Una invitación a esperar siempre la misericordia con nuestro
arrepentimiento y a tener una mirada nueva hacia los demás que nunca será de
juicio ni condena sino de misericordia
Ezequiel 18, 25-28; Sal 24; Filipenses 2,
1-11; Mateo 21, 28-32
La parábola que nos
propone Jesús hoy en el evangelio podíamos decir que es algo que sucede todos
los días; esa reacción diversa que podemos tener cuando se nos recuerda lo que
tenemos que hacer podíamos decir que está a la orden del día; el rebelde que
siempre está diciendo que no a todo lo que se le dice, pero que luego
recapacita y hace aquello que se le ha señalado, pero también el que promete y
promete pero al final de todo se olvida y nada hace.
Es algo que es
demasiado frecuente porque solemos decir que estamos cansados de palabras y de
promesas, porque todo el mundo nos promete poco menos que el paraíso en la
tierra porque con su gestión las cosas van a marchar muy bien, se van a
eliminar todas las corruptelas y las cosas funcionarán de maravilla; parece que
tienen la varita mágica para resolver todos los problemas que otros no han
sabido resolver. Y todos me entenderéis que podemos hablar de las famosas
promesas electorales que todos nos hacen y con ellos todo seria una maravilla,
pero la experiencia nos dice que se quedan en eso, en promesas electorales.
Pero no es necesario
que nos metamos con el mundo de la política, que ya sabemos que es una
realidad, sino que tenemos que darnos cuenta que eso nos sucede a todos, nos
sucede a ti y a mi, personas sin mayor relevancia, pero que también en nuestra
vida nos prometemos muchas cosas, porque vamos a cambiar, vamos a ser mejores,
tras un momento en que recibimos un impacto fuerte en la vida nos prometimos y
dimos la palabra de que la vida nos la íbamos a tomar de otra manera, pero bien
sabemos que pronto lo olvidamos.
Porque claro aquí,
cuando estamos escuchando la Palabra de Dios aunque también la Palabra nos haga
un juicio sobre el estado de nuestra sociedad, pero sobre todo tiene que llegar
a lo personal de cada uno y no temer verse denunciado en esas corruptelas que
también tenemos en nuestra vida. Es una palabra que tendrá que interpelarnos en
nuestra vida personal y hacernos ver, por ejemplo, cuan inconstantes somos en
nuestros propósitos, cuantas veces nos decimos que vamos a ser mejor, pero
seguimos con nuestros apegos y nuestras rutinas.
Pero esta Palabra que
nos dirige el Señor hoy es también una invitación a la esperanza. Una invitación
a la esperanza porque tenemos la certeza de que el Señor es paciente y siempre
está a la espera de nuestra respuesta. Es una invitación a nuestro personal
arrepentimiento, pero es también una invitación a tener una mirada distinta
hacia los demás.
Somos fáciles al
juicio y a la condena; ahora mismo cuando al escuchar la parábola veíamos por
un lado al rebelde que no quería obedecer o al que prometía y no cumplía por
otra parte, ya en nuestro interior estábamos haciendo nuestros juicios de
condena. Vemos cualquier actitud o postura en los demás que no nos agradaba y
ya estamos manifestando nuestro malestar, o lo que es peor nuestra condena, olvidándonos
quizá de la viga que llevamos en nuestros ojos.
Digo que lo que hoy
nos dice Jesús nos hace tener otra mirada comprensiva hacia los otros, porque
empezamos por darnos cuenta de nuestra propia debilidad y entonces podemos
comprender la debilidad de los demás. Porque sentimos la misericordia de Dios
sobre nosotros mostremos esa misma misericordia siempre con los demás.
Pero es que Jesús les
dice a aquellos sumos sacerdotes y ancianos del pueblo a los que dirige
directamente la parábola, que ellos se pueden considerar justos, pero que
tengan en cuenta que los publicanos, los pecadores y las prostitutas se les van
a adelantar en el Reino de los cielos, porque están más prontos a reconocer su
pecado y arrepentirse.
Les recuerda lo que
sucedía con la gente que iba a escuchar a Juan; nunca aquellos principales del
pueblo se sometieron al bautismo penitencial de Juan - iban más bien pidiéndole
credenciales al Bautista de por que hacía lo que hacia allá en la orilla del
Jordán -, pero los pecadores reconocían su pecado y allá se sumergían en
aquellas aguas purificadores como un signo de penitencia.
¿No será también esta
Palabra una interpelación a la Iglesia para que sepamos buscar siempre y por
encima de todo el espíritu y el sentido del evangelio abandonando algunas
actitudes que podamos tener ante lo que sucede en el mundo? Algunas veces
aparecemos demasiado puritanos y no mostramos las señales de la misericordia
con todos los pecadores, sea cual sea el pecado en que hayan caído. No puede
ser la iglesia juzgadora sino la Iglesia misericordiosa que muestra el rostro
compasivo y misericordioso de Dios.
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