Desde
la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección podremos reconocer en el
niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre al Hijo de Dios, nuestro
Salvador
1Juan 1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8
‘Entonces entró también
el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Es una referencia a Juan, el discípulo
amado del Señor. El episodio fue en la mañana de la resurrección. Las mujeres habían
ido al sepulcro con intención de embalsamar el cuerpo de Jesús, cosa que no habían
podido hacer el viernes porque caía la
tarde y entraba el ‘sabat’ pero al llegar al sepulcro, la piedra estaba
corrida y no encontraron el cuerpo de Jesús.
María Magdalena había
corrido a anunciárselo a los discípulos y Juan y Pedro habían corrido por las calles de Jerusalén
hasta el lugar de la sepultura. No había entrado Juan, que por más joven había
corrido más y llegado antes, por deferencia hacia Pedro y luego había entrado también.
Encontraron todo como les habían dicho las mujeres, allí no estaba el cuerpo de
Jesús. Sin embargo, nos dice el evangelista, ‘Juan vio y creyó’. Era la
evidencia de la resurrección, aunque aun no habían visto al Maestro resucitado.
Es el episodio que nos
ofrece la liturgia en este día en que celebramos la fiesta del evangelista
Juan. Y es importante y tiene su sentido. Desde la luz de la pascua, desde la
luz de la resurrección es como podían comprender en toda su plenitud toda la
vida de Jesús.
Estamos en los días de la
Navidad celebrando el nacimiento de Jesús. La imagen que contemplamos en estos días
es un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Podía ser un niño más
de una familia pobre que no tenían donde guarecerse y allá en un establo se habían
refugiado. Quizá de una forma o de otra es la imagen de la pobreza, del
desamparo, de la marginación que podemos contemplar de manera semejante por
nuestras calles o en tantos sitios donde hay tantos desplazados de la vida,
puestos al margen del camino de la vida.
Y como decíamos, solo desde
la luz de la pascua, podemos llegar a comprenderlo todo y darle a todo un nuevo
sentido. Primero para que reconozcamos en ese niño, no simplemente un niño sino
al que es el Hijo de Dios que por nuestra salvación ofrecería su vida en el
sacrificio de la Cruz. Solo desde la luz de la Pascua podremos decir con todo
sentido ‘es el Señor’, podremos expresar toda la amplitud de nuestra fe,
comprender también todo el sentido pascual que ha de tener nuestra vida
Es desde la luz de la
pascua donde podremos contemplar de verdad a Jesús en el hermano, en el
marginado, en el pobre que está tirado a nuestro lado y que tanto nos cuesta
ver, en el hambriento y en el que esta tan lleno de miseria que no tiene ni
donde caerse muerto, en el enfermo que se retuerce en su dolor o en el anciano
abandonado y que ya nadie quiere, en el niño maltratado y lleno de
frustraciones o en toda persona herida por la vida. Es la luz de la pascua las
que nos hace tener una mirada distinta. Es a la luz de la pascua donde
escucharemos que todo lo que hicimos o dejamos de hacer a ese pequeño hermano a
El se lo hicimos.
Nos lo está enseñando Juan,
el que entró, vio y creyó, el que nos habla tanto del mandamiento del amor en
su evangelio o nos dirá que Dios es amor en sus cartas, el que nos enseña que
cuando nos envolvemos de verdad en el amor entonces podremos decir de verdad
que somos hijos de Dios.
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