No
olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad
celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta
2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27;
Lucas 1, 26-38
‘El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Ahí se revela el misterio a María en respuesta a sus
preguntas. Ahí se nos revela el misterio que vamos a celebrar.
María se sintió sorprendida
con la visita del ángel y sus palabras y sus anuncios. Ella era una mujer
bueno, de una gran fe que ponía toda su confianza en el Señor, que alentaba en
su corazón continuamente la esperanza de la venida del Mesías, pero se
consideraba una mujer pequeña que vivía perdida en una de aquellas aldeas
insignificantes de Galilea que nunca había tenido nombre. Lo que ahora escucha
le sorprende y la deja anonadada pensando en que significado tenían aquellas
palabras. Por eso cuando se le anuncia que va a tener un hijo que será grande y
se llamará el Hijo del Altísimo no comprende y pregunta. Pero las palabras del
ángel vendrán a corroborar todo lo dicho y le van a revelar el misterio, ante
el que ella, disponible como estaba siempre para Dios, no sabe decir otra cosa
que sí, que se cumpla la palabra y la voluntad del Señor.
Se le revela el misterio y
se nos revela también a nosotros para que comprendamos bien lo que vamos a
celebrar. No es cualquier cosa. No son simplemente unas fiestas donde nos
deseamos los unos a los otros todo lo bueno del mundo. No son simplemente unos
encuentros familiares o de los amigos. No es simplemente que digamos palabras
bonitas y todos hablemos de paz y de amor, de alegría y de felicidad. Tenemos
que ahondar en lo que está en la raíz de todo eso y que tiene que ser el
verdadero motivo que muchas veces olvidamos o dejamos a un lado.
Es la visita de Dios a su
pueblo. Es el Hijo de Dios que se encarna en María. Es el Espíritu Santo que
está actuando en María y quiere también actuar en nosotros y en nuestro mundo.
No es cualquier cosa. Es el misterio de Dios que se hace hombre, que se hace
Emmanuel para ser Dios con nosotros. Es el misterio más grande porque es la
encarnación de Dios en el seno de María por obra del Espíritu Santo y lo que va
a nacer se llamará, es el Hijo de Dios hecho hombre. No lo podemos olvidar; no
lo podemos poner en segundo plano.
Porque creemos en Jesús, el
Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor creemos que es posible todo eso
bueno que ahora nos deseamos. Es que en el nacimiento del Hijo de Dios está la raíz
de todo, porque ahí está nuestra salvación. Y nos olvidamos de la salvación, de
que hemos sido redimidos para alcanzar el perdón de los pecados y de que con
esa salvación que nos trae Jesús es por lo que es posible esa paz y ese amor, y
ese mundo nuevo y mejor, y esa alegría y esa felicidad.
No es la alegría que
podamos alimentar con unos sustitutivos, con unas copas que nos tomemos o una
opípara comida que compartamos. Muchas veces parece que eso es lo único que nos
da alegría, pero nos quedaríamos en una alegría superficial, caduca, que pronto
se acaba cuando volvemos a la rutina de todos los días. Pobre sería una navidad
así y es lo que muchos hacemos cuando no pensamos en lo que tiene que ser de
verdad la raíz de todo.
No podemos vivir la Navidad
de cualquier manera sin que deje huella en nosotros. Si la vivimos de una forma
superficial, aunque hagamos mucha fiesta y nos intercambiemos muchos regalos,
pasará la navidad y todos aquellos buenos deseos se quedarán en eso, en unos
buenos deseos. Y eso no es celebrar la Navidad. Le damos mucha importancia a todos los preparativos para la fiesta,
pero nos olvidamos de lo que tiene que ser la razón verdadera de la fiesta que
es el nacimiento del Señor.
Pensemos en toda la
importancia que le damos a la cena familiar – y por supuesto no podemos negar
que eso es bueno, pero no es lo único
que tendríamos que hacer - y la poca importancia que le damos a la celebración
del nacimiento del Señor en la Eucaristía de esa noche, que es donde estamos
celebrando en verdad el misterio de nuestra salvación. Nuestras iglesias se
están quedando vacías en la nochebuena e incluso en algunos lugares está
desapareciendo la Misa de esa noche porque los cristianos que tanto celebran la
navidad ya no participan en ella.
Dicen que son los tiempos
nuevos, pero ¿no tendríamos que decir que hay algo que nos está fallando en
nuestra fe cuando no queremos celebrar nuestra fe en el modo más sublime que
tenemos los cristianos de hacerlo que es en la Eucaristía? Claro, dicen,
después de lo que se ha comido y se ha bebido cómo vamos a ir a Misa, mejor es
seguir con la fiesta. Qué lástima que toda nuestra fiesta se quede en eso.
Tengo que decirlo porque es lo que en verdad siento.
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