Proclamando hoy que viene como rey por su misericordia nos adelantamos a las aclamaciones de la noche de la Pascua al contemplar entonces la victoria de su resurrección
Lucas, 19, 28-40; Isaías
50, 4-7; Sal 21; Filipenses 2,
6-11; Lucas 22, 14 - 23, 56
‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!’ Eran las
aclamaciones de la masa de los discípulos cuando bajaba del monte los olivos
acercándose a la ciudad, entusiasmados por los todos los milagros que le habían
visto hacer. Y alababan al Señor con estas aclamaciones, ‘paz en el cielo y
gloria en lo alto’.
Son las aclamaciones que nosotros también queremos hacer en este
domingo que llamamos de los ramos, porque rememoramos aquella entrada en
Jerusalén y también con ramos y palmos en nuestras manos queremos aclamar al
Señor. ‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!’ son
también nuestras aclamaciones.
¿Cómo lo podemos ver entrar en la ciudad santa como rey si simple y
llanamente va a lomos de un borrico que había pedido prestado en la cercana
aldea de Betfagé? No son los poderosos los que le aclaman ni va rodeado de ejércitos
triunfadores, como era la entrada en la ciudad de Roma de las legiones
victoriosas con su caudillo al frente. Pero en verdad le podemos proclamar como
rey porque en la forma de manifestarse nos está mostrando lo que ya nos había
enseñado que era el estilo de su reino.
No será a la manera de los poderosos de este mundo, les había dicho a
los discípulos y hoy mismo volveremos a escucharlo en los prolegómenos de la
cena pascual. ‘Los reyes de las naciones los dominan, y los que ejercer
autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el
primero sea entre vosotros como el menor, y el que gobierne, como el que
sirve’.
Hoy le vamos a contemplar en la mayor muestra del servicio y del
hacerse en verdad el último de todos. Precisamente a san Pablo le vamos a oír
decir que ‘Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos y, actuando como un hombre cualquiera se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz’.
Deberíamos de tomar nota muy bien de estas palabras. ‘Pasando por uno de
tantos… actuando como un hombre cualquiera…’ quien era Dios, quien es el
Señor, a quien proclamamos como nuestro Rey y Señor. Cuánto nos enseña para
nuestro actuar cuando siempre queremos sobresalir y resaltar.
A este domingo lo llamamos de Ramos, pero lo llamamos también de la
Pasión del Señor. Es que comenzamos la verdadera semana de la pasión cuando nos
disponemos a celebrar todo el misterio pascual de Cristo, en su pasión, muerte
y resurrección. Por eso la liturgia nos propone en este día la proclamación de
la pasión y en este año y ciclo es la pasión según el evangelista san Lucas.
Bueno es que a nivel personal durante el día nos detengamos de una forma
personal a leerla con detenimiento además de la proclamación que escuchemos en
la liturgia. Solo de una lectura de corrido no podemos extraerle todo el
mensaje que nos ofrece la Palabra del Señor.
Podemos fijarnos en muchos aspectos, porque además cada evangelista
nos destaca especiales cosas según sus propias características. En lo que puede
ser esta breve reflexión no podemos entrar en todo detalle pero podríamos
destacar algunas cosas que nos puedan ayudar y lo haremos también en
concomitancia con este año de la misericordia que estamos celebrando.
Todo el relato de la pasión y muerte de Jesús hemos de reconocer que
es una muestra de lo que es la misericordia de Dios que así nos entregó a su
Hijo para que tuviéramos vida y vida en abundancia derrochando sobre nosotros
su amor y su misericordia. Todo es una llamada al amor, a sentir cómo Dios
siempre está esperando nuestra respuesta de arrepentimiento pero El se adelanta
a nosotros para ofrecernos su perdón, su amor, su misericordia.
A Judas en el momento de la entrega lo llama ‘amigo’; palabra
hermosa que tendría que hacernos revolver el corazón el sentirnos así llamados
cuando con nuestro pecado estamos culminando nuestra traición.
Se adelanta Jesús a atajar la violencia que surge con sus espadas en
los discípulos a la hora del prendimiento, pero acercándose además al que está
herido para tener tiempo aun en ese momento para curar la oreja herida. ¿En
medio de la violencia que de tantas formas nos rodea seremos capaces de
detenernos para tener un gesto de paz?
¿Qué decir de la mirada de Jesús a Pedro tras su triple negación? Es
la mirada del amor, no es la mirada del reproche como podríamos pensar, es la
mirada que llama y nos recuerda que seguimos siendo amados y se seguirá
contando con nosotros a pesar de nuestras debilidades como le confirmaría más
tarde a Pedro cuando le seguirá confiando apacentar el rebaño a él confiado.
Haciendo algún salto en el relato para no extendernos excesivamente
fijémonos cómo se detiene junto a las mujeres que lloran a la vera del camino.
Un gesto de gratitud pero una muestra del amor; una atención a unos corazones
doloridos en aquel momento por la tragedia que contemplan pero una reflexión
para que consideremos de verdad cual es la tremenda tragedia que nosotros
sufrimos pero invitándonos al arrepentimiento y a la conversión porque para
nosotros se manifestará siempre el amor y la misericordia hecha perdón.
‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’ será el primer
grito de Jesús en la cruz. Grito implorando la misericordia, grito ofreciendo
el perdón, grito de intercesión que hasta se convierte en disculpa ¿no nos
moverá a nosotros a reconsiderar nuestra vida, nuestro pecado para contemplar
lo que es la misericordia del perdón que se nos ofrece?
Es la seguridad que ofrece al que se siente arrepentido. ‘Te lo
aseguro: hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’, que le dice al ladrón
arrepentido que junto a El está crucificado. ¿Hay mayor seguridad que se nos
pueda ofrecer de lo que es la misericordia de Dios si reconocemos nuestro
pecado y a El acudimos arrepentidos y llenos de amor?
Sí, es el Señor. En verdad lo podemos y tenemos que proclamar Rey de
nuestra vida. Nos ha rescatado con su sangre, ha dado por nosotros la vida, nos
ofrece el perdón y la gracia de una nueva vida, nos está manifestando lo que es
el amor misericordioso de Dios. Claro que lo proclamamos como el que viene como
rey en nombre del Señor. Nuestros cantos y aclamaciones en el domingo de Ramos
son un adelanto de las aclamaciones que haremos en la noche de Pascua cuando en
verdad contemplemos su victoria en la resurrección.
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