La
sangre de aquellos niños inocentes que hoy celebramos nos ha de comprometer a
hacer un mundo nuevo y mejor donde toda vida sea siempre respetada y valorada
1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18
‘Un grito se oye en
Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el
consuelo, porque ya no viven’. Es lo que evoca el evangelista recordando al profeta Jeremías. Nos lo
ha descrito con todo detalle. Herodes se vio burlado por los Magos de Oriente;
no volvieron estos a Jerusalén a dar parte donde habían encontrado el niño, recién nacido rey de los judíos que venían
a adorar; se volvieron por otro camino.
Y como sucede tantas veces,
y más cuanto tienen el poder en sus manos, montó en cólera para destruir cuanto
pudiera tener referencia a aquello en lo que se había visto burlado. Muerte
para todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores; muerte
para los inocentes como sucede tantas veces. Y aquellos niños se convirtieron
en testigos por su sangre derramada; son los primeros mártires por el nombre de
quien venía para ser salvador de todos los hombres.
‘Es Raquel que llora por
sus hijos…’ recordamos evocando
también hechos antiguos. ‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ pero
podríamos evocar también el llanto por tantos inocentes que siguen muriendo en
nuestro mundo. Serán las guerras siempre crueles y siempre injustas, y en la
retina de nuestros ojos tenemos imágenes de tantas guerras de hoy, de tanta
destrucción y de tanta muerte.
Rivalidades, fanatismos
incluso religiosos, odio y enfrentamientos entre pueblos y naciones, luchas
tribales en lo que simplemente por ser de otra tribu o de otro grupo destruyen
a su paso cuanto encuentran. Pensamos en Irak y Siria por tenerlos muy cercanos
o recordamos tantos pueblos de Afrecha que se destruyen unos a otros, o
pensamos en no hace tanto tiempo muchos lugares latinoamericanos con guerrillas
o ejércitos de liberación (?), o más allá en extremo oriente con fanatismos de
razas y religiones. Pero es interminable la fila de inocentes en la que entran
multitud de niños también.
‘Es Raquel que llora por
sus hijos…’ pero será también
aquí donde nos decimos que estamos en nuestra civilizada sociedad donde siguen
muriendo tantos y tantos niños inocentes; seguimos viendo quizá niños abandonados
a su suerte por nuestras calles o con madres que se aprovechan de su imagen mísera
para implorarnos compasión en sus angustias y necesidades; seguimos viendo
quizá niños maltratados, o por el contrario niños tan mimados a los que no se
les prepara para una vida futura que puede ser dura y que luego creará
tremendos dramas en la vida. Pero quizá no oigamos el llanto de las madres que
se desprenden de sus hijos aun por nacer invocando no se cuantas razones o
sinrazones, pero que quizá llevarán el drama en su interior pero sin querer
reconocerlo por haberlos aniquilado con el terrible aborto.
No quiero ponerme trágico
en esta reflexión que nos hacemos incluso en este entorno de navidad, pero son
algunas de las imágenes que me evoca esta fiesta de los santos inocentes de
Belén. Esa sangre inocentemente derramada tendría, sin embargo, que hacernos
reflexionar mucho para caer en la cuenta de qué es lo que estamos haciendo de
nuestras vidas y de nuestro mundo. Detrás, en el fondo, porque tenemos que
contemplar a Jesús, tendríamos que descubrir un mensaje de vida, de esperanza,
de compromiso en el amor que el Niño nacido en Belén – hoy lo contemplamos
también desplazado, desterrado en tierra extraña que nos evocaría también
tantas otras imágenes de nuestro tiempo – nos quiere transmitir.
¿No sentiremos en nosotros
el compromiso por construir un mundo mejor, por hacer que todos tengamos una
vida más digna, para que valoremos siempre toda vida que es muy importante
porque es un don de Dios?
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