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lunes, 6 de agosto de 2012


La gloria de la Transfiguración nos hace brillar con resplandores de santidad
2Pd. 1, 16-19; Sal. 96; Mc. 9, 1-9

Cuando celebramos el misterio de Cristo siempre nos vemos envueltos por su luz, luz que mana abundante llena de gracia para nosotros de su misterio pascual. Siempre está presente el misterio pascual en la vida de Cristo, como siempre ha de estar presente en la vida del cristiano. No en vano cada una de nuestras celebraciones son siempre celebrar el misterio pascual de Cristo.

Hoy estamos celebrando el misterio de la Transfiguración del Señor. Hemos contemplado en el Evangelio la subida al Tabor y la transfiguración de Jesús en presencia de sus tres discípulos escogidos. Allí se manifiesta la gloria del Señor. Pero como toda la liturgia nos enseña al tiempo que contemplamos a Jesús transfigurado en el Tabor hemos de contemplar todo el misterio pascual; misterio pascual de que nosotros participamos desde la fe por nuestra unión con Cristo.

En dos momentos aparece la proclamación de este texto de la Transfiguración en la liturgia a través del año; primero durante la cuaresma en el camino de cuarenta días en que nos vamos preparando para la celebración de la pascua y ‘testimoniarnos de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es camino de la resurrección… después de anunciar a sus discípulos su muerte’, y ahora cuando nos faltan también cuarenta días para la exaltación de la santa Cruz. Nos dirá el prefacio de hoy que ‘ante la proximidad de la pasión fortaleció la fe de los apóstoles para que sobrellevasen el escándalo de la cruz’.

Quiere, pues, la liturgia fortalecernos en la fe para que podamos seguir en nuestro empeño de irnos también nosotros transfigurando por la luz de Jesús, que mana brillante en su transfiguración. San Marcos nos habla de vestidos de un blanco deslumbrador, mientras san Mateo nos dirá que su rostro resplandecía como el sol. Todo nos habla de luz. Es la luz de Jesús que a nosotros nos ha de iluminar para que también nuestra vida resplandezca y así nos veamos purificados de las manchas de nuestros pecados, como pediremos en la oración sobre las ofrendas. ‘Con los resplandores de su luz nos ímpiamos de las manchas de nuestros pecados’, pediremos.

Pero es al mismo tiempo la esperanza de la Iglesia que también tiene que brillar y resplandecer con la misma luz de Cristo. ‘Alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya’, que diremos en el prefacio. Tenemos que ser un pueblo santo, una Iglesia santa, aunque también nos reconozcamos pecadores, porque así nos dejemos iluminar por Cristo y con su luz nos sintamos purificados.

Y es que en el misterio de la Transfiguración donde así vemos resplandecer la gloria de Dios no olvidemos que se escuchó la voz del Padre desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y predilecto de Dios a quien tenemos que escuchar y seguir. Se repite la voz del cielo que escuchamos en el Bautismo allá junto al Jordán. ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto, el escogido… escuchadle’.

Una proclamación de fe en Jesús, a quien reconocemos como el Hijo amado de Dios que el Padre ha enviado para manifestarnos todo el amor que nos tiene. Así nos lo entregó para que nosotros alcanzáramos la salvación. Pero es la Palabra del Padre que hemos de escuchar y seguir. Y escuchar a Jesús y seguirle es llenarnos de su vida para llegar a ser también nosotros hijos de Dios. ‘Prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos’, confesamos en nuestra oración.

Como expresábamos al principio de nuestra reflexión celebramos el misterio de Cristo que es celebrar su misterio pascual que está, tiene que estar tan presente en la vida del cristiano, porque en virtud de nuestra participación en el misterio pascual nos llenamos de la vida de Dios para ser hijos de Dios. Hemos de morir con Cristo en el bautismo, para con Cristo renacer a una vida nueva, la vida nueva de los hijos de Dios.

Eso nos compromete. Si así estamos llenos de la vida de Cristo, así hemos de estar revestidos de Cristo, así tiene que brillar nuestra vida también con resplandores de santidad y de gracia. No siempre brilla nuestra vida, porque el pecado se nos mete demasiado en nuestro corazón; por eso al celebrar el misterio pascual de Cristo en su transfiguración queremos sentirnos purificados para llegar a esa vida santa que hemos de vivir.

Es el compromiso de nuestra celebración, ser cada día más santos, replandecer con resplandores de gracia y santidad. La gloria de la transfiguración nos hace brillar con resplandores de santidad

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