Cada
uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, poniendo todo
nuestro corazón, pues Dios ama “al que da con alegría”
2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo
6,1-6.16-18
Fácilmente cuando vamos haciendo
turismo, por decirlo de una manera fácil, nos encontraremos en ciertos lugares,
en monumentos, o en obras de cierta relevancia que a su pie ha quedado
constancia para la historia en unas placas colocadas con cierto interés, de
quién es el personaje que contemplamos, o quién promovió determinadas obras que
pudieran ser un beneficio para la comunidad. Hay placas que nos valen para la
historia y para el recuerdo, pero reconocemos que también las hay para la
vanidad y para la vanagloria.
¿Por qué hacemos lo que hacemos? aquí
es donde tendríamos que ponernos a pensar si aquello que hacemos lo hacemos con
corazón, con alegría en el corazón por la satisfacción del deber cumplido, por
el gozo y la alegría con que nos damos por los demás, por esa generosidad que
nos llevaría incluso a olvidarnos de nosotros mismos por el bien que hacemos y
que beneficia a los demás. Si lo hacemos así, lejos de nosotros estará esa
vanidad y esa vanagloria y estaremos dando muestras de la riqueza de nuestro
amor y de nuestra generosidad.
Pero todos podemos tener la tentación de
buscar ese regustín en lo que hacemos y de intentar subir algún peldaño en ese
pedestal de reconocimientos. ¿Qué nos sucede por dentro cuando vemos que
aquello en lo que nosotros nos entregamos con tanto ahínco, ahora vemos que se
atribuye a otros y parece que la gloria se la llevan ellos? A punto estamos de
dar el grito, de pedir el reconocimiento. Es de justicia, nos atrevemos a
pensar en que se nos reconozca aquello que hicimos.
¿Qué nos dice hoy Jesús en el
evangelio? ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres
para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial…’ Y nos hablará de tres cosas muy concretas como son la
limosna, la oración y el ayuno. Eran como tres prácticas en el orden religioso,
como siguen siéndolo hoy, pero de las que hacen gala con mucho empeño los
fariseos y los principales grupos religiosos en Israel. Ni tocar campanillas
delante de nosotros por donde hemos de pasar dando limosna para ayudar a los
demás, ni la vanidad de ponernos en lugares destacados en pie delante de todos
para hacer ostentación de nuestra oración, ni caras de plañideras ni de luto
por el hecho de que nos sacrifiquemos haciendo un ayuno que habría de tener un
sentido purificatorio. Otro tiene que ser el estilo y la manera de hacer que le
dé autenticidad a cuanto hagamos.
Claro que aquí podemos englobar muchas
cosas, muchos aspectos de nuestra vida de cada día, de esa generosidad de
nuestro corazón para compartir o para hacer por los demás; que también podemos
tener la tentación de llenar nuestros estantes y vitrinas con placas de
reconocimientos dejando traslucir esa vanidad con la que podemos llenar nuestra
vida; recuerdos, nos decimos para auto justificarnos; pero la huella que
nosotros hemos de dejar en ese campo en el que estamos trabajando es todo ese
surco que hemos abierto con nuestro trabajo para dejar sembrada una buena
semilla.
Lo importante no es quién haya hecho el
surco, sino la planta nueva que brotará de ese semilla que hemos sembrado que hará
que todos nos amemos un poquito más, que hayamos logrado una mejor armonía
entre todos y un mundo más lleno de paz. De nada nos vale que dejemos una placa
para la historia si realmente no han mejorado las relaciones, por ejemplo,
entre unos y otros.
Esa es la gloria que hemos de buscar
que es la gloria del Señor, no nuestras glorias o nuestras recompensas terrenas
que al final se nos quedarán en algo vacío y sin sentido. Muchas actitudes y
muchas maneras de hacer las cosas tendríamos que revisar.
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