Es necesario hoy que manifestemos con nuestra vida, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestro compromiso, la autenticidad de nuestra fe
1Juan 2,29; 3,1-6; Sal 97; Juan 1,29-34
Lo que yo vi, nadie me lo puede negar, afirmamos con rotundidad cuando
alguien quizás pueda poner en duda lo que decimos y de lo que hemos sido
testigos. Es la fiabilidad de la veracidad. Y el que ha sido testigo de algo
importante además es que no lo puede callar, siente la necesidad y la
obligación de compartirlo, de hacer participe a los demás de aquello que ha
visto, y más cuando es algo agradable, algo que le ha producido gran felicidad.
Malo sería que nos callásemos aquello de lo que somos testigos si además
sabemos que con ello podemos hacer bien a los demás. Tenemos que dar
testimonio.
Claro que aquí me surge una pregunta primero que nada para mi vida
misma, pero también con ella quiero ayudar a los que como yo decimos que
tenemos fe, que creemos en Jesús. Si la fe ha sido importante en mi vida, me
hace hacer una opción de vida porque en ella encuentro un sentido y un valor
para mi existencia, y lo mismo digo para todos los que decimos que tenemos fe,
¿cuál es el testimonio que estamos dando de esa fe ante los que nos rodean?
Es tremendo, pero da la impresión algunas veces que tenemos miedo de
expresar nuestra fe, de manifestarla en lo que somos y en lo que vivimos. ¿Es
que acaso nos avergonzamos de nuestra fe? ¿Tenemos miedo a lo que nos pueda
pasar, lo que puedan pensar los demás, las posturas opuestas que podamos encontrar
si nos manifestamos auténticamente creyentes?
Es un drama. Sí, porque no siempre los que nos decimos creyentes en
nuestra intimidad, luego no somos capaces de dar la cara, de manifestarnos
públicamente con esa fe, porque nos parece que tenemos que ir a
contracorriente. Aquí tendríamos que escuchar palabras fuertes de Jesús cuando
no somos capaces de dar la cara. Es necesario en nuestro mundo que manifestemos
con nuestra vida, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestra manera
de enfocar las cosas, con el compromiso de lo que hacemos, la autenticidad de
nuestra fe. No podemos callar.
Me ha surgido toda esta reflexión quizás desde mis propios miedos y cobardías,
pero cuando he escuchado el testimonio que el Bautista da de Jesús en el texto
del evangelio que hoy se nos propone. Lo señala claramente para todo aquel que
lo quiera oír. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, dice
señalando a Jesús a su paso. Y Juan dio testimonio y manifiesta como le había
sido revelado en su corazón que aquel que al ser bautizado se iba a manifestar
sobre El sería quien nos bautizara en el Espíritu. Y somos nosotros los
bautizados en el Espíritu por el nombre de Jesús.
Es hermoso el testimonio que hoy escuchamos a Juan. Cuando estos días
hemos venido celebrando la Navidad del Señor hemos tenido que vivir la
maravillosa experiencia de la presencia de Dios en medio de nosotros. Es el
Emmanuel a quien contemplamos en ese Niño nacido en Belén que los pastores
encontraron con su madre recostado en el pesebre.
Si hemos vivido con intensidad esa experiencia no nos queda otra que
dar autentico testimonio ante los que nos rodean. Es algo que no hemos podido
vivir de cualquier manera ni nos puede dejar que nos quedemos en las mismas
actitudes de cobardía de siempre. Con valentía tenemos que dar testimonio.
Somos unos testigos y eso lo tenemos que proclamar en esas actitudes nuevas que
nacen en nuestra vida, en una nueva forma de comportarnos, de vivir la esencia
de nuestra fe cristiana.
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