La humildad es una hermosa puerta que abre a bellos caminos en la vida y te hace feliz a ti y a los que te rodean
1Juan 2,22-28; Sal 97; Juan 1,19-28
Aunque algunos piensen lo contrario la humildad es una hermosa puerta
que nos abre a bellos caminos en la vida. Algunos no entienden o no quieren
entender eso de la humildad. Nos hablan de autoestima como si fuera lo
contrario a un espíritu humilde. Pienso que el humilde no deja de auto
estimarse, pero sabe ocupar su lugar sin ostentaciones, sin aspavientos, sin
querer subirse a pedestales; los pedestales se caen fácilmente, porque siempre
habrá además en quien esté dispuesto a derribar al que está en un pedestal para
ponerse él.
Vemos tantas veces en la vida a quienes incluso quieren aprovecharse
de lo que hacen los demás para atribuírselo a sus propios meritos y así querer
sobresalir; cuánta vanagloria y cuantos oropeles que son brillo de un día, pero
que sin embargo tenemos la tentación de buscar; desde esa vanidad vienen las
manipulaciones, se crecen los orgullos, nos creemos merecedores de todo, y ya
al final no nos importa arrasar a quien pudiera ponerse por delante. Todo eso
crea suspicacias, desconfianza, animadversión, provoca odios y aparece la división
que nos impide colaborar en bien unos con otros.
Qué distinto es cuando sabemos estar en nuestro lugar, no nos
aprovechamos de lo bueno que hacemos para querer sobresalir sobre los otros,
sino que nos sentimos sencillos colaboradores en el bien común aportando
nuestro saber, nuestro buen hacer. Hay así una bonita armonía que nos hace
crecer a nosotros mismos en nuestro interior, pero que creo una sana
convivencia en la que todos nos sentimos enriquecidos. No nos llenamos de
vanagloria si en un momento determinado reconocen lo que nosotros hacemos, ni nos aprovechamos de ellos para buscar
medallas al mérito.
Juan el Bautista tenía un misión muy concreta en la historia de la salvación,
pero sabia ocupar su lugar. No era él la Palabra, sino solamente la voz que
anunciaba la llegada de la Palabra verdadera. Por eso dice de si mismo que no
es el profeta, que no es el Mesías, que su lugar es ser el ultimo, porque no le
importa menguar para que crezca el que ha de venir. Señala que ya está en medio
de ellos, pero no se considera digno ni de desatar la correa de su sandalia.
Sin embargo Jesús dirá de él que no hay hombre mayor que él de los nacidos de
mujer y que es profeta y más que profeta. Pero Juan sabía ocupar su lugar.
Viene una embajada de Jerusalén a preguntarle por las razones de lo
que hace. Y hasta le preguntan directamente si él es el Mesías. Con la fama que
había adquirido en que muchos venían de todas partes a escucharle, podría haber
tenido la tentación de sentirse superior. Pero ese no es su camino, su estilo;
él solamente es el que había anunciado el profeta que habría de venir para
preparar los caminos del Señor y así se presenta al pueblo y a los que le
pregunta, como a estos que ahora vienen de Jerusalén.
Aprendamos de ese camino de humildad y de sencillez. Ocupemos nuestro
lugar, desarrollemos nuestra misión y nuestra responsabilidad. Con nuestro
actuar busquemos no nuestra gloria, sino la gloria del Señor.
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