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viernes, 5 de enero de 2018

Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón a la sorpresa de la fe y nos haga soltar las amarras para que liberados de todo nos pongamos a caminar siguiendo los pasos de Jesús

Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón a la sorpresa de la fe y nos haga soltar las amarras para que liberados de todo nos pongamos a caminar siguiendo los pasos de Jesús

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Quizás en ocasiones se fuerzan encuentros que de entrada nos parecen no deseados y podemos tener la tendencia, aunque aceptemos el llegar a ese encuentro, de ponernos como a la distancia, con cierta desconfianza, porque quizá no nos creemos del todo lo que nos han dicho de esa persona o la apariencia con que se nos pueda presentar. Pueden ser momentos incluso tensos en que no sabemos por donde se va a romper la cuerda, o sea, a donde nos va a llevar ese encuentro o si nos va a servir para algo; quizás en el fondo estamos deseando que todo aquello termine, y que luego lo demos todo por olvidado.
Pero puede saltar la chispa en positivo, algo que se nos dice, un gesto que apreciamos, una apertura que no esperábamos de la persona con quien nos estamos encontrando, y al momento todo puede cambiar y quizá nazca de allí una amistad muy profunda, en cierto modo nos podemos hacer inseparables de esa persona que hemos conocido, e incluso podamos llegar a tener proyectos comunes en la vida por los que luchar juntos.
Siempre necesitamos una cierta apertura de corazón, de mente cuando vamos a llegar a alguien y tendríamos que saber evitar o dejar de lado todos los prejuicios que se nos puedan meter en la cabeza; con prejuicios en la cabeza va a ser difícil que le demos un lugar en el corazón a esa persona con la que nos encontramos. En la vida no podemos caminar con la mente cerrada, no nos podemos dejar influir por prejuicios que nos hayamos hecho, sino que tenemos que aprender a ir en positivo por la vida.
En el evangelio que vamos escuchando estos días estamos contemplando esos primeros encuentros que Jesús iba teniendo con aquellos que iban a ser sus primeros seguidores, sus discípulos más cercanos que llegarían incluso a formar parte del grupo de los doce especialmente escogidos por Jesús.
Unos le buscan porque alguien les ha hablado con Jesús, a otros es Jesús el que directamente les invita, como es el caso de Felipe del que nos habla hoy en el evangelio, pero será también el hecho de que Felipe entusiasmado por Jesús, como antes lo había estado Andrés que había llevado a Simón hasta Jesús, es ahora el que le habla a Natanael de que han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras. Pero en este caso Natanael anda con sus desconfianzas, primero por la rivalidad de pueblos vecinos al ser de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret, y también porque no se termina de creer lo que le dice Felipe.
Pero el encuentro con Jesús fue tumbativo. Ya conocemos el diálogo porque Jesús lo recibe – como lo hace siempre Jesús con todos – con un saludo muy positivo.Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Aquellas palabras lo desarmaron en sus desconfianzas aunque en cierto modo sigue manteniendo la lucha. ‘¿De qué me conoces?’ Pero Jesús sí lo conocía, como conoce siempre el corazón del hombre. Algo hay en su vida a lo que Jesús con palabras que solo Natanael entiende hace referencia. Vendrá una confesión de fe, una apertura total de su corazón y su vida ante Jesús.
La pregunta que nos hacemos sería ¿cómo nos acercamos nosotros a Jesús? ¿Tendremos también nuestras ideas preconcebidas, como las tenemos tantas veces en nuestras relaciones con los demás, a vamos a dejarnos sorprender por Jesús? Quizá algo tendría que cambiar en nuestras posturas, algo que nos abra a la sorpresa de la fe, algo que nos suelte las amarras para que en verdad nos pongamos a caminar con toda libertad siguiendo los pasos de Jesús.

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