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domingo, 24 de diciembre de 2017

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1, 26-38

‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Ahí se revela el misterio a María en respuesta a sus preguntas. Ahí se nos revela el misterio que vamos a celebrar.
María se sintió sorprendida con la visita del ángel y sus palabras y sus anuncios. Ella era una mujer bueno, de una gran fe que ponía toda su confianza en el Señor, que alentaba en su corazón continuamente la esperanza de la venida del Mesías, pero se consideraba una mujer pequeña que vivía perdida en una de aquellas aldeas insignificantes de Galilea que nunca había tenido nombre. Lo que ahora escucha le sorprende y la deja anonadada pensando en que significado tenían aquellas palabras. Por eso cuando se le anuncia que va a tener un hijo que será grande y se llamará el Hijo del Altísimo no comprende y pregunta. Pero las palabras del ángel vendrán a corroborar todo lo dicho y le van a revelar el misterio, ante el que ella, disponible como estaba siempre para Dios, no sabe decir otra cosa que sí, que se cumpla la palabra y la voluntad del Señor.
Se le revela el misterio y se nos revela también a nosotros para que comprendamos bien lo que vamos a celebrar. No es cualquier cosa. No son simplemente unas fiestas donde nos deseamos los unos a los otros todo lo bueno del mundo. No son simplemente unos encuentros familiares o de los amigos. No es simplemente que digamos palabras bonitas y todos hablemos de paz y de amor, de alegría y de felicidad. Tenemos que ahondar en lo que está en la raíz de todo eso y que tiene que ser el verdadero motivo que muchas veces olvidamos o dejamos a un lado.
Es la visita de Dios a su pueblo. Es el Hijo de Dios que se encarna en María. Es el Espíritu Santo que está actuando en María y quiere también actuar en nosotros y en nuestro mundo. No es cualquier cosa. Es el misterio de Dios que se hace hombre, que se hace Emmanuel para ser Dios con nosotros. Es el misterio más grande porque es la encarnación de Dios en el seno de María por obra del Espíritu Santo y lo que va a nacer se llamará, es el Hijo de Dios hecho hombre. No lo podemos olvidar; no lo podemos poner en segundo plano.
Porque creemos en Jesús, el Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor creemos que es posible todo eso bueno que ahora nos deseamos. Es que en el nacimiento del Hijo de Dios está la raíz de todo, porque ahí está nuestra salvación. Y nos olvidamos de la salvación, de que hemos sido redimidos para alcanzar el perdón de los pecados y de que con esa salvación que nos trae Jesús es por lo que es posible esa paz y ese amor, y ese mundo nuevo y mejor, y esa alegría y esa felicidad.
No es la alegría que podamos alimentar con unos sustitutivos, con unas copas que nos tomemos o una opípara comida que compartamos. Muchas veces parece que eso es lo único que nos da alegría, pero nos quedaríamos en una alegría superficial, caduca, que pronto se acaba cuando volvemos a la rutina de todos los días. Pobre sería una navidad así y es lo que muchos hacemos cuando no pensamos en lo que tiene que ser de verdad la raíz de todo.
No podemos vivir la Navidad de cualquier manera sin que deje huella en nosotros. Si la vivimos de una forma superficial, aunque hagamos mucha fiesta y nos intercambiemos muchos regalos, pasará la navidad y todos aquellos buenos deseos se quedarán en eso, en unos buenos deseos. Y eso  no es celebrar la Navidad. Le damos mucha importancia a todos los preparativos para la fiesta, pero nos olvidamos de lo que tiene que ser la razón verdadera de la fiesta que es el nacimiento del Señor.
Pensemos en toda la importancia que le damos a la cena familiar – y por supuesto no podemos negar que eso es bueno, pero  no es lo único que tendríamos que hacer - y la poca importancia que le damos a la celebración del nacimiento del Señor en la Eucaristía de esa noche, que es donde estamos celebrando en verdad el misterio de nuestra salvación. Nuestras iglesias se están quedando vacías en la nochebuena e incluso en algunos lugares está desapareciendo la Misa de esa noche porque los cristianos que tanto celebran la navidad ya no participan en ella.
Dicen que son los tiempos nuevos, pero ¿no tendríamos que decir que hay algo que nos está fallando en nuestra fe cuando no queremos celebrar nuestra fe en el modo más sublime que tenemos los cristianos de hacerlo que es en la Eucaristía? Claro, dicen, después de lo que se ha comido y se ha bebido cómo vamos a ir a Misa, mejor es seguir con la fiesta. Qué lástima que toda nuestra fiesta se quede en eso. Tengo que decirlo porque es lo que en verdad siento.

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