Hechos, 11, 1-8
Sal. 41
Jn. 10, 1-10
Sal. 41
Jn. 10, 1-10
‘Los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la Palabra de Dios’. Un motivo de alegría podemos pensar. La fe en Jesús se iba propagando y ya no sólo era entre los judíos, sino que también los gentiles abrazaban la fe.
Pero descubrimos algo en el fondo de todo esto porque ‘cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon: has estrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos’. Pedro se explica y cuenta la visión que había tenido en la que el Señor le manifestaba que ‘lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano’.
Y Pedro dejándose conducir por el Espíritu del Señor Jesús fue actuando. ‘El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más’, explica Pedro. El ángel del Señor se le había manifestado a aquel hombre diciéndole también: ‘lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia…’ Y Pedro comentará que ‘bajó sobre ellos el Espíritu Santo igual que había bajado sobre nosotros al principio…’ Al final todos alabaron a Dios porque ‘también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida’.
El Evangelio es para todos los hombres, porque Dios quiere que todos los hombres se salven, porque Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. El mandato de Jesús en su Ascensión será que vayamos por todo el mundo y anunciemos el evangelio de la salvación a toda la creación. No hace Jesús distinciones sino que quiere que todos alcancen la salvación.
En el trasfondo de este hecho que se nos ha narrado hoy hay un problema que está surgiendo en aquella primera comunidad cristiana, pero que tendríamos que pensar si de una forma o de otra también pudiera dársenos en nuestro tiempo, en todo tiempo. Nos ha hablado de los partidarios de la circuncisión y ese será un tema que resolverá más tarde el concilio de Jerusalén, como ya escucharemos. Comprensible en cierto modo dado que los primeros seguidores de Jesús formaban parte del pueblo judío, del pueblo de Israel. Y fue en cierto modo algo que les costó esa apertura del evangelio y el anuncio de la salvación a todos los hombres sin ningún límite de raza o de lugar.
Pensando en nosotros y en situaciones por las que podamos pasar, no hemos de creernos tan poseedores de la verdad como si fuera para nosotros solos o sólo nosotros seríamos los capaces de ser cristianos y vivir el seguimiento de Jesús. Algunas veces ponemos también nuestras reticencias. Quiero explicarme bien en lo que quiero decir.
Pensamos quizá en la Iglesia misionera, pero pensando sólo en pueblos y lugares lejanos, a los que quizá consideramos pobrecitos a los que tenemos que ir a misionar. El ardor misionero que podamos sentir en nuestro corazón por una parte no nos puede hacer que nos consideremos mejor que los demás, y por otra parte ese ardor misionero tendría que hacernos pensar también en tantos a nuestro lado, en nuestra cercanía a los que también tenemos que anunciar el evangelio.
Pero, o damos por supuesto que todos a nuestro alrededor son cristianos , o si vemos a alguien que está alejado de la fe o vive una vida muy lejana a unos valores y principios cristianos, quizá no pensamos cómo esas personas necesitan también de ese anuncio de la Buena Nueva de Jesús. Pero algunas veces decimos, pero si esas personas son como son, y nada las va a cambiar. ¿Por qué pensamos así y tenemos esa desconfianza?
Quizá han vivido en el error o en una vida llena de desórdenes morales por ignorancia, o porque nosotros no les supimos trasmitir la verdad de nuestra fe o les damos un anti-testimonio con nuestra vida. Es una cosa en lo que pienso mucho. ¿Por qué no sabemos sacar de la ignorancia y del error a los que vemos alrededor que van por otros caminos? Y me pregunto también si en verdad con nuestra vida somos testigos de nuestra fe que atraigamos a los demás a seguir a Jesús.
Siento mucho dolor en el alma, y no quiero juzgar a nadie, cuando uno ve personas que se creen muy perfectas y cumplidoras pero luego son inmisericordes con los otros, desprecian o rechazan a los demás porque los consideran menos, discriminan con sus prejuicios. Para mi situaciones así, que se den en personas de iglesia, son tristes y dolorosas y lo considero un anti-testimonio.
Si nos sentimos seguros y firmes en nuestra fe, queremos en verdad ser seguidores de Jesús que queremos vivir el evangelio la misericordia tiene que abundar en nuestro corazón, nunca podemos condenar ni discriminar, sino que siempre tenemos que ser acogedores de corazón para que los demás puedan también descubrir esa luz de la verdad de Jesús. Es con nuestro amor y misericordia como hemos de hacer el mejor anuncio de Jesús.
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