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domingo, 31 de diciembre de 2017

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Uno de los aspectos en que más se incide en las celebraciones de navidad y que sin embargo en muchos casos es motivo de nostalgias que pueden empañar la alegría de estas fiestas, de recuerdos dolorosos en ocasiones por las ausencias producidas por diversas circunstancias y que cuando no son asumidas debidamente pueden quitar el brillo de la alegría de la navidad, es el aspecto familiar. La cena familiar, el encuentro de toda la familia con regalos que se intercambian, recuerdos que se evocan, emociones que salen a flote es el centro en la mayoría de los casos de toda la celebración de la navidad.
Es un aspecto importante, no el único, que es cierto se tiene en cuenta y hemos de cuidar también con mucho mimo por la importancia que en si mismo tiene la familia, por ser en muchos casos casi la ocasión única en que se encuentren todos o casi todos sus miembros, porque el reencuentro puede se ocasión para restablecer lazos que por las circunstancias de la vida muchas veces se debilitan o están en peligro de romperse.
Claro que en una verdadera celebración del misterio de la Navidad todo eso que es la vida del hogar y de la familia, con las circunstancias particulares que cada uno puede vivir y reflejarse en la vida de nuestros hogares, tiene que dejarse iluminar por la luz del evangelio, por la luz que vino a traer al mundo con su Salvación el que es el principal protagonista de la fiesta de la Navidad, Jesús y su evangelio salvador.
Es cierto que en la noche o el día de Navidad este es un aspecto que sobresale y que nos ayuda en la alegría de la fiesta de esos días, pero en la liturgia de la Iglesia tenemos en este domingo dentro de la octava de la Navidad una celebración especial que ya hace una referencia muy explicita al la vida de la familia. En este domingo queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Es importante que en la contemplación de la Sagrada Familia y queriendo aprender de sus valores y virtudes hagamos también nosotros algo así como una confesión de fe en el valor de la familia, al mismo tiempo que encontremos motivación y fuerza para vivir plenamente su sentido y sus valores. Y es importante cuando podemos contemplar a nuestro alrededor como las familias se destruyen, como los hogares dejan de ser verdaderos hogares, como se minusvalora lo que es el verdadero amor que se ha de vivir en el matrimonio y en la familia, como ya nuestras familias y nuestros hogares dejan de ser esas escuelas de humanidad, de amor, de ternura donde aprendamos los verdaderos valores que nos hagan crecer y madurar en la vida.
Los que queremos vivir según los valores de Jesús porque en El hemos puesto toda nuestra fe es un camino grande de testimonio el que tenemos que dar en este ámbito. Porque seguimos a Jesús queremos vivir siempre impregnados de su amor de manera que el amor sea siempre la motivación grande de nuestra vida. Un amor no vivido de cualquier manera, sino que siempre tenemos el ejemplo de Jesús porque el nos dijo que nos amáramos como El nos amó. Y el amor de Jesús no tiene fecha de caducidad, como muchas veces nosotros en la vida le ponemos a nuestro amor.
Ese amor generoso y universal, ese amor que nos lleva a darnos en la totalidad de nuestra vida, no puede ser un amor al que le pongamos condiciones ni un amor que dejemos morir en nosotros. Y es por ahí por donde los que seguimos a Jesús tenemos que dar un testimonio claro y valiente, porque muchas veces iremos remando a la contra de lo que son las corrientes de nuestro mundo.
Hoy la gente parece que está pronta a las rupturas y al enfriamiento de la intensidad de lo que vivimos; pronto nos cansamos, fácilmente nos podemos sentir atraídos por otras cosas o por otras personas y todo eso se mira con normalidad; pensamos más en nosotros mismos y en nuestras propias satisfacciones que en lo que es un entrega total de amor y para siempre. Por eso nos cuesta, porque tenemos que andar a contracorriente, porque tenemos que estar vigilantes, porque tenemos que alimentar continuamente esa llana y no dejarla enfriar ni apagar.
Es una tarea que no realizamos solos, porque Jesús nos ha prometido la presencia y la fuerza de su Espíritu, y su Espíritu es Espíritu de amor. Es la fuerza de su Espíritu la que tiene que alimentar el amor matrimonial, el calor de amor de nuestros hogares, el que dará fortaleza a nuestras familias para que se mantengan unidas y puedan superar todas las tempestades que la puedan poner en peligro.
Hoy miramos a aquel hogar de Nazaret donde vemos crecer en edad, sabiduría y gracia al Hijo de Dios hecho hombre. Hoy escuchamos las bellas palabras que nos dice el Apóstol sobre todos esos valores que tienen que brillar en la vida del hombre y que nos ayudarán a crecer y a ser más maduros. Misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión… Sobrellevaos mutuamente y perdonaos… Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada... Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón…’
Que brille todo eso en nuestro corazón, que nuestros hogares sean verdaderas escuelas de esos valores, que nuestras familias se vean anudadas por esos lazos del verdadero amor, que nos llenos siempre de esa paz que nace de un corazón lleno de amor.
Muchas más cosas podríamos seguir reflexionando en este día en la contemplación del hogar de Nazaret. Tratemos de contagiarnos de su espíritu de amor y podremos superar tantas cosas que muchas veces nos pueden poner tristes en la vida. Que sintamos la alegría de la verdadera paz en nuestro corazón.

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