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martes, 5 de mayo de 2009

Fe en Jesús y comunión eclesial

Hechos, 11, 19-26
Sal. 80
Jn. 10,22-30


Fe en Jesús, el Hijo de Dios, y comunión eclesial son los dos polos sobre lo que gira la Palabra de Dios hoy proclamada.
Reafirmar nuestra fe en Jesús, como Hijo de Dios. A esto nos lleva el evangelio. Es más, tenemos que decir que es como la finalidad de la transmisión del evangelio de Juan. Al final él nos ha escrito: ‘Todo esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’.
Y ésta es la afirmación central del evangelio de hoy. Una afirmación que da respuesta a una pregunta que se repite a lo largo del todo el evangelio. ‘¿Hasta cuando vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente’, le dicen los judíos que se han arremolinado en torno a Jesús en el pórtico de Salomón del templo.
Os lo he dicho y no me creéis’, les dice Jesús. Y hace referencia a las obras que hace. ¿Quién puede hacerlas sino Dios? Sana, da vida y resucita, perdona los pecados… todo obra de Dios, porque eso no lo puede realizar un ser humano por sí mismo. ‘¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’, se preguntaban escandalizados los fariseos cuando la curación del paralítico que habían descendido desde el techo, Pero Jesús les había dicho. ‘Para que veáis que tengo poder perdonar pecados, - le dijo al paralítico – a ti te lo digo, levántate y anda’. Y la gran prueba es la resurrección, la vuelta a la vida, pero no serán sólo los muertos que Jesús resucite sino su propia resurrección.
Ahora terminará afirmando categóricamente. ‘El Padre y yo somos uno’. Había venido del Padre, realizaba las obras del Padre y ahora nos dice que son uno. Una afirmación rotunda de su divinidad. Es el Hijo de Dios. Esa es nuestra fe en Jesús. A los judíos les costaba entender y creer.
El texto de los Hechos de los Apóstoles nos señala el otro polo al que hacíamos referencia al principio, la comunión eclesial. La Iglesia crece, se multiplican las comunidades de los que creen en Jesús por todas partes. Hoy nos habla de los que ‘se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban’. Y nos habla de Fenicia, Chipre y Antioquia. Aquí se comienza a predicar abiertamente el evangelio a los griegos. Lo acontecido con Pedro y de lo que se nos hablaba ayer, ahora se va haciendo ya más abiertamente. ‘Algunos, naturales de Chipre, al llegar a Antioquia se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, se convirtieron muchos y abrazaron la fe’. Más adelante nos dirá Lucas que será aquí ‘en Antioquia donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos’.
Y es ahora donde vemos la comunión de las Iglesias, de las distintas comunidades cristianas que se van formando. ‘Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquia…’ Ya se había hablado de Bernabé, ‘hombre de Dios y lleno del Espíritu Santo y de fe’, natural de Chipre por cierto, que había vendido sus posesiones y los había puesto a los pies de los apóstoles para repartirlos y que nadie pasara necesidad. Bernabé no es un apóstol pero como tal casi es considerado. Lo veremos más adelante con Pablo, al que va a buscar a Tarso, como se nos dice hoy, para ir anunciando el evangelio por todas partes.
Pero la misión de Bernabé ahora es traer el abrazo fraterno de la iglesia de Jerusalén a la joven Iglesia de Antioquia. Es la expresión de la comunión de las Iglesias que se van constituyendo por todas partes, pero que nunca vivirán su fe en Jesús de forma aislada, sino siempre en comunión las unas con las otras.
Es la comunión que seguimos viviendo entre las diversas iglesias locales con toda la iglesia universal y que expresamos de manera particular con la sede de Pedro, con la Iglesia de Roma. Siempre diremos en comunión con el Papa, con los Obispos, con toda la Iglesia. Así lo expresamos de diversas manera, por ejemplo, en la liturgia eucarística. Y es la comunión que siempre hemos de vivir todos los cristianos, porque nuestra fe en Jesús no la vivimos por libre y cada uno por su lado, sino siempre en comunión eclesial. Que nunca perdamos esa comunión, garantía de una auténtica fe en Jesús.

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