Hechos, 12, 24-13,5
Sal. 66
Jn. 12, 44-50
Sal. 66
Jn. 12, 44-50
Mucha gente no termina de entender lo que es un sacerdote o por qué una persona se consagra al Señor en la vida religiosa, misionera o de apostolado. Bueno, dicen, a usted le gusta eso y se ha dedicado a esa profesión como yo tengo la mía u otras personas se dedican a otras cosas. Hablando con la gente muchas veces se expresan así y manifiestan de esa manera su forma de pensar en relación a estos temas.
Un sacerdote, un religioso ¿es solamente cosa de gusto personal o de ejercer simplemente una profesión? Es difícil de entender para muchos, incluso que se llaman cristianos y están dentro de la Iglesia, y mucho más, tenemos que decir, para aquellos que son ajenos a la fe y a la religión. No puede ser cosa de gustos, porque estos pueden variar según las etapas de la vida, ni se puede quedar en ejercer correctamente una profesión, por muy digno que ello sea. Es algo mucho más hondo.
¿A qué viene este comentario? Me lo sugiere la Palabra de Dios hoy proclamada, sobre todo en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Creo que este texto nos puede dar luz sobre todo esto que estamos diciendo. La acción del apóstol no es una mera acción humana. El apóstol siempre actúa movido y guiado por el Espíritu del Señor. Ha de saber dejarse conducir por el Espíritu Santo como vemos hoy en aquella comunidad de Antioquia, y en Bernabé y Pablo (aún sigue llamándosele Saulo).
Se nos habla de la comunidad de Antioquia donde ‘había profetas y maestros’. Nos da la relación. Profetas y maestros, o sea, personas guiadas por el Espíritu del Señor con especiales carismas para ayudar y conducir a la comunidad. Y aquí sucede un hecho especialmente significativo y trascendente, que incluso va a marcar la vida de la propia comunidad, dándole una importancia grande en la Iglesia primitiva. ‘Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: apartadme a Bernabé y Saulo para la tarea a que los he llamado’.
Una elección y una llamada del Señor para una misión. No son ellos los que se ofrecen; es el Espíritu del Señor que habla en medio de la comunidad, inspira a la comunidad. ‘Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre…’ Una imposición de manos en medio de la comunidad, como señal de la misión a la que se les envía, como signo de la fuerza del Espíritu del Señor que está con ellos.
Aquí podemos estar viendo una primera imagen de lo que sería una ordenación sacerdotal o de una consagración al Señor. Una acción del Espíritu que se manifiesta en medio de la comunidad en oración. Un envío desde el Espíritu del Señor por parte de la Iglesia a aquellos que van a llevar la Buena Noticia de Jesús, en lo que va a ser lo que se le llama el primer viaje apostólico de San Pablo.
No es, pues, un gusto personal; es algo nacido desde la fe en el Señor, del amor de Dios que se nos derrama en nuestro corazón, y de ese amor con el que desde la fe nosotros queremos responder. No es, pues, una profesión sino algo mucho más hondo, que sólo desde la fe podemos entender. Es un compromiso de fe pero desde una respuesta a una llamada del Señor que nos ama y nos quiere dar una misión dentro de la Iglesia. Mucho más podríamos decir, pero bástenos esta reflexión.
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