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jueves, 4 de enero de 2018

No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea

No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1,35-42

¿De donde eres? ¿Dónde vives? Son preguntas que hacemos cuando nos encontramos a alguien a quien entramos en conversación y deseamos conocer. No siempre en esas preguntas está la curiosidad del lugar de donde se es o donde se vive, sino que es muchas veces una forma de entrar en relación y un camino para conocer a la persona.
Cuando entramos en sintonía con alguien no es un conocimiento superficial el que queremos tener, no es solo saber cosas de su vida sino que es conocer su vida misma, su ser más profundo, aquello que además me pueda ayudar a mi también a crecer, a ser más persona, encontrando metas e ideales para la vida. Así se van entretejiendo las amistades, se van creando lazos de comunicación, vamos poniendo humanidad en nuestra vida, y aprendemos en esa comunicación a entrar en una comunión que nos lleva a colaborar unos con otros para hacer nuestro mundo mejor, mas humano, más habitable para todos.
Cuanto lo necesitamos, porque hay demasiadas relaciones frías y superficiales, falta interioridad y verdadera humanidad. Cuando llegamos a tener esa comunión nos sentimos impulsados a compartir con los demás todo eso que encontramos y que nos hace vivir, se crea una cadena maravillosa que va trasmitiendo más vida a nuestro mundo. No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea.
Lo que nos narra hoy el evangelio es describirnos como se va creando esa maravillosa cadena cuando nos encontramos de verdad con Jesús. Juan el Bautista había tenido una experiencia maravillosa al conocer a Jesús, ahora lo trasmite, lo comunica a los que están a su lado. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, les dice a sus discípulos.
Dos de ellos se van tras Jesús. Quieren conocerle, en la expresión de lo que decíamos al principio. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ y se van con Jesús que les invita. ‘Venid y lo veréis’.  Como decíamos antes no hablamos de lugares geográficos donde se habita; están junto al Jordán y no sería por allí donde vivía Jesús que procedía de Nazaret. Pero ellos se van y se quedan con Jesús.
A la mañana siguiente – y seguimos diciendo que no es simplemente un espacio de tiempo de una tarde, una noche, una mañana – ya Andrés va a comunicarle a su hermano Simón que han encontrado al Mesías. Y Andrés lleva a Pedro hasta Jesús que ya desde un principio se va a fijar en Simón cambiándole incluso de nombre para significar como para él tiene una misión.
Mucho nos dice este pasaje del evangelio. Nos enseña a buscar a Jesús y hacerlo con profundidad. Es un deseo hondo que no puede faltar nunca en nuestro corazón porque cada día tiene que ir ahondando más ese conocimiento y ese amor que por El sintamos. Pero nos enseña también a entrar en esa cadena donde nosotros señalemos a Jesús a los demás y al mismo tiempo llevemos a los demás hasta Jesús. Es nuestra tarea y la misión evangelizadora que nos confía para hacer nuestro mundo mejor desde los valores del evangelio de Jesús. 

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