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sábado, 3 de octubre de 2020

Sepamos ver la mano del Señor y démosle gracias con humildad y con el corazón lleno de alegría que aunque seamos unos pobres siervos inútiles el Señor realiza maravillas

 


Sepamos ver la mano del Señor y démosle gracias con humildad y con el corazón lleno de alegría que aunque seamos unos pobres siervos inútiles el Señor realiza maravillas

Job 42,1-3.5-6.12-16; Sal 118; Lucas 10,17, 24

Fuimos capaces, nos decimos y se nos nota en el brillo de los ojos la satisfacción que llevamos por dentro; se nos había encargado algo que nos parecía quizá muy difícil, se nos había confiado una misión que conllevaba gran responsabilidad, nos vimos envueltos en unas situaciones que nos parecía que no podíamos superar pero fuimos capaces de desenredarnos y salir adelante. Y sale a flote nuestro orgullo personal por lo logrado, está aquello de la autoestima que nos habían dicho tanto para que fuéramos capaces de confiar en nosotros mismos que tenemos capacidades para salir adelante, nuestro amor propio quizás comienza a elevarnos y ya creemos poco menos que seres superiores. Pero, ¿dónde estaba la fuerza? ¿Dónde la encontramos? ¿De dónde nos vino?

¿Les estaría pasando algo así a los discípulos a la vuelta de su misión, como nos dice hoy el evangelio, y que venían contentos contándole a Jesús cuantas cosas maravillosas habían hecho? No podemos descartar esas satisfacciones y orgullos porque son muy humanos y muy humano es que nos sintamos contentos con lo que realizamos. Jesús corrobora también con sus palabras lo bien que lo habían hecho, pero al mismo tiempo Jesús quiere decirnos algo más. Es quizá responder a aquellas últimas preguntas que nos hacíamos en el párrafo anterior.

Y Jesús comienza por dar gracias al Padre, el Padre que se revela a los pequeños y a los sencillos, a los que son humildes de corazón pero que no se manifiesta a los engreídos de sí mismos y que se creen autosuficientes. Jesús quiere ayudarnos a comprender que es el Espíritu del Señor el que está actuando ahí. Y da gracias sí, porque aquellos humildes y sencillos enviados pudieron hacer muchas cosas porque se dejaron conducir por el Espíritu del Señor. El Espíritu del Señor había movido sus corazones y su vida, y era el Espíritu del Señor el que ponía palabras en sus labios para anunciar el Reino de Dios y si les acompañaban también aquellos signos que realizaban era el Espíritu del Señor quien estaba actuando en ellos.

De alguna manera Jesús les está previniendo contra los orgullos y las autocomplacencias, les está ayudando a que se bajen de aquellos pedestales a los que se sienten tentados a subir y su camino y su actuar vaya por otros caminos de humildad y de reconocimiento de la obra de Dios en ellos.

Creo que esta Palabra está abriendo ante nosotros un nuevo sentido, una nueva manera de actuar. Si cuando envió Jesús a los discípulos a anunciar el Reino dándole todos aquellos poderes para que pudieran realizar también signos, recordemos que Jesús les mandó primero que nada rezar, orar al dueño de la mies para aquella tarea que iban a comenzar a realizar. Ahora tenemos que recordarlo con humildad y cuando vemos las pequeñas semillitas que somos capaces de ir poniendo en el camino de nuestro mundo para sembrar el Reino de Dios, vayamos también con nuestra oración, una oración de acción de gracias al Señor que ha estado en nosotros, que a través de nosotros pobres siervos inútiles se ha podido realizar.

Gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque en nosotros y a través de nosotros has realizado obras grandes, has realizado maravillas. Bajémonos de los pedestales y desinflemos esas autocomplacencias con que muchas veces nos hinchamos, veamos la obra de Dios en nosotros que nos capacitó, nos dio posibilidades, nos hizo creer, sí, también en nosotros mismos despertando nuestra autoestima. Sepamos ver la mano del Señor en todo y démosle gracias con humildad y con el corazón lleno de alegría.

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