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jueves, 7 de mayo de 2009

El que recibe a mi enviado me recibe a Mí…

Hechos, 13, 13-25
Sal. 88
Jn. 13, 16-20


Esta semana que comenzamos celebrando el domingo del Buen Pastor nos ha dado la oportunidad para orar y reflexionar sobre la misión de los pastores que el Señor ha escogido para que en nombre guíen y alimenten con la gracia del Señor al pueblo de Dios. Una reflexión que no sólo tenemos que hacerlo los que tenemos esa misión recibida del Señor, sino que nos es conveniente a todo el pueblo de Dios hacérnosla para comprender bien su función y misión y para así mejor mostrarle ese apoyo que necesitan.
En nombre de Cristo, enviados por El y en su nombre realizan su misión pastoral. Como reflexionábamos ayer, algo más que un gusto personal o un trabajo realizado como una profesión. Hay una llamada del Señor, un envío para, en nombre del Señor, realizar una misión dentro de la Iglesia y ante el mundo como unos enviados del Señor, llenos del Espíritu divino que les fortalece y capacita con unos dones y carismas para la misión, y un compromiso en la fe y en el amor como respuesta a la llamada y al amor infinito y gratuito del Señor.
Eso le hace tomar conciencia al enviado como pastor de que no es una suya sino del Señor; no busca una ganancia personal, sino la gloria del Señor; no son para si mismo esos dones recibidos sino en beneficio del pueblo de Dios; no es para actuar por sí mismo sino siempre en el nombre del Señor. ‘Os aseguro, nos dice Jesús hoy en el evangelio, que el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía…’ Con humildad, pues, el pastor acepta y realiza esa misión, no como su misión o su obra, sino como la misión recibida del Señor y como la obra del Señor.
Pero consciente también de que habla en el nombre del Señor; esa conciencia le hace, en cierto modo, temblar de responsabilidad, porque no son sus palabras las que trasmitirá sino la palabra del Señor. Os confieso que siempre que tengo que realizar esa misión de trasmitir la Palabra del Señor, lo sigo haciendo con el mismo temor del primer día de saber si sabré trasmitir o no la Palabra del Señor que se me ha confiado. Conciencia que le hace buscar en todo momento esa fidelidad a la Palabra de Dios que tiene que trasmitir y hacerlo con fidelidad.
Hoy nos ha dicho Jesús en el evangelio para enseñar al pueblo creyente cómo tiene que acoger a su enviado como le acogemos a El. ‘Os lo aseguro, vuelve a repetir, el que recibe a mi enviado, me recibe a mí y el que me recibe, recibe al Padre que me ha enviado’. Es grandiosa la acción pastoral que realizan los diversos pastores del pueblo de Dios.
No olvidemos lo que venimos escuchando también en la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hoy nos presenta a Bernabé y a Pablo recorriendo ciudades y haciendo el anuncio del Evangelio. Han desembarcado de nuevo en el continente, dejando atrás Chipre donde habían iniciado su viaje apostólico, y en lo escuchado hoy llegan hasta Antioquia de Pisidia casi en el centro del Asia Menor, la Turquía actual. Allí le vemos predicar en la sinagoga acogiendo la invitación del encargado para que hicieran la explicación de la Escritura.
Haciendo un repaso por la historia de la salvación de lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento llegan al anuncio de Jesús. ‘Dios sacó de esta descendencia – se refiere a la descendencia de David – un salvador para Israel, Jesús’. Mañana escucharemos la segunda parte de este discurso donde ya explicará con más detenimiento que es ese Jesús salvador.
Contemplamos a unos apóstoles, enviados, que se sienten acogidos por aquella comunidad en la anuncian la Buena Noticia de Jesús.

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