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sábado, 30 de diciembre de 2017

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Es el mismo episodio que se nos presentaba ayer. Con motivo de la presentación de Jesús en el templo para cumplir con lo previsto en la ley de Moisés – todo primogénito varón había de ser consagrado al Señor – había surgido la figura de aquel anciano que alababa y bendecía a Dios porque sus ojos habían podido contemplar ya al que venia como Salvador del mundo.
Estamos en el templo y aunque la presentación había de hacerse ante los sacerdotes lo que el evangelista nos narra no hace referencia a ningún sacerdote. Simeón era un hombre justo y piadoso ante los ojos de Dios y ante los ojos de todos que lo respetaban. Pero el episodio nos habla también de una mujer, una anciana que viuda desde muy jovencita había consagrado su vida al servicio del templo alabando y bendiciendo a Dios con sus ayunos y oraciones manteniendo igualmente la esperanza en la pronta llegada del Mesías Salvador. Se acerca también aquella mujer al pequeño grupo que se había formado y también se une al canto de alabanzas y bendiciones al Señor.
Pero no se queda ahí lo que realiza aquella buena mujer. ‘Hablaba del Niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’. Evangelizadora y misionera podemos decir de aquella mujer. Se convierte en portavoz de buenas nuevas, anunciadora de Evangelio, misionera de Jesús. Aquello tan hermoso que está allí viviendo no lo puede callar. Simeón ha cantado bendiciendo a Dios porque sus ojos han contemplado al futuro liberador de Israel, al que va a ser la luz de las naciones, al que es la gloria del pueblo de Israel. Ana lo anuncia a todo el que lo quiere oír. Muchos eran los que Vivian en esa esperanza y ahora su esperanza se puede ver colmada. Ana trasmite esa buena nueva, habla del niño, habla de Jesús.
¿Y nosotros? ¿Hablamos de Jesús? Todos estamos celebrando la Navidad en estos días, pero ¿todos en verdad estaremos celebrando el nacimiento de Jesús? Son muchos los parabienes, las cosas buenas que nos deseamos en estos días; nos alegramos porque los amigos nos podemos volver a encontrar o al menos tenemos un recuerdo para ellos, las familias se pueden reunir, aunque para muchos aparece la nostalgia de los que no están.
Pero ¿solo eso es navidad? ¿Dónde está Jesús? muchos ya nos preocupamos de muchos adornos festivos en nuestras casas, quizá hacemos un hermoso árbol de navidad, pero ¿Dónde hemos puesto el pesebre? ¿Dónde aparece Jesús? Demasiado lo estamos sustituyendo por el papá Noel.
Este es un aspecto que merece muchas reflexiones y muchas revisiones. Pero no nos quedemos ahí. Somos cristianos y decimos que creemos en Jesús, eso al menos tendría que significar el decir que somos cristianos. Pero, ¿cuándo nosotros los cristianos hablamos de nuestra fe? ¿Cuándo somos capaces de trasmitir a los demás, por ejemplo, lo que hemos vivido y celebrado cuando los domingos venimos a Misa? ¿Cuándo hablamos a los demás de lo que hemos escuchado en la Palabra de Dios que se nos ha proclamado en la celebración? Quizá ni siquiera con los nuestros, con nuestra familia, con el esposo o la esposa, con nuestros hijos o con nuestros hermanos, con nuestros padres o nuestros amigos somos capaces de hablar de Jesús.
Pidamos al Espíritu divino que nos dé su fuerza y su sabiduría, que nos sintamos fortalecidos con su gracia y que tengamos la valentía de anunciar el evangelio de Jesús a nuestro mundo. La luz no tendría que ocultarse. Muchos nuevos propósitos tendríamos que hacer a partir de esta navidad.

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