Celebramos hoy la cena del amor, de la gran manifestación del amor por el que para siempre tendremos la presencia de Jesús que nos llena de vida
Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn.13, 1-15
Cuando tenemos que desprendernos de las personas que amamos bien
porque vayamos a tener una larga ausencia o por cualquier otro motivo por el
que tengamos que separarnos, tratamos de juntar todos los buenos recuerdos que
tengamos de esa persona para llevarlos siempre consigo, o bien tratamos también
de mostrarles muchas señales de nuestro amor y cariño y si pudiéramos hacer
algo que le dejemos como un recuerdo permanente de nuestra presencia, para que
sientan que si físicamente tenemos que alejarnos siempre con el corazón estamos
a su lado.
La cena pascual de Jesús con sus discípulos tiene de alguna manera
estas connotaciones; todo suena a despedida, porque algo grande va a suceder,
pero Jesús quiere dejarles la certeza de que siempre estará con ellos. ‘Habiendo
amado a los suyos, los amó hasta el extremo’, comienza diciéndonos el
evangelista.
Los signos y señales se suceden unos tras otros en medio de la cena,
en los gestos que realiza Jesús para mostrarnos su amor y lo que ha de ser
también nuestro amor, y no serán solo sus palabras, sino que nos dejará el signo
más grande de su presencia y de su amor en la Eucaristía que instituye en este
día.
Es la cena del amor, de la gran manifestación del amor por el que para
siempre tendremos su presencia que nos llena de vida. Todo nos habla de amor en
este día. Todo son signos del amor.
Así comienza la cena en lo que era el signo de la hospitalidad que se
realizaba siempre cuando alguien llegaba a nuestra casa. Pero es Jesús el que
va a postrarse delante de sus discípulos para lavarles los pies. A los discípulos
les va a costar entender aquel gesto de Jesús e incluso alguno no querrá que
Jesús le lave los pies. Pero es una señal del Reino que tenemos que aprender y
si no es así no entenderemos lo que es el Reino de Dios. ‘Si no te lavo los
pies, no tendrás parte conmigo’ le dice Jesús a Pedro que se resiste.
‘Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo
soy. Pues si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que lo
que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’.
Nos recuerda lo que ya nos había dicho. ‘Todo lo que hicisteis con
uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’, nos decía en la alegoría
del juicio final. Ahí, en el hermano, está Jesús. Ahí desde el amor podemos y
tenemos que descubrir su presencia. Jesús estará siempre con nosotros. No nos
deja solos. Tenemos que saber descubrir su presencia.
Pero algo más sucede en aquella cena. Un día había dicho que teníamos
que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna. A los discípulos
les había costado entender entonces las palabras de Jesús pero lo habían
aceptado porque era la Palabra de Jesús. ‘Tu tienes palabras de vida eterna,
¿a quien vamos a acudir?’ se habían dicho entonces poniendo toda su fe en
Jesús.
Ahora llega el momento en que aquello se hace realidad. ‘Esto es
cuerpo que se entrega por vosotros’, les dice ahora después de tomar el pan
y hacer la bendición. ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’, les dice pasándole la
copa. Como nos recordaría san Pablo más tarde terminaría diciéndoles ‘por
eso cada vez que comáis de este pan y bebáis del cáliz, proclamáis la muerte
del Señor hasta que vuelva’.
Proclamamos la muerte del Señor, bebemos del cáliz de la Nueva
Alianza, nos alimentamos de su cuerpo y de su sangre para tener vida eterna,
nos hacemos participes de la resurrección del Señor. El Señor estará para
siempre con nosotros. Sigue alimentando nuestra vida, sigue iluminándonos su
Palabra, seguimos sintiendo la fuerza de su Espíritu. El Señor viene
continuamente a nuestra vida y vivimos su presencia cada vez que celebramos la
Eucaristía, nos alimentamos de su vida, y su presencia será permanente en nuestros
sagrarios.
‘Haced esto en conmemoración mía’, les dice a los apóstoles
instituyendo en esta noche el sacerdocio de la Nueva Alianza. Podremos celebrar
la Eucaristía, podremos sentir la gracia del Señor en todos y cada uno de los
sacramentos porque Jesús nos hace participes de su sacerdocio y elige a quienes
en su nombre ejerciten ese ministerio. Una prueba más del amor del Señor que
nos asegura su presencia para siempre junto a nosotros. Por eso este día del
amor y de la Eucaristía es también el día del Sacerdocio.
Es grande el misterio de amor que hoy celebramos y con el que
iniciamos el triduo pascual para celebrar su entrega y su pasión, para
alegrarnos de su resurrección, para poder comenzar a vivir en plenitud esa vida
nueva que El quiere regalarnos en su amor.
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