Algunas veces parece que hasta
queremos engañarnos a nosotros mismos, porque no queremos reconocer la realidad
de nuestra persona, de nuestra vida. algunas veces no nos atrevemos a mirarnos
de frente; hay cosas que no nos gustan de nuestra vida, pero tratamos de
disimularlas, como el avestruz ponemos la cabeza debajo del ala, porque
pensamos que así pasa el peligro, pero la realidad de lo que somos con nuestros
valores y con nuestros defectos está ahí.
Es cierto que tenemos que ser positivos en la vida, ver cuales son
nuestros valores, nuestras cualidades, lo que podemos hacer, lo que somos
capaces de hacer. Seguro que hay muchas cosas buenas en nosotros, pero que también
tenemos el peligro de que no las hayamos descubierto. Quizá tengan que venir
momentos malos, de dificultad, para que saquemos toda esa fuerza interior que
tenemos y con lo que somos capaces de superar muchas cosas. Pero creo que
tenemos que ponernos a pensar en eso bueno que hay en nosotros, nuestros
sueños, nuestros ideales, aquellas metas por las que nos gustaría luchar.
No podemos ocultar lo que valemos, no podemos enterrar el talento que
hay en nuestra vida; seríamos desagradecidos. Con esa positividad en nosotros
podemos llegar muy lejos, a grandes cosas; pongámonos metas que nos ilusionen y
nos hagan levantar la mirada para ver más allá de lo presente que muchas veces
pudiera estar lleno de oscuridades.
Pero mirar más allá de esas oscuridades porque nos pongamos buenas y
altas metas no significa que no miremos nuestra realidad completa, también con
nuestras deficiencias, nuestras limitaciones, nuestros tropiezos, el carácter
que tengamos, o los tormentos que pudiera haber en ocasiones en nuestro
interior. No quisiéramos que hubiera esos tormentos, esas limitaciones o
defectos, pero ahí están y de ahí también tenemos que partir sabiendo aceptar lo
que somos y tratando por supuesto de superarnos.
No es que vayamos pregonando lo que son nuestros defectos ante todo el
mundo, pero no podemos poner cara de ‘niños buenos’ cuando quizá haya
tantas malicias que enturbian nuestro interior. No aparentemos lo que somos,
pero porque aceptemos lo que somos no significa que no tengamos que superarnos,
crecer, purificarnos interiormente, transformar nuestro corazón tantas veces
malicioso.
Es la tarea de nuestro crecimiento interior que tenemos que saber
emprender, en lo que tenemos que empeñarnos. No nos podemos contentar con decir
es que yo soy así y no puedo cambiar, sino que tengo que saber poner mi empeño
y mi esfuerzo para ir dando esos necesarios pasos que nos vayan transformando.
Y podemos, y seremos capaces, y tenemos fuerza en nosotros para realizarlo. La
fuerza de todo eso otro bueno que hay en nosotros nos ayuda, nos impulsa.
Jesús denuncia la actitud de aquellos que no eran capaces de reconocer
los errores de su vida, sino que Vivian de apariencias mientras su corazón
estaba lleno de maldades. Ciegos guías de ciegos, como les dice Jesús en una
ocasión. Trataban de ser guías en medio del pueblo porque por su posición
social así se lo creían ellos, pero eran tan ciegos para no reconocer sus
errores, las maldades que llevaban en su corazón, y no se dejaban interpelar
por la Palabra de Dios, por la Palabra de Jesús que siempre era Palabra de vida
y salvación. Que no nos sucede a nosotros igual. Cerca de nosotros está siempre
esa mirada de Jesús que nos alienta, nos hace ver la realidad de nuestra vida y
siempre en nosotros deseos de grandeza y superación.
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