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lunes, 21 de marzo de 2016

Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido al dejarnos impregnar al mismo tiempo por su amor y su misericordia

Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido al dejarnos impregnar al mismo tiempo por su amor y su misericordia

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12,1-11

Por allí anda Judas preocupado por lo que considera un gasto superfluo en aquel perfume tan caro cuyo importe se podría haber empleado en otras cosas – aunque el evangelista nos previene de las negruras que se han metido en su corazón -; por otro lado está la curiosidad de tantos judíos que habían venido porque a Jesús se le ofrecía una cena en Betania aunque vinieran mas por la curiosidad de ver a Lázaro a quien Jesús había resucitado; está también aquella querida familia de Betania que ofrece aquel banquete en reconocimiento quizá por las maravillas que Dios había obrado en ellos a través de Jesús; y tomando un protagonismo especial María que ofrece a Jesús en aquel gesto de hospitalidad tan habitual de ofrecer agua y perfume al huésped que llegaba hasta un hogar pero con ese perfume de nardo, auténtico y costoso, con el que le unge los pies a Jesús enjugándoselos con su cabellera.
Un paralelismo encontramos con aquel hecho que nos narra otro evangelista de la mujer pecadora que en casa del fariseo se introduce también hasta los pies para lavárselos con sus lagrimas, perfumarlos también con un caro ungüento y enjugárselos igualmente con sus cabellos como señal del profundo amor que cubriría sus muchos pecados para merecer el perdón de Jesús.
Es el amor el que ahora lleva a Maria a derramar el caro perfume también en los pies de Jesús, anuncio del ungüento para su sepultura que más tarde no podrían realizar debidamente. Es lo que Jesús nos hace descubrir en el gesto de María de Betania y es lo que ahora nosotros nos puede ayudar en este momento de nuestra vida espiritual en medio de las celebraciones que nos ayudan a celebrar y vivir la Pascua del Señor.
¿Qué buscamos o con qué espíritu nos disponemos a vivir estos días de celebración especial? ¿Cuál va a ser el perfume del que vamos a impregnarnos en la celebración de los Misterios pascuales que vivimos?
De nosotros hemos desterrar, por supuesto, intereses torcidos, pues con corazón limpio tenemos que acercarnos al Señor en la celebración de sus misterios. No es la simple curiosidad o simplemente dejarnos enternecer por la emoción que puede provocar en nosotros la contemplación de las imágenes de la pasión. Muchos colocados como espectadores que contemplaran un desfile es todo lo más que hacen ante la pasión de Jesús en lo cruento y duro de las imágenes que nos reflejan el dolor de un hombre que sufre tan crueles tormentos. Es algo más que una emoción pasajera que se evapora como una lágrima al sol lo que se tiene que provocar en nosotros y mover nuestro corazón.
Tenemos que contemplar lo que es la raíz más honda, el motivo más profundo de lo que fue la pasión de Jesús. Es el amor que lleva hasta la más profunda entrega, hasta la entrega total de la vida y de la forma más ignominiosa, pero que es la señal del más grande amor. Y ese amor lo vemos derramado sobre nosotros para ungir nuestra vida con el más precioso perfume  que es el de la gracia que va a limpiar nuestro corazón pecador, pero que aun así quiere poner amor. Como aquella otra mujer que lavó los pies de Jesús limpiando sus muchos pecados al dejarse inundar por tan grande amor.
Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido cuando al mismo tiempo nos dejemos impregnar por su amor y su misericordia en el sacramento del perdón.

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